lunes, noviembre 27, 2006

La Disputa

Hoy presento uno de esos cuentos más o menos intrascendentes que me salen de vez en cuando. A veces, no pretendo defender nada concreto, ni salvar al mundo, sino simplemente entretener un rato. Espero conseguirlo.

LA DISPUTA

Sandra no era de esas. Es decir: no llevaba zapatones de payaso, ni el pelo teñido de naranja, ni un piercing en las aletas de la nariz, ni tatuajes visibles. Y en cuanto a si podía haber algún piercing o tatuaje en lugares más recónditos, la mayoría opinábamos que no. La verdad es que llevaba poco tiempo en la oficina, pero no pasaba desapercibida, vamos, no habría podido. Si hubiese estado prohibido mirarla, todos habríamos acabado detenidos o con conjuntivitis, de tanto reprimir los ojos. Además, que no tenía novio, y tampoco, y tal como están las cosas empieza a ser necesario aclararlo, tampoco tenía novia.
A Rafa, como era de prever, le había faltado tiempo para hacerle todas sus gracias, pero es que Rafa vivía de eso. No perdía ocasión de pavonearse y aparentar que era el tipo más irresistible de la sección. Incluso era posible que hubiese alguna que se sintiese un poquito molesta de que Rafa no la atosigase, como si ella no valiese la pena. Por suerte para ella, Sandra no resultó ser de las que se dejan impresionar fácilmente. Y una suerte para los demás, también, porque si le hubiese dado pie, no sé cómo nos las habríamos arreglado para aguantarlo, de tonto que se habría puesto.
Lo que no era tan previsible era que Ernesto le hubiese echado el ojo. Bueno, por mal que le fuesen las cosas con su mujer, seguía siendo un hombre casado. Ya sé, no somos de piedra, y una tentación la puede tener cualquiera. Pero Ernesto parecía demasiado serio para dejarse llevar por una tontería así. Y también lo bastante callado para no divulgarlo, que la cosa no fuese un runrún que corriese por la oficina. Pero bastaba con que te fijases un poco para darte cuenta. Sólo había que ver la cara de embobado con que la miraba, la paciencia y el tiempo que le dedicaba, cómo se apresuraba a hacerle cualquier favor que ella le pidiese.
Claro que, en cierto modo, Ernesto le hacía de padrino a Sandra, hasta que ella se familiarizase con todo, pero a Rafa le pasaba lo mismo con Fernando, un chaval que había entrado al mismo tiempo que Sandra, y de su misma edad. Y la relación era muy diferente. Rafa cumplía y lo ayudaba, pero sin pasarse, y a cambio, Fernando le reía las gracias. Fernando parecía algo tímido y un poco tontín, alguien demasiado apocado para ser simpático. Uno de esos de los que te olvidas al pasar lista mentalmente.
Yo no sé si días antes había pasado algo, algún comentario con mala pata de Rafa, algún enfado de Ernesto. Pero cuando de verdad empezó todo, fue la víspera de Navidad. Ernesto parecía haber ganado puntos con Sandra; se les veía hablar como buenos amigos, y ella estaba un poquito menos seria. En cuanto a Fernando, seguía tan indeciso como siempre. Es de suponer que Rafa no lo animaba a que fuese decidido y brillante, para evitar que acabase haciéndole la competencia. Habían repartido los lotes de Navidad, y más de uno lo había abierto. Se habían destapado algunas botellas de cava, nos habíamos procurado vasos de plástico, y después de los brindis y las inevitables salpicaduras en el suelo, estábamos un poquito alegres.
En cierto modo, era una tradición. Más de la mitad de los proveedores y tres cuartas partes de los clientes cerraban durante toda la semana. Una buena parte del personal se tomaba unos días de vacaciones. Total, que el trabajo no nos apretaba, y no pasaba nada si no estábamos en óptimas condiciones para rendir. Yo me di cuenta por casualidad, no porque estuviese muy lúcido, pero vi cómo Sandra cogía la botella de vermut de su lote y se la daba a Ernesto, diciéndole no sé qué. Lo malo es que Rafa también lo vio, y en tono irónico y a voz en grito, empezó a decir:
- Toma, cariño, mi botella de vermut, para que te la tomes a mi salud. Y cuando te la bebas, piensa en mí, aunque estés con la foca de tu mujer.
