lunes, noviembre 13, 2006

La Partida

Acabada la novela, vuelven los cuentos. El de hoy es una fantasía sobre un hecho bíblico, sin más comentarios.

LA PARTIDA

Los cuarenta días de ayuno y oración habían sido largos y duros. Jesús estaba cansado. Por suerte, la prueba ya había acabado; podría abandonar el desierto y volver con sus amigos. En el preciso momento en que tuvo ese pensamiento, se le apareció el diablo, en forma de diablo. Con Jesús, no era preciso disimular; ya se conocían.
- ¿Cómo estás? – dijo el diablo, a modo de saludo – Aburrido, supongo. Venía a proponerte un juego.
- ¿Un juego? – preguntó Jesús - ¿Qué juego?
El diablo, por toda respuesta, extendió la mano, y en su palma apareció un tablero cuadriculado con las piezas ya dispuestas.
- Lo llamarán ajedrez – dijo el diablo – Aún no está inventado, pero eso no importa. Vamos, te enseñaré cómo se juega.
El diablo colocó el tablero sobre una piedra. Jesús se inclinó sobre él, con curiosidad, y preguntó:
- ¿Por qué hay piezas de distinto color?
- No se puede hacer una partida de ajedrez jugando sólo con las piezas blancas – respondió el diablo.
- Y esas piezas más altas – inquirió Jesús - ¿Qué es lo que llevan arriba?
- Una cruz.
- ¿No es eso que usan los romanos para las ejecuciones?
- Eso mismo – corroboró el diablo – Te preguntarás por qué una cruz, y no una horca o una guillotina...
- ¿Qué es una guillotina? – interrumpió Jesús.
- Oh, no importa. Ya lo entenderás. Te voy a explicar el juego.
Acto seguido, el diablo dio una larga explicación sobre cómo se movían las piezas, y las principales reglas. Al acabar, Jesús comentó:
- Es muy ingenioso. ¿Lo has inventado tú?
El diablo rió.
- ¡Vaya una ocurrencia! – dijo - ¿Cómo iba yo a inventar un juego en el que todo está a la vista? Si yo imagino un juego, debe tener algo de secreto, de imprevisible. Como los dados.
- No me gustan los dados – dijo Jesús – Jamás los juego. No me gustaría que la ropa que llevo, por decir algo, se la acabasen jugando a los dados.
- Estaba pensando – dijo el diablo – en inventar un nuevo juego. Se jugaría con una especie de tablillas; en una de las caras habría una palabra, o un número, o un dibujo, y en la otra nada. De esa forma, cada jugador sabría lo que hay en sus tablillas, pero los demás no. Pensaba llamarlo “epístolas”.
- Demasiado largo – dijo Jesús – “Cartas” estaría mejor.
- Tienes razón. Tal vez te haga caso. ¿Te apetece una partida?
- ¿Al ajedrez? De acuerdo. ¿Qué nos jugamos?
- El prestigio. ¿Te parece poco?
Jesús sonrió. Ambos se sentaron en el suelo, con el tablero entre ellos. Antes de empezar, el diablo dijo:
- Supongo que querrás las blancas, claro.
- Si no te importa – dijo Jesús.
Jesús hizo la primera jugada, tal como le correspondía. El diablo comentó:
- Peón cuatro rey. Eso es empezar como Dios manda.
- ¿Qué otra cosa esperabas, de mí? – fue la réplica.
El diablo hizo la misma jugada, y la partida continuó. El diablo efectuó un impresionante despliegue; a las pocas jugadas, ya tenía fuera los dos alfiles, la dama y una torre. A pesar de su aspecto concentrado, se le notaba una cierta satisfacción. Jesús, en cambio, estaba extrañamente tranquilo, y jugaba con parsimonia, por no decir con desinterés.
- Te veo un poco distraído – dijo el diablo – Y en este juego es esencial la concentración.
- No te preocupes por mí – dijo Jesús – Aún no me has ganado. Además, sólo es un juego. Pero es interesante: a cada movimiento cambian las expectativas.
Unas jugadas más tarde, la ventaja de piezas era clara para las negras. En determinado momento, el diablo dijo:
- Te acabas de equivocar. Con ese movimiento, te voy a dejar sin dama en dos jugadas. Te dejo rectificar, si quieres.
- No, gracias – respondió Jesús – Lo hecho, hecho está.
Efectivamente, a las dos jugadas sucumbía la dama blanca. Y tres jugadas más tarde, la dama negra, gracias a contraataque urdido por Jesús. El diablo, perplejo, dijo:
- No se me había ocurrido que pudiera ser una trampa.
- No lo era. Tú mismo has dicho que todo está a la vista.
- Pero has... sacrificado, eso es, sacrificado la dama. ¿Cómo se te ha ocurrido esa idea del sacrificio?
Jesús no contestó, y se limitó a sonreir. A partir de ese momento, la partida cambió de signo. Las capturas se sucedían con frecuencia, y el diablo vió cómo su ventaja anterior se desvanecía. Finalmente, el alfil negro comió al caballo blanco, para ser muerto a su vez por un peón. El diablo miró largamente el tablero y dijo:
- No lo puedo creer. Me vas a ganar por los peones.
- ¿Qué quieres decir?
- Mira las piezas. Ya sólo nos quedan los reyes y los peones. Hay una regla, que no te he explicado porque no creí que llegaríamos a esta situación. La verdad, esperaba ganarte antes.
“Verás, si uno de tus peones consigue llegar a mi lado del tablero, puedes convertirlo en una dama, o en cualquier otra pieza. Y tú tienes más peones que yo.
Jesús, pensativo, dijo:
- Me gusta esa idea de que la pieza más insignificante pueda llegar a ser la más valiosa. Ya se ve que el juego no lo has inventado tú. Y no me sorprende que me ocultases esa regla, porque no te favorece. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Seguimos?
- No, no hace falta – dijo el diablo – Ya se ve que acabarías por ganarme.
De un manotazo, tumbó el rey negro, que rodó un poco sobre el tablero. Jesús dijo:
- Antes has dicho que no se puede hacer una partida de ajedrez jugando sólo con las fichas blancas, y es cierto. Pero me parece que te has olvidado de que sí se puede ganar la partida jugando sólo con las fichas blancas.
Jesús extendió su mano hasta el derribado rey negro, y lo tocó con su dedo índice. La pieza se volvió blanca.
- Curioso, ¿no? – comentó.
El diablo, incómodo, dijo:
- Oye, tengo que pedirte un favor.
- ¿De qué se trata? – preguntó Jesús, mientras examinaba atentamente uno de sus peones, que sostenía entre los dedos.
- Por favor, no le digas a nadie que hemos jugado esta partida. Invéntate lo que quieras, que te he ofrecido manjares y riquezas y las has rechazado, o lo que te parezca. No me importa que sepan que me has derrotado. Pero no al ajedrez.
- Era de esperar – dijo Jesús – que acabarías por hacer trampa. No te preocupes, no lo revelaré.
El diablo, ya tranquilo, desapareció, junto con el tablero y las piezas. Jesús pudo dar por acabada su penitencia. Y cumplió su palabra. Tal vez por eso, el diablo conserva aún hoy en día la fama de ser un buen jugador de ajedrez.
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