La Partida
Acabada la novela, vuelven los cuentos. El de hoy es una fantasía sobre un hecho bíblico, sin más comentarios.
LA PARTIDA
Los cuarenta días de ayuno y oración habían sido largos y duros. Jesús estaba cansado. Por suerte, la prueba ya había acabado; podría abandonar el desierto y volver con sus amigos. En el preciso momento en que tuvo ese pensamiento, se le apareció el diablo, en forma de diablo. Con Jesús, no era preciso disimular; ya se conocían.
- ¿Cómo estás? – dijo el diablo, a modo de saludo – Aburrido, supongo. Venía a proponerte un juego.
- ¿Un juego? – preguntó Jesús - ¿Qué juego?
El diablo, por toda respuesta, extendió la mano, y en su palma apareció un tablero cuadriculado con las piezas ya dispuestas.
- Lo llamarán ajedrez – dijo el diablo – Aún no está inventado, pero eso no importa. Vamos, te enseñaré cómo se juega.
El diablo colocó el tablero sobre una piedra. Jesús se inclinó sobre él, con curiosidad, y preguntó:
- ¿Por qué hay piezas de distinto color?
- No se puede hacer una partida de ajedrez jugando sólo con las piezas blancas – respondió el diablo.
- Y esas piezas más altas – inquirió Jesús - ¿Qué es lo que llevan arriba?
- Una cruz.
- ¿No es eso que usan los romanos para las ejecuciones?
- Eso mismo – corroboró el diablo – Te preguntarás por qué una cruz, y no una horca o una guillotina...
- ¿Qué es una guillotina? – interrumpió Jesús.
- Oh, no importa. Ya lo entenderás. Te voy a explicar el juego.
Acto seguido, el diablo dio una larga explicación sobre cómo se movían las piezas, y las principales reglas. Al acabar, Jesús comentó:
- Es muy ingenioso. ¿Lo has inventado tú?
El diablo rió.
- ¡Vaya una ocurrencia! – dijo - ¿Cómo iba yo a inventar un juego en el que todo está a la vista? Si yo imagino un juego, debe tener algo de secreto, de imprevisible. Como los dados.
- No me gustan los dados – dijo Jesús – Jamás los juego. No me gustaría que la ropa que llevo, por decir algo, se la acabasen jugando a los dados.
- Estaba pensando – dijo el diablo – en inventar un nuevo juego. Se jugaría con una especie de tablillas; en una de las caras habría una palabra, o un número, o un dibujo, y en la otra nada. De esa forma, cada jugador sabría lo que hay en sus tablillas, pero los demás no. Pensaba llamarlo “epístolas”.
- Demasiado largo – dijo Jesús – “Cartas” estaría mejor.
- Tienes razón. Tal vez te haga caso. ¿Te apetece una partida?
- ¿Al ajedrez? De acuerdo. ¿Qué nos jugamos?
- El prestigio. ¿Te parece poco?
Jesús sonrió. Ambos se sentaron en el suelo, con el tablero entre ellos. Antes de empezar, el diablo dijo:
- Supongo que querrás las blancas, claro.
- Si no te importa – dijo Jesús.
Jesús hizo la primera jugada, tal como le correspondía. El diablo comentó:
- Peón cuatro rey. Eso es empezar como Dios manda.
- ¿Qué otra cosa esperabas, de mí? – fue la réplica.
El diablo hizo la misma jugada, y la partida continuó. El diablo efectuó un impresionante despliegue; a las pocas jugadas, ya tenía fuera los dos alfiles, la dama y una torre. A pesar de su aspecto concentrado, se le notaba una cierta satisfacción. Jesús, en cambio, estaba extrañamente tranquilo, y jugaba con parsimonia, por no decir con desinterés.
- Te veo un poco distraído – dijo el diablo – Y en este juego es esencial la concentración.
- No te preocupes por mí – dijo Jesús – Aún no me has ganado. Además, sólo es un juego. Pero es interesante: a cada movimiento cambian las expectativas.
Unas jugadas más tarde, la ventaja de piezas era clara para las negras. En determinado momento, el diablo dijo:
- Te acabas de equivocar. Con ese movimiento, te voy a dejar sin dama en dos jugadas. Te dejo rectificar, si quieres.
- No, gracias – respondió Jesús – Lo hecho, hecho está.
Efectivamente, a las dos jugadas sucumbía la dama blanca. Y tres jugadas más tarde, la dama negra, gracias a contraataque urdido por Jesús. El diablo, perplejo, dijo:
- No se me había ocurrido que pudiera ser una trampa.
- No lo era. Tú mismo has dicho que todo está a la vista.
- Pero has... sacrificado, eso es, sacrificado la dama. ¿Cómo se te ha ocurrido esa idea del sacrificio?
