jueves, enero 25, 2007

El Patito Guapo (2)

Aquí está la segunda parte del cuento, en la que concluye la historia de un personaje sin nombre, aunque con entidad. Comparto una buena parte de las opiniones del mismo, aunque sería el primero en criticarme si me identificase con él; considerarse guapo es un pecado imperdonable de presunción, que no pienso cometer.

10 de Abril. Transcripción.

- Hoy, si no le importa, vamos a hacer algo un poco diferente.
- Lo que usted diga.
- Muy bien. Usted es guapo.
- Usted también, doctora.
- Gracias, pero no era un cumplido. Es un hecho. Dígame, ¿se encuentra guapo?
- Bueno, eso es materia opinable. Digamos que tengo mis días. No me haga avergonzarme.
- Alguien como usted, lo tendrá fácil para conquistar a las mujeres.
- ¡Ja, ja! Con que era eso. Mire, le voy a decir una cosa. Alguien que pase hambre, que no pueda comer cada día, puede pensar: “si fuese rico, comería siete veces al día”. Pero, ¿sabe? Los ricos no comen siete veces al día. Lo sé de buena fuente.
“Lo que quiero decir es que el que puedas hacer algo no significa que lo quieras hacer. Todo el mundo querría ser guapo. Pero al que ya lo es, eso no le preocupa, y piensa en otras cosas. Hace tiempo conocí a una chica muy guapa, y nos hicimos amigos. Teníamos mucho en común, pero ella lo llevaba peor que yo, porque tenía que esforzarse constantemente para seguir siendo guapa. Dietas, gimnasio, mucho cuidado con el sol, etcétera. Y tener que aguantar la envidia del resto de las mujeres, que hablaban pestes de ella. Y se topó conmigo, que no pensé de buenas a primeras que era una mujer hipersexual, ni una tonta. Una vez me dijo: “Tú y yo tendríamos que casarnos, y tener hijos. Seguro que serían guapos”. Y yo le dije: “Mejor que no lo hagamos. Seguro que serían inseguros”.
- Pero, de todas formas...
- Sí, sí, a eso voy. Mis amigos, porque logré hacerme algún amigo, me usaban de gancho. Yo era el reclamo para que ellas se acercasen, y cuando las tenían cerca, ellos se dedicaban a conquistarlas. Aprendí bastante, por observación. Ellas tenían un repertorio de actitudes más amplio que el de los chicos: la tímida, la camarada, la responsable... Las que tenían más éxito eran las que iban de inaccesibles. Ya sabe, de esas que les tienes que decir: “estás muy guapa cuando te enfadas”, y se les escapa una sonrisa. Y ellos, bueno, hacían lo que podían. No habían evolucionado mucho desde el tímido y el fanfarrón.
- ¿Qué tal eso de “sé tú mismo”?
- Eso sólo funciona si consigues ser el “tú mismo” que ellas esperan encontrar. ¿Se acuerda que le dije que los hombres no soportamos sentirnos inseguros? Pues las mujeres no soportan equivocarse y quedar por tontas, si se trata de conocer a las personas.
- Nadie es infalible.
- A mí no me lo diga. Cuénteselo a ellas, que falta les hace. Bueno, ¿qué quería saber? ¿Si tuve alguna experiencia sexual? Pues no, la verdad es que no. Y si vuelve a pensar que a lo mejor sí que en el fondo soy homosexual, déjeme decirle: ¿tú también, Brutus?
- Muy bien, lo tendré en cuenta. ¿Por qué no las tuvo?
- Tengo un amigo, fumador desde muy joven, que dice que es más fácil renunciar al sexo que al tabaco. Y hay quien dice que el sexo mata.
- Según mis noticias, el sexo que mata es casi siempre el mismo. Y me parece que más vale que no bromee con eso.
- Muy bien. Pero vamos al grano. ¿Por qué no las tuve? Pues muy sencillo: porque no puedo quitarme los sentimientos tan fácilmente como me quito la ropa.
“Nunca fui con prostitutas. Yo no buscaba sexo, mejor dicho, sí lo buscaba, pero como prueba de amor, de aceptación. Si tienes hambre, te doy de comer. Si tienes sed, te doy de beber. Si necesitas una mujer, aquí me tienes. Olvídese de todo lo que ha oído de la educación religiosa. Esa actitud de entrega, a los ojos de Dios, es sagrada. Y eso es lo que creo.
- Muy bien. ¡Buf! Pero si es sagrado, entonces estará prohibido.
- No, de ninguna manera. No se ponga a discutir conmigo en ese punto. Los padres, los del colegio, querían convencerme de que fuese al seminario, decían que tenía condiciones. ¿El sexo es malo? Entonces, ¿en qué estaba pensando Dios cuando lo creó? ¿El sexo es una cosa superficial y sin importancia? Entonces, ¿por qué vamos marcados con él del nacimiento a la muerte?
- Dios no tiene sexo.
