Lina (1)
Siguiendo con mi mala costumbre, vuelvo a publicar un cuento por entregas, o por partes, como se prefiera. Y al igual que "Ellos", vuelve a ser una historia inquietante. En este caso, el protagonista es Sigmund Freud, nada menos, y la historia está ambientada poco antes del inicio de la segunda guerra mundial. No voy a defender la historia; las que no se defienden por sí mismas no valen la pena. Aquí va la primera parte, y en dos días más estará completa.
LINA
A finales de 1937, Sigmund Freud estaba pasando unos días en Londres, invitado por la Royal Society a pronunciar una serie de conferencias sobre la teoría sicoanalítica. Un médico inglés, el doctor Thomas, que había sido discípulo suyo en Viena, acudió a pedirle consejo acerca de un caso.
- Se trata de una jovencita - le explicó - Casi una adolescente. Su familia gozaba de una buena posición en España, pero cuando estalló la guerra vinieron a refugiarse aquí. Aún así, disfrutan de una posición desahogada, y cuando llegue la victoria de Franco, que ellos dan por segura, esperan recuperar sus propiedades.
“La familia es un poco rara, esa es la impresión que dan. Un padre autoritario e intransigente, una madre nerviosa y asustadiza, un hijo que para en casa tan poco como puede, y las dos niñas. Lina, mi paciente, es la hija. La otra es una prima de su misma edad, que recogieron cuando era un bebé, al morir sus padres. A todos los efectos, es como si fuesen hermanas.
- ¿Cómo es Lina? - preguntó Freud.
- Muy poco corriente, para lo que es su familia. Tímida, modosita, bien educada, pacífica. Al verla, y sobre todo, al compararla con los demás, se diría que está allí de visita. Su prima Lica, en cambio, es una rebelde, que ya les ha dado más de un disgusto y ha protagonizado algún escándalo.
- ¿Lina y Lica? Es curioso. Y no parecen nombres españoles. España es un país en el que las mujeres llevan unos nombres simbólicos y hermosos: Luz, Consuelo, Esperanza, Amparo. Y también Mar.
- Lina es diminutivo de Angela, o Angelina. En cuanto a Manuela, su prima, alguien de la familia empezó a llamarla Manolica, y así le quedó Lica. El caso es que Lina sufre desde hace algún tiempo unas terribles pesadillas.
- ¿Qué tipo de pesadillas?
- Se vé a sí misma estrangulando a su prima. La sensación es tan real que se despierta con los puños crispados. Todos tenemos pesadillas de vez en cuando, pero a alguien tan tranquilo como