Jesús no contestó, y se limitó a sonreir. A partir de ese momento, la partida cambió de signo. Las capturas se sucedían con frecuencia, y el diablo vió cómo su ventaja anterior se desvanecía. Finalmente, el alfil negro comió al caballo blanco, para ser muerto a su vez por un peón. El diablo miró largamente el tablero y dijo:
- No lo puedo creer. Me vas a ganar por los peones.
- ¿Qué quieres decir?
- Mira las piezas. Ya sólo nos quedan los reyes y los peones. Hay una regla, que no te he explicado porque no creí que llegaríamos a esta situación. La verdad, esperaba ganarte antes.
“Verás, si uno de tus peones consigue llegar a mi lado del tablero, puedes convertirlo en una dama, o en cualquier otra pieza. Y tú tienes más peones que yo.
Jesús, pensativo, dijo:
- Me gusta esa idea de que la pieza más insignificante pueda llegar a ser la más valiosa. Ya se ve que el juego no lo has inventado tú. Y no me sorprende que me ocultases esa regla, porque no te favorece. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Seguimos?
- No, no hace falta – dijo el diablo – Ya se ve que acabarías por ganarme.
De un manotazo, tumbó el rey negro, que rodó un poco sobre el tablero. Jesús dijo:
- Antes has dicho que no se puede hacer una partida de ajedrez jugando sólo con las fichas blancas, y es cierto. Pero me parece que te has olvidado de que sí se puede ganar la partida jugando sólo con las fichas blancas.
Jesús extendió su mano hasta el derribado rey negro, y lo tocó con su dedo índice. La pieza se volvió blanca.
- Curioso, ¿no? – comentó.
El diablo, incómodo, dijo:
- Oye, tengo que pedirte un favor.
- ¿De qué se trata? – preguntó Jesús, mientras examinaba atentamente uno de sus peones, que sostenía entre los dedos.
- Por favor, no le digas a nadie que hemos jugado esta partida. Invéntate lo que quieras, que te he ofrecido manjares y riquezas y las has rechazado, o lo que te parezca. No me importa que sepan que me has derrotado. Pero no al ajedrez.
- Era de esperar – dijo Jesús – que acabarías por hacer trampa. No te preocupes, no lo revelaré.
El diablo, ya tranquilo, desapareció, junto con el tablero y las piezas. Jesús pudo dar por acabada su penitencia. Y cumplió su palabra. Tal vez por eso, el diablo conserva aún hoy en día la fama de ser un buen jugador de ajedrez.
LA PARTIDA
Los cuarenta días de ayuno y oración habían sido largos y duros. Jesús estaba cansado. Por suerte, la prueba ya había acabado; podría abandonar el desierto y volver con sus amigos. En el preciso momento en que tuvo ese pensamiento, se le apareció el diablo, en forma de diablo. Con Jesús, no era preciso disimular; ya se conocían.
- ¿Cómo estás? – dijo el diablo, a modo de saludo – Aburrido, supongo. Venía a proponerte un juego.
- ¿Un juego? – preguntó Jesús - ¿Qué juego?
El diablo, por toda respuesta, extendió la mano, y en su palma apareció un tablero cuadriculado con las piezas ya dispuestas.
- Lo llamarán ajedrez – dijo el diablo – Aún no está inventado, pero eso no importa. Vamos, te enseñaré cómo se juega.
El diablo colocó el tablero sobre una piedra. Jesús se inclinó sobre él, con curiosidad, y preguntó:
- ¿Por qué hay piezas de distinto color?
- No se puede hacer una partida de ajedrez jugando sólo con las piezas blancas – respondió el diablo.
- Y esas piezas más altas – inquirió Jesús - ¿Qué es lo que llevan arriba?
- Una cruz.
- ¿No es eso que usan los romanos para las ejecuciones?
- Eso mismo – corroboró el diablo – Te preguntarás por qué una cruz, y no una horca o una guillotina...
- ¿Qué es una guillotina? – interrumpió Jesús.
- Oh, no importa. Ya lo entenderás. Te voy a explicar el juego.
Acto seguido, el diablo dio una larga explicación sobre cómo se movían las piezas, y las principales reglas. Al acabar, Jesús comentó:
- Es muy ingenioso. ¿Lo has inventado tú?
El diablo rió.
- ¡Vaya una ocurrencia! – dijo - ¿Cómo iba yo a inventar un juego en el que todo está a la vista? Si yo imagino un juego, debe tener algo de secreto, de imprevisible. Como los dados.
- No me gustan los dados – dijo Jesús – Jamás los juego. No me gustaría que la ropa que llevo, por decir algo, se la acabasen jugando a los dados.
- Estaba pensando – dijo el diablo – en inventar un nuevo juego. Se jugaría con una especie de tablillas; en una de las caras habría una palabra, o un número, o un dibujo, y en la otra nada. De esa forma, cada jugador sabría lo que hay en sus tablillas, pero los demás no. Pensaba llamarlo “epístolas”.