- Ni falta que le hace. Pero Él es perfecto, nosotros no. No podemos solos. Algo tendremos los hombres que puedan necesitar las mujeres. Algo más que espermatozoides, quiero decir. Y mucho tienen las mujeres que necesitamos los hombres. Y en cuanto a eso, me puedo pasar tres días haciéndole una lista, de la caída de ojos al roce de una mano.
- El roce de una mano...
- No es preciso que sea en una parte íntima, si es que las mujeres tienen alguna parte del cuerpo que no sea íntima. ¿Qué le pasa, doctora, necesita una caricia? Yo se la doy, no se preocupe.
Nota al margen: no ha sido una caricia sensual, por parte de él. Más bien una caricia de hermano, de amigo, de compañero. Por parte mía, es algo de lo que avergonzarme. A ver si me controlo, caray. Una es una profesional.
- Usted dirá.
- Bueno, eh, sí, vamos a dejarlo en este punto. Reflexione sobre todo lo que hemos hablado. Volveré el martes.
Nota: le he prescrito sedantes. Me irían mejor a mí.
* * * * *
16 de Abril. Transcripción.
- ¿Qué le pasa, doctora?
- Nada. No he dormido bien. Me dijo que había estado casado. Hábleme de su esposa.
- ¿De verdad quiere oírlo? No es nada divertido. Bueno, pues allá voy. Era una mujer terriblemente celosa. Intentaba no serlo, pero era más fuerte que ella. Todo el tiempo que duró nuestro matrimonio, que no fue mucho, fue una sucesión de escenas y reproches. Se arrepentía por la noche, y a la mañana siguiente vuelta a empezar.
- Interpreto que usted no le daba motivos.
- Por supuesto. Intentaba ser un buen marido.
- Debía haberlo supuesto. Perdone. Siga.
- Ella, en realidad, no necesitaba motivos. Creo que ningún celoso necesita motivos, al menos motivos reales. A ella le bastaba con pensar lo mismo que usted: que yo lo tenía muy fácil para conquistar a otra mujer. Si por ella hubiera sido, me habría tenido encerrado en casa, como en un harén.
- ¿Cómo lo afectaban esos celos?
- ¿Usted qué cree? Me fastidiaban. Los celos suponen desconfianza, y yo no me la merecía. Ya sé que se bromea mucho sobre estas cosas, pero vivirlas es otro cantar. Y hay una cierta fama de que los hombres tendemos a ser infieles. Pero en la tradición literaria oriental, tanto en la árabe como en la hindú, las infieles son las mujeres. Si una mujer se propone engañar a un hombre, y un hombre engañar a una mujer, así en general, ¿por quién apostaría?
- Por la mujer. No tengo ganas de discutir.
- Pues eso. Al final, acabé por hartarme. Muy al final, la cosa duró cinco años. Poco para un matrimonio, demasiado para un tormento. Cuando le pedí el divorcio, le faltó tiempo para convencerse de que ya tenía a otra.
- ¿Cuánto tiempo hace de eso?
- Casi tres años.
- Y en ese tiempo, habrá tenido otras relaciones, imagino.
- Al principio no me atreví a intentarlo. Imaginaba que en el momento en que me acercase a una mujer, iba a aparecer de repente mi ex con un cuchillo, dispuesta a apuñalarme. Luego decidí intentarlo. Y descubrí que era bastante más complicado de lo que parece. A los veinte, las mujeres pueden ser inseguras. Pero las que pensaban casarse, al pasar de los treinta y acercarse a los cuarenta ya no se sienten inseguras, no. Están aterrorizadas. Algunas dan la impresión de que si les preguntas: “¿cómo te llamas?”, te van a contestar: “sí, quiero”.
- Esa es una afirmación tremendamente machista, indigna de usted. Debería avergonzarse.
- ¿Qué le ocurre hoy, doctora?
- Nada. Perdone, no he sabido controlarme.
- ¿Prefiere que lo dejemos para otro momento?
- Pues mire, sí. Creo que será lo más sensato.
* * * * *
De mi diario personal.
16 de Abril
Tonta de mí. Haber roto con Jaime no debería afectarme tanto. Creía tenerlo asumido. Y desde luego, el figurín no tenía ninguna culpa. Pero por más que una intente ser objetiva, es difícil con alguien como él. En el fondo, no es mal tipo, pero ¿quién se molesta en ir al fondo? Yo debería, pero me cuesta.
Lo que de verdad me apetecería con él es tener una visita en mi consulta privada, lejos de miradas indiscretas y de las enfermeras que se paran a mirarlo. Creo que le daré el alta y pasaremos a tratamiento externo.
* * * * *
18 de Abril. Consulta privada. Transcripción.
- ¿Cómo se encuentra?
- Bien. Un poco desorientado.
- Me imagino que debe echar de menos la estabilidad del hospital.
- Y la buena comida, no se le olvide.
- Je, je. Dígame, después del divorcio, ¿llegó a tener otra relación?
- Sí. Me costó bastante, pero la tuve.
- ¿Por qué le costó?
- Porque ese tipo de cosas es más complicado de lo que parece. Y además, yo tenía muchas reservas. Supongo que ocurrió de la única forma posible: sin buscarlo, y a pesar de mi actitud.
“Ella era diez años más joven que yo, y muy decidida. Se encaprichó de mí. Yo no la engañé, le dejé muy claro que no buscaba una aventura. Y ella aceptó una especie de compromiso, pero sin ataduras. En cualquier momento, uno de los dos podía decir basta.
- Y usted, ¿se sentía cómodo con ese... arreglo?
- Qué remedio. Tenía la esperanza de acabar de convencerla, día a día. Seducir a una persona, seducirla del todo, quiero decir, ganarte su corazón, te puede llevar mucho tiempo.
- O no. Depende. ¿Qué ocurrió?
- Que cuanto más me dedicaba, más insoportable le parecía. Al final, fue ella la que se hartó y dijo basta. Entonces intenté suicidarme, ya lo sabe.
- ¿Cree que ella despreció sus sentimientos?
- Es una buena descripción.
- Déjeme decirle una cosa. Tal vez valora demasiado los sentimientos. Las sensaciones del enamoramiento, la euforia, las palpitaciones y todo lo demás, son el efecto de una hormona.
- Sí, ya conozco el tema. Y el instinto maternal, otro tanto.
- En efecto.
- Y si se investiga lo suficiente, resultará que todas las emociones humanas, del éxtasis místico a la furia homicida, serán el resultado de un proceso bioquímico, ¿no?
- Más o menos.
- Muy bien. Así es como se expresan las emociones, lo mismo que las palabras se escriben en un papel. Pero las palabras no son de papel.
- Eso es un sofisma.
- ¿Usted cree? La práctica totalidad de los poemas que conocemos los hemos visto impresos. ¿Podemos deducir que la poesía es un aspecto de las artes gráficas?
- No, claro. Comprendo su punto de vista.
- Buf, eso.
- ¿Por qué se irrita? Yo estoy aquí para ayudarlo. Si me he equivocado, lo siento. Pero le aseguro que me importa mucho lo que le pase. Voy a parar este trasto.
* * * * *
No ha quedado constancia de lo que ocurrió cuando apagué la grabadora, pero son hechos que creo significativos, por eso redacto estas notas. Es difícil explicar qué me pasaba. Digamos que mis procesos bioquímicos estaban muy alterados. Me acerqué a él, e intenté devolverle la caricia que me había dado días atrás, pero la mía no resultó tan inocente. Después, mientras recorría su perfil con la yema del índice, creí que debía decirle algo. Pude evitar un manido “te quiero”, porque sabía qué otras palabras usar:
- Te acepto. Si necesitas una mujer, aquí me tienes.
No voy a entrar en detalles. Sólo quiero apuntar que él me trató con delicadeza, con suavidad, con dedicación. Conociéndolo, comprendí que de nuevo se esforzaba, esta vez para ser un buen amante. Con bastante acierto, la verdad sea dicha.
Al día siguiente, estaba dichosa y destrozada al mismo tiempo. Jaime, qué idiota, lo que te has perdido. Pero algunos detalles concretos de la tarde anterior eran demasiado llamativos para no resultar inquietantes. ¿Cómo había podido yo hacer eso, o aquello? Sé de sobras que cualquiera puede cometer barbaridades. Pero sentirse satisfecha de haberlas hecho, ya es otro cantar. Había quebrantado la ética profesional, y lo había acorralado sin posibilidad de escapar, porque yo tenía todas las cartas en la mano. En medio de esa inquietud me sorprendió su llamada telefónica.
- Dígame, doctora, ¿cuándo nos casamos? – me preguntó en cierto momento.
- Nunca – dije en un arranque – No pienso casarme. Y lo que ocurrió ayer no debe volver a pasar.
No dijo nada, se limitó a colgar. Lo siguiente que supe de él fue que la policía había encontrado su cuerpo. Yo fui, posiblemente, la persona más importante de su vida, en el intervalo desde el intento fallido hasta el suicidio consumado. Y no fui capaz de estar a la altura. Pobre hombre. Pobre patito guapo.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Está muy buena la redacción y muy sabia. Allí se demuestra que el hombre es muy inseguro y la mujer muy déspota.

4:10 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Muy buena, en el sentido de mi apreciacion, señor le aviso que puse un link en mi espacio del messenger para que alguno de mis amigos se interese...espero visite en algún tiempo libre mi blog. http://lagarraataca.blogspot.com/

7:02 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home

Free counter and web stats