Fernando tenía una sonrisa imbécil impresa en la cara. Ernesto le dedicó una mirada asesina a Rafa, que sin cuidarse de nada, siguió:
- ¡Uy, qué miedo! Me va a pegar. Protegedme, que me va a pegar.
Rafa había adoptado un aire tan ridículo, que a Sandra, aunque confundida, se le escapó una risita, y aquello enfureció a Ernesto. Se encaró con Rafa y le explicó dónde podía meterse la lengua; le advirtió que no le buscase las vueltas, porque se las iba a encontrar. Insinuó que las consecuencias, si Rafa seguía importunándole, podían ser graves. Finalmente, manifestó su vehemente deseo de que todos tuviésemos la fiesta en paz, sin necesidad de estropearla con salidas de mal gusto. Todo muy serio, muy formal, muy correcto, con su puntito de mala uva. Muy de Ernesto, vamos.
Rafa pareció recibir el mensaje y aceptar la advertencia. A partir de ese momento, sólo hizo algún que otro comentario en tono normal, algo insólito en él, y habló de trivialidades, evitando las alusiones personales, lo que aún era más insólito. Entre todos nos dedicamos a la abrumadora tarea de deshacer ese silencio frío que nos había caído encima, y que parecía poderse cortar con un cuchillo. Todo había acabado, pensábamos.
Sin embargo, a la hora de irnos, la botella de vermut de Sandra había desaparecido. Ernesto estaba histérico. Rafa no hacía más que repetir que él no había sido, y de haberse tratado de otro, incluso nos lo habríamos creído. Sé que parece una estupidez, pero nos dedicamos a buscarla. No queríamos que una tontería semejante acabase de arruinar las cosas. Incluso Rafa colaboró. Tenía una sonrisa nerviosa; supongo que por una parte seguía divirtiéndose al fastidiar a Ernesto, pero por otra, no podía dejar de darse cuenta de que la cosa se le escapaba de las manos.
Ernesto hizo algún que otro comentario agresivo. El mal ambiente crecía por momentos. Finalmente, apareció la botella, y la encontró nada menos que Fernando, en un cajón de su mesa. Y al muy estúpido no se le ocurrió nada mejor que decir:
- Debo haberla cogido yo, sin darme cuenta.
Nadie le hizo ni caso, como es lógico. Era patético ver cómo intentaba encubrir a Rafa. Y era indignante la desfachatez con que Rafa había intentado implicar al pobre chaval. Nos fuimos todos con un pésimo sabor de boca. Aquello era un mal presagio.
Al volver al trabajo después de las fiestas, creímos que la mala estrella habría pasado, pero enseguida vimos que no era así. Ernesto seguía de mal humor, y tenía unas respuestas secas y cortantes. Rafa aparentaba despreciarlo olímpicamente, pero también parecía resentido. Y entonces empezaron a pasar cosas, pequeños incidentes que apuntaban todos en la misma dirección.
Un buen día, Rafa se encontró con que alguien le había rajado un neumático con una navaja. Lo comentó, mejor dicho, se quejó de ello al día siguiente, pero no se atrevió a acusar a Ernesto. No había ninguna prueba de que hubiese sido él, y Rafa, que generalmente era gracioso a costa de alguien, no es que tuviese muchos amigos. Otro día, Ernesto descubrió que se le había borrado un informe del ordenador. Tal como dijo, alguien lo había borrado, adrede. Pero tampoco había pruebas de quién había sido.
Todos los demás estábamos con el alma en vilo. Aquella tirantez envenenaba el ambiente. Fernando, que vete a saber por qué se creía estar en medio de los dos, hablaba con uno y con otro, intentando arreglar las cosas, supongo. Tal vez no era tan imbécil como aparentaba. Lo malo es que era tan torpe que a menudo se le escapaba algo, algún comentario del adversario que habría debido callarse, y los dos acababan más enfurecidos aún.
La pobre Sandra miraba a veces a Ernesto, desde su mesa, pero estaba claro que cada día, a cada nuevo incidente, estaban más distanciados. Ella debía pensar que se había equivocado, que Ernesto, que le había parecido buena persona, demostraba ser en realidad rencoroso y vengativo.
Casi cada día había nuevos incidentes. Recados telefónicos que se perdían, malentendidos con los clientes. En una reunión de trabajo, Ernesto destrozó una propuesta de Rafa, con saña, aportando estudios y gráficos. Por lo visto, buscaba hacerlo aparecer como un inepto. Pero más que si la propuesta valía o no la pena, lo que quedó en claro de la reunión era que aquellos dos no se podían ni ver, y mucho menos trabajar juntos.
Tengo entendido que hubo alguna advertencia por parte de dirección, porque el tema empezaba a afectar al funcionamiento del departamento. Pero no sirvió de nada. Si acaso, para empeorar las cosas, porque cada uno de ellos debió pensar que si le echaban una bronca, era exclusivamente por culpa del otro.
Llegaron a comportarse como dos auténticos críos, peleándose para pasar el primero por una puerta o entrar en el ascensor, tropezando aposta para tirarse el café por encima. Pero el odio que se les veía no era de críos, y todos temíamos que algún día se escaparía una bofetada y llegarían a las manos.
Por suerte, eso no llegó a ocurrir; los despidieron antes. Un buen día, ya no los vimos más. Hubo una reestructuración, y al imbécil de Fernando, ya ves, le dieron buena parte de las competencias, tanto de Rafa como de Ernesto. Entonces fue cuando nos dimos cuenta de que no era ni de lejos tan tonto como aparentaba, y que realmente valía para el puesto.
Al cabo de un tiempo empezó a tontear con Sandra. Y ella no le hacía ascos. En cuanto a mí, estaba un poco desorientado, y pensaba que a veces las cosas pasan de una forma muy rara. Un día, hablando con él, se me ocurrió comentar que nadie se habría imaginado que las cosas iban a acabar así, y él me miró y me dijo:
- Anda, siéntate, que te voy a explicar un par de cosas.
Pensó un momento y empezó:
- Mira, hay muchas clases de empresas, pero todas necesitan algo que las haga funcionar. En ésta, ese algo es la rivalidad entre departamentos. Y eso hace que la gente de un mismo grupo se sienta parte de un equipo. Unidos frente al enemigo, por decirlo así.
“Pero en este departamento no había entrado personal nuevo desde hacía mucho, y os habíais quedado un poco anquilosados. Hasta que vinimos Sandra y yo. Desde dentro no se ve, pero enseguida me di cuenta de que os iba a costar mucho aceptarnos. Rectifico: a Sandra no, pero es que a alguien como Sandra la aceptan enseguida en todas partes.
“Pero ese no es mi caso. Para todos vosotros, yo podía seguir siendo “el nuevo” durante mucho tiempo. Y podía llegarme la edad de la jubilación antes de que tuviese una posibilidad de progresar, de ascender. Mientras todo siguiese de la misma forma, yo no tenía futuro. No me costó mucho darme cuenta de que todo el departamento giraba alrededor de Rafa y Ernesto. Y los dos eran un obstáculo en mi camino. Me estorbaban, nada más. No había nada personal.
“No fue muy difícil provocar la disputa. Era algo que ya estaba ahí, esperando la ocasión para ocurrir. Esconder una botella de vermut, pinchar una rueda, borrar un documento. Cuatro tonterías, no fue preciso hacer más. El resto lo hicieron ellos. Pero insisto, no había nada personal, por más que me molestase que Ernesto le bailase el agua a Sandra. Yo, en ese tipo de cosas, creo en la competencia leal. Que gane el mejor. Pero si no quería que me descubriesen, tenía que hacerme el tonto, y no me quedaba ninguna posibilidad con ella. Menos mal que ya se ha acabado todo.
“Ya sé lo que me vas a preguntar: por qué te cuento todo esto. Pues, porque me caes bien, y me fío de tí. Es muy posible que a partir de ahora cambien unas cuantas cosas, y me gustaría poder contar contigo. Y no te preocupes, que ese tipo de incidentes no volverá a ocurrir. Se puede decir que lo hice porque no tenía más remedio. Supongo que habrás oído alguna vez el dicho: si no puedes vencerlos, únete a ellos. Yo no hice más que sacar la consecuencia lógica: si no puedes unirte a ellos, véncelos. Eso es todo.
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