- Demasiado largo – dijo Jesús – “Cartas” estaría mejor.
- Tienes razón. Tal vez te haga caso. ¿Te apetece una partida?
- ¿Al ajedrez? De acuerdo. ¿Qué nos jugamos?
- El prestigio. ¿Te parece poco?
Jesús sonrió. Ambos se sentaron en el suelo, con el tablero entre ellos. Antes de empezar, el diablo dijo:
- Supongo que querrás las blancas, claro.
- Si no te importa – dijo Jesús.
Jesús hizo la primera jugada, tal como le correspondía. El diablo comentó:
- Peón cuatro rey. Eso es empezar como Dios manda.
- ¿Qué otra cosa esperabas, de mí? – fue la réplica.
El diablo hizo la misma jugada, y la partida continuó. El diablo efectuó un impresionante despliegue; a las pocas jugadas, ya tenía fuera los dos alfiles, la dama y una torre. A pesar de su aspecto concentrado, se le notaba una cierta satisfacción. Jesús, en cambio, estaba extrañamente tranquilo, y jugaba con parsimonia, por no decir con desinterés.
- Te veo un poco distraído – dijo el diablo – Y en este juego es esencial la concentración.
- No te preocupes por mí – dijo Jesús – Aún no me has ganado. Además, sólo es un juego. Pero es interesante: a cada movimiento cambian las expectativas.
Unas jugadas más tarde, la ventaja de piezas era clara para las negras. En determinado momento, el diablo dijo:
- Te acabas de equivocar. Con ese movimiento, te voy a dejar sin dama en dos jugadas. Te dejo rectificar, si quieres.
- No, gracias – respondió Jesús – Lo hecho, hecho está.
Efectivamente, a las dos jugadas sucumbía la dama blanca. Y tres jugadas más tarde, la dama negra, gracias a contraataque urdido por Jesús. El diablo, perplejo, dijo:
- No se me había ocurrido que pudiera ser una trampa.
- No lo era. Tú mismo has dicho que todo está a la vista.
- Pero has... sacrificado, eso es, sacrificado la dama. ¿Cómo se te ha ocurrido esa idea del sacrificio?
Jesús no contestó, y se limitó a sonreir. A partir de ese momento, la partida cambió de signo. Las capturas se sucedían con frecuencia, y el diablo vió cómo su ventaja anterior se desvanecía. Finalmente, el alfil negro comió al caballo blanco, para ser muerto a su vez por un peón. El diablo miró largamente el tablero y dijo:
- No lo puedo creer. Me vas a ganar por los peones.
- ¿Qué quieres decir?
- Mira las piezas. Ya sólo nos quedan los reyes y los peones. Hay una regla, que no te he explicado porque no creí que llegaríamos a esta situación. La verdad, esperaba ganarte antes.
“Verás, si uno de tus peones consigue llegar a mi lado del tablero, puedes convertirlo en una dama, o en cualquier otra pieza. Y tú tienes más peones que yo.
Jesús, pensativo, dijo:
- Me gusta esa idea de que la pieza más insignificante pueda llegar a ser la más valiosa. Ya se ve que el juego no lo has inventado tú. Y no me sorprende que me ocultases esa regla, porque no te favorece. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Seguimos?
- No, no hace falta – dijo el diablo – Ya se ve que acabarías por ganarme.
De un manotazo, tumbó el rey negro, que rodó un poco sobre el tablero. Jesús dijo:
- Antes has dicho que no se puede hacer una partida de ajedrez jugando sólo con las fichas blancas, y es cierto. Pero me parece que te has olvidado de que sí se puede ganar la partida jugando sólo con las fichas blancas.
Jesús extendió su mano hasta el derribado rey negro, y lo tocó con su dedo índice. La pieza se volvió blanca.
- Curioso, ¿no? – comentó.
El diablo, incómodo, dijo:
- Oye, tengo que pedirte un favor.
- ¿De qué se trata? – preguntó Jesús, mientras examinaba atentamente uno de sus peones, que sostenía entre los dedos.
- Por favor, no le digas a nadie que hemos jugado esta partida. Invéntate lo que quieras, que te he ofrecido manjares y riquezas y las has rechazado, o lo que te parezca. No me importa que sepan que me has derrotado. Pero no al ajedrez.
- Era de esperar – dijo Jesús – que acabarías por hacer trampa. No te preocupes, no lo revelaré.
El diablo, ya tranquilo, desapareció, junto con el tablero y las piezas. Jesús pudo dar por acabada su penitencia. Y cumplió su palabra. Tal vez por eso, el diablo conserva aún hoy en día la fama de ser un buen jugador de ajedrez.
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