miércoles, noviembre 22, 2006

La Rosa

Hoy voy a reincidir en presentar una de esas entrevistas ficticias con seres vivos, aunque en este caso no se trata de un animal, sino de una rosa. Fué uno de los primeros capítulos de "Fabulario", y uno de los que mejor ha resistido el paso del tiempo.

LA ROSA

Una es una profesional; eso ante todo. Si no fuera así, alguna vez me habría hartado de que me miren como si fuera una estrella de cine. Pero eso lo tengo asumido. Es mi trabajo. Lo que de verdad me molesta son las cursiladas y tonterías que llegan a decir sobre mí.
Una está aquí para exhibirse, ¿no? Pues déjenme hacer mi trabajo, y en paz. Y si lo que quieren es filosofías, vayan a entrevistar al ciprés, que es un tipo serio. Fúnebre, diría yo.Volviendo a lo de los comentarios sobre nosotras, ya sé que puede parecerles raro, pero nos enteramos de todo, nos lo decimos unas a otras, e incluso se hereda. Es algo que se lleva en la masa de la savia. Por poner un ejemplo, hace muchos años, cuando los enamorados se regalaban flores, y no ropa interior de color rojo, como ahora, hubo uno que dijo: “El secreto de las rosas / es que siendo tan hermosas / no conocen que lo son”. Más o menos. Solemne tontería.
Anda, que si una no supiera lo guapa que es, iba a saber estar. ¿Qué se creen, que es fácil, ser guapa? Es como ser el primero de la clase: mucha presión, muchas envidias. Nadie valora el esfuerzo que te cuesta. Y no se te ocurra sentir orgullo por lo que has conseguido, porque entonces te crucifican. No paran hasta encontrarte algún defecto y poder quedarse tranquilos. Por ejemplo, que no hueles.
Ya sé que antes olíamos más, pero qué quieres, eso va a modas, y una tiene que ser discreta, porque lo que de verdad cuenta es la clase y la distinción. Ya ves, ahí tienes a la flor del jazmín, la pobre, con la fama de erótica que le han echado encima. Y ya no me meto en si se la merece o no, pero si no hubiera abusado tanto del perfume, las cosas le habrían ido de otra manera.
Algunos se quejan de que tengamos espinas, pero eso forma parte del juego, tiene que ser así, necesitas un cierto respeto. Si te dejas manosear por el primero que llega, te ajas enseguida. Y una tiene que pensar en su futuro, que esta profesión no dura toda la vida.
Hay que saber estar, y hay que seguir las normas. La primera, ser perfecta; y la segunda, no aparentarlo. Por ejemplo, los pétalos. Tienen que ser lo más tersos posible, y con brillo sedoso, que se vea que son increíblemente frágiles y delicados. Pero al mismo tiempo deben ser también consistentes, para demostrar que esa fragilidad es fresca y reciente, como acabada de hacer para el que la mira. Y para nadie más, porque toda esa perfección no puede ser más que un momento culminante y fugaz.
Y luego, los complementos. El tallo, largo, firme y delgado. Hojas, las justas para subrayar tu presencia, sin ahogarla. Eres una flor, no un plumero. Si es una ocasión de gala, un poquitín de ayuda, algo de cosmética, nada, unas gotitas de rocío nada más. Y lo más importante de todo, la actitud. Impecable, irreprochable, pero al mismo tiempo, como si fuera inconsciente, como si no pudieras evitarlo, un cierto descuido, una sospecha de dejadez, un aire relajado, sólo para no resultar tan agresivamente perfecta. Las rojas deben moderarse mucho, porque ya son bastante llamativas por el color, y si se descuidan, pueden parecer un poco chabacanas. Las blancas podemos ser un poquito más abiertas.
Apasionadamente impasibles. Así debemos ser. O tiernamente tranquilas, si no quieres llegar a tanto. Esa es la gracia, la contradicción; ser un imposible al alcance de la mano, un inalcanzable increíblemente próximo. Algunas no lo entienden, como no lo entienden algunas mujeres, y son tan altivas y señoriales que dan la impresión de no necesitar a nadie; parece que les baste mirarse al espejo para llegar al éxtasis. Pobrecitas.
Porque esas, podrán ganarse a muchos, al fin y al cabo, los idiotas son más que los listos, pero no podrán ganarse a todos. A los idiotas les puedes dar sólo el aspecto, la pinta, pero los otros buscan algo más, mucho más: el corazón. Y como no lo tengas, estás perdida. No es que pidan mucho, no es que les importe demasiado cómo sea, les da lo mismo si es chiquito y poca cosa. Pero no se conforman sin eso. Así que, sea como sea, eso también te lo juegas.
Y no voy a ser yo quien los critique. Puede que no pidan mucho, y hasta puede que estén demasiado obsesionados, pero una cosa no se les puede negar: saben lo que quieren.
Así que no te queda más que un camino: darlo todo. Y claro, tenerlo todo, para poder darlo. Esfuerzo, dedicación, constancia, y trabajo. Y luego, generosidad. Pero no vale cualquier cosa; sólo lo mejor, sólo lo que esté a la altura de la clase y la distinción que se espera de tí. Porque sólo así podrás alcanzar la única categoría posible para nosotras: la de lujo.
Y ustedes me perdonarán, pero dentro de nada tengo que salir a escena, y debo prepararme. Así que muchos recuerdos a todos, y hasta prontito. Muchas gracias. Ha sido un placer.
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