viernes, noviembre 17, 2006

La Duda de Francisco

El cuento de hoy tiene un punto de partida muy claro: paseándome por cierta ciudad, vi un monumento dedicado a San Francisco de Asís, con un fragmento del Cántico al Sol, en el que llama hermana a la muerte corporal, al estilo de hermano Sol, hermana Luna. De ahí a plantearme el tema, sólo había un paso.

LA DUDA DE FRANCISCO

Los cronistas no lo recogen, porque los humanos no pueden saberlo, pero un instante antes de morir, a Francisco de Asís lo asaltó una duda. Por un momento, un relámpago de debilidad en toda una vida, lo invadió un indescriptible sentimiento de inseguridad, de insatisfacción, de rebeldía. Él, que había sabido como nadie apreciar y aceptar la obra de Dios, él, que había llamado hermana a la muerte corporal, por un momento se preguntó qué sentido tenía todo lo que sabía, todo lo que había comprendido.
Fué tan solo un instante, y la muerte se lo llevó en un tránsito vertiginoso e inenarrable, pero llegó a los pies de Dios Padre con el alma teñida de tristeza e incertidumbre, y a Dios, que no se le escapaba un detalle, no le costó descubrirlo. Una Voz, potente pero amable, le dijo:
- ¿Qué te pasa, Francisco, hijo mío? Algo te inquieta. Yo ya lo sé, pero cuéntamelo, eso te aliviará.
- Señor - dijo Francisco - no sé qué decir. Estoy asombrado, maravillado, mudo, ciego. Estoy ante Vos, más desnudo de lo que nunca estuve en la tierra, y no sé cómo excusarme, cómo confesaros mi último pecado. En el último segundo de mi vida, he tenido una duda.
La Voz pareció emitir un suspiro, pero seguramente era sólo una apariencia, y en un tono considerado y parsimonioso, dijo:
- Te conozco muy bien, Francisco. Sé quién eres. Sé quién eres, hijo de Pedro Bernadoni, y lo que es más importante, sé de quién eres padre. Porque tienes, tendrás, más hijos de los que puedas contar. Tu nombre perdurará a través de los siglos, y todos, y cuando Yo digo todos quiero decir todos, te mirarán con simpatía y respeto. Serás, aunque tú jamás llegarás a saberlo, el primer ecologista de la historia.
- Señor - balbuceó Francisco - Vuestra infinita misericordia me ha mostrado el significado de esa palabra extraña, y lo único que se me ocurre decir es que no tiene sentido malbaratar la casa en la que uno vive, y la Tierra es nuestro único hogar.
- Así lo dispuse - dijo la Voz, asintiendo - Pero tú tienes una duda, y Yo te concedo el beneficio de que la expongas.
- Señor, ¿por qué debe el hombre morir?
Hubo un largo silencio en el cielo, como de media hora. Finalmente, la Voz dijo:
- Tu pregunta no es una; son cientos, miles - y Dios, con su infinita paciencia, empezó a enumerar - ¿Por qué la noche sigue al día? ¿Por qué debe el hombre vivir? ¿Por qué el acto sexual concluye en el orgasmo? ¿Por qué cambia cada una de las cosas? ¿Por qué se me ocurriría hacer una película, en vez de una foto? ¿Por qué os dí la facultad de preguntaros “por qué”?
Hubo una pausa. Luego, la Voz dijo:
- Si pudiera arrepentirme, que no puedo, hay veces que me arrepentiría. Me parece que os hice demasiado testarudos y faltos de sentido del humor. Y lo del sexo me salió demasiado complicado para vosotros. No todos sabéis entender que la vida es lo mejor del sexo. Francisco, tu mundo es una miniatura. Contiene un poco más de lo que vosotros podéis comprender, para que jamás lleguéis a creer que lo sabéis todo, pero aún así, no es más que una nimiedad, un juguete, un capricho. Y eso no dura, se rompe enseguida. Unos cuantos millones de años, un momento, como quien dice, y se acabó. Dentro de nada, el Sol, tu hermano Sol, explotará, convirtiéndose en una nova, y se acabó todo. La Tierra, “Mi” Tierra, la Luna, Marte, Mercurio, Venus, Saturno, Júpiter, todo. De hecho, para Mí, ya ha explotado. Y tú, no eres más que una página de un libro de historia que estoy releyendo. Pero, te diré un secreto, me gusta hacerlo.
- Pero Señor - insistió Francisco - Vos no podéis, no debéis, y eso quiere decir que Vos mismo no lo permitiríais, no debéis decepcionarme. ¿Por qué debe el hombre morir?
- ¿Has cocinado alguna vez, Francisco? - preguntó la Voz.
- Sí.
- ¿Y has puesto sal?
- Sí, claro.
- Porque la cocina necesita de la sal, y de la misma manera, la luz necesita de la sombra, y la vida, de la muerte. Porque vuestra vida está hecha de contrastes. Yo no soy Buda, y esto es el Paraíso, no el Nirvana. Os he creado inquietos como hormigas, pero la inquietud implica el reposo. Tenéis un tiempo limitado, y aún así, halláis la forma de aburriros. Tú lo sabes, Francisco. Has sabido amar la vida sin ser carnal. Llegará un día en que los hombres no comprenderán por qué la hermana Clara y tú no fuisteis una pareja de cónyuges, cuando tantas cosas os unían. Tú lo sabes, y Yo lo sé, pero ellos no sabrán verlo.
“Si te concediera, digamos, trescientos o cuatrocientos años más de vida, una bagatela, como quien dice, ¿qué te crees que pasaría? Verías más muerte y desolación de la que tu corazón puede soportar. Tus brazos y tu voluntad serían incapaces de socorrer tanta miseria. Verías levantarse y ponerse el sol tantas veces, que al final, nada significaría para tí, te cansarías de verlo.
- Eso no ocurriría jamás, Señor.
- Te cansarías. Yo sé lo que me digo. Tú sólo eres humano, Francisco. Dime, ¿qué crees que es la vida?
- Una prueba.
- Una prueba, y una fiesta, y un camino, y una historia, y un sueño, y un examen, y una oportunidad - enumeró Dios - Y unas cuantas cosas más. Una pena, un fogonazo, una desgracia, un calvario. Algo con infinitos matices, tantos como almas han vivido y vivirán. Y cuando creé esa substancia versátil y multicolor, no le puse sal, sino pimienta. ¿Por qué los románticos contemplan la puesta de sol? Porque no dura, porque es única e irrepetible. Jamás volverá a ser el veintinueve de Octubre de mil novecientos cuarenta y seis. Y sin embargo, habrá quien diga que fué, será, un día como otro cualquiera.
“Cada vida es como una puesta de sol: única, irrepetible, y efímera. Cada persona que tenéis a vuestro lado puede no estar al segundo siguiente. Y aún así, a veces no sabéis apreciar sus matices, su singularidad. Y cuando falta, algunos se lamentan de haberla perdido, en vez de dar gracias por haber podido disfrutarla. Muy pocas veces el que pierde a un ser querido sabe agradecer el haber podido darle un poco de amor. A los que son afortunados, les parece corto el tiempo que han tenido, y no saben que les parecería igualmente corto si hubiera sido el doble. Porque a esos seres afortunados se les hace pequeño el tiempo para contener su amor, como se les haría pequeño el mundo si tuvieran que regalarlo. Como me pasó a Mí, que temí, como un padre en la noche de Reyes, que no fuera suficiente para regalárselo al hombre. Habría querido algo más, algo mejor.
“Habrá un tiempo, Francisco, en que los hombres no creerán en los milagros. Y sin embargo, verán cómo nacen niños. Lo verán cada día, y verán levantarse el sol, y aún así, no creerán, porque la dureza de su corazón los habrá hecho ciegos. Tan sólo conocerán el cómo, y creerán que es suficiente. Y no se les ocurrirá preguntarse el por qué. Y si se les ocurre, no lo dirán en público, porque será de mala educación hablar de esos temas.
La Voz hizo una pausa, y ante el silencio de Francisco, continuó:
- Sé que escuchas mis palabras; sé que las aceptas. Pero sé también que no te convencen.
Francisco no respondió, y bajó la cabeza, aturdido. La Voz pareció adoptar un tono ligeramente resignado, y dijo:
- Muy bien. Veo que no hay más remedio. Te voy a tener que explicar mi secreto.
“Francisco, serás un pino. Lo que fué tu cuerpo, o una parte de él, volverá a formar parte de un ser vivo. Porque nada es excluído del circuito de la vida, y tu cuerpo, que antes había sido rosa, y caballo, y estrella, será pino, el hermano pino. Y al principio será una minúscula planta, y más tarde, un arbolillo que los niños que vayan a jugar al bosque sacudirán, y más tarde un árbol grande. Y tus ramas darán sombra al cansado, y dejarás caer tus piñas al suelo para que alguien recoja tus piñones. A tus pies se sentarán los enamorados para tomarse de la mano y mirarse a los ojos, y cuando alguien hiera tu tronco, tú responderás perfumando el aire con tu resina. Y si un día te corta un leñador, tu madera seguirá trabajando, de forma sencilla y sin pretensiones, en la tabla de una cuna, en la pata de una silla, en la tapa de un ataúd.
“Francisco, serás un pez. Primero, una insignificante brizna de plata, y luego un relámpago en el río, y más tarde un reflejo entre las olas. Y como una flecha viva, atravesarás las aguas, adelante, siempre adelante, como un mensaje que espera ser comprendido.
“Francisco, serás los labios de una niña. Y te expandirás para la sonrisa, y te fruncirás de enojo, y serás el mensajero de sus besos. Y serás la oreja de un juez, y por tí pasará la mentira y la verdad, y deberás dejar pasar a ambas, porque tu misión será conducir y no discriminar.
“Y serás la mano de una madre, y un peñasco del desierto, y un buen día, sólo un día en la historia del mundo, serás la lágrima de arrepentimiento que salvará una vida, y un alma. Y ese es Mi secreto, Francisco. ¿Por qué debe el hombre morir? Para que la vida no se interrumpa, para vivir de nuevo, de otra manera. Y para que su alma llegue hasta Mí.
Y entonces, confortado su ánimo, Francisco sonrió.
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