viernes, diciembre 15, 2006

El Buey y la Mula

Tal como prometí, aquí está el cuento de Navidad. Cuando revisé el "Fabulario", del que he publicado varios capítulos, me dí cuenta de que faltaban en la lista dos animales, que además van juntos: son los que dan título al cuento. Y a cualquiera que conozca mínimamente la iconografía cristiana de Navidad, no es preciso explicarle de qué buey y qué mula estoy hablando.

Los que me conocen, aunque sea un poco, no esperarán de mí un cuento de Navidad muy convencional. Tampoco esperarán que me aparte completamente del auténtico sentido de la celebración. Sé que hoy en día está de moda hablar mal de estas fiestas, e incluso hay quien habla de prohibirlas. De hecho, la Navidad ya estuvo prohibida. En Inglaterra, en la época de Cromwell, los puritanos consideraron que era un fiesta demasiado pagana, y la prohibieron. En Uruguay, el gobierno laico declaró el día 25 de diciembre como "Día de la familia", para suprimir una festividad religiosa. De todo esto, lo que deduzco es que cada uno decida por sí mismo, y que quiero felicitar sinceramente a todos una feliz Navidad, sea religiosa o pagana. Y aquí va el cuento.

EL BUEY Y LA MULA
- ¿Estás despierta, mula?
- Sí, buey. Pero, ¿qué me dices de los humanos? ¿Se han dormido ya?
- Sí, ya están todos dormidos. La madre y el niño han sido los primeros. El hombre se ha quedado mucho rato mirándolos, pero al fin, también lo ha rendido el sueño. Pero dime, mula, si estabas despierta, ¿qué hacías?
- Miraba al cielo, buey. ¿Sabes las piedras que brillan, allá arriba? Pues hay una nueva.
- Te habrás confundido. Será Venus, que nunca está en el mismo sitio.
- No me he confundido. Venus está allá, a la izquierda, y la nueva está mucho más alta, casi encima de nosotros. No sé lo que significa.
- ¿Y por qué tiene que significar algo? Las piedras que brillan aparecen cada noche, y al llegar el día se van. Los humanos nacen, como ese pequeño que ahora duerme, pasan una vida de trabajo y fatiga, y un buen día se van. Uno más, uno menos, una nueva piedra, ¿qué más da?
- La verdad es que no sé qué decirte, buey. Yo no soy tan lista como tú. Tú ves el conjunto de las cosas: el trabajo, el paso de los días, el destino. Yo sólo veo detalles sin importancia: una sonrisa, una lágrima, una flor al lado del camino. Un niño que nace, un hombre que se queda despierto, vigilando. Y una nueva piedra. Pero si es nueva, lo es para mí, y también para tí. Para todos.
- A veces no te entiendo, mula. No sé qué forma tienes de ver las cosas. Si es verdad que has visto las flores al lado del camino, sabrás que no hay dos que sean iguales. ¿Y te crees que puede haber algo que sea para todos?
“El trabajo, el esfuerzo, el cansancio. Eso es lo que hay de común para todos. Tú y yo lo sabemos. Tú y yo trabajamos con los humanos. Yo tiro del arado, y tú llevas cargas, y a veces te montan. Pero ni siquiera eso es igual para todos. Ni para los humanos, ni para los animales.
- No, ya lo sé. Ya sé que además de los humanos que trabajan, están los humanos que mandan. Y sus animales. Los he visto pasar por el camino, montandos en altísimos camellos, en elegantes caballos.
- Justamente, eso quiero decir. ¿Qué puede haber de común entre un caballo y tú?
- Nada, o muy poco, supongo. Pero aún así, hay algo que no acabo de comprender, una pregunta que no puedo dejar de hacerme. Si hay una nueva piedra en el cielo, ¿por qué no puede haber una nueva vida, una nueva forma de que ocurran las cosas? Ese niño que ha nacido, ¿qué sabemos de él? ¿Quién te dice que no podría llegar a ser un rey? Cosas más raras hemos visto, tú y yo.
- Y dale con la piedra. Las cosas no cambian. Las cosas son como son, y es inútil hacerse ilusiones. No es sensato. Sí que es verdad que sabemos muy poco, pero si dudamos de lo poco que sabemos, ¿qué nos queda? ¿Que te crees que es, la vida? ¿Una aventura? ¡Por favor!
“Y ese niño, no te diré que no. Vale, es posible que en su vida haya un momento de triunfo. Que un día lo reciba una multitud, aclamándolo, excitados, alborozados, con palmas en las manos, gritando, como se recibe a los reyes. No podemos negar esa posibilidad, porque no lo sabemos.
“Pero hay algo que sí sé. Si ese día llega, cuando él se encamine al encuentro de la multitud, ¿en qué te crees que irá montado? ¿En una mula? ¿Cuándo se ha visto un rey montado en una mula? Ni se verá, eso tenlo por seguro.
- Puede que tengas razón. Puede que esa nueva piedra no sea más que eso, una piedra. Y que ese niño no sea más que un niño. Y que este día no sea más que un día cualquiera, que nadie recordará, de aquí a un tiempo. Pero, ¿qué quieres que te diga? No sé por qué, pero no acabo de creérmelo.
- Mira que eres testaruda. Claro, tú eres aún muy joven, y te crees todas esas pamplinas. Cuando tengas mis años, ya te darás cuenta, ya verás que las cosas no son tan bonitas. No voy a perder el tiempo en tratar de convencerte; no vale la pena. Pero ya verás como el tiempo acaba por darme la razón.
- Puede. ¿Sabes? A veces me das un poco de envidia. A veces, me gustaría tener un poco de tu firmeza, de tu seguridad. Sacudirme de encima esta inquietud, esta indecisión. Tener algo que me llevase adelante a través de los días, como me llevan del ronzal. Pero no lo tengo. Sólo estoy yo, para decidir cada día si vuelvo a empezar. Nada es seguro. ¡Hay tantas cosas nuevas, tantas cosas diferentes! Y a veces siento algo así como una ilusión, un presentimiento. Y cuando eso ocurre, me siento libre, es decir, perdida.
“Sé que te has dormido. Te oigo roncar. Pobre, debes estar cansado, después de todo lo que has trabajado hoy. Eso también te lo envidio: poder pasarte todo el día trabajando, y al llegar la noche, dormirte y ponerte a roncar, creyendo que mañana volverá a ser el mismo día. Porque yo no puedo; yo creo que mañana será otro día, uno diferente. Y como tú has dicho muy bien, no hay dos flores iguales. Y por eso mismo, es muy posible que esta noche no sea como las demás. Aunque no sabría decir qué es lo que la hace especial. No creo que sea la piedra nueva que hay en el cielo, por más espectacular que resulte. Yo soy demasiado burra para ver las cosas grandes; sólo las pequeñas. Un niño pequeño, por ejemplo. Un niño que ha nacido esta noche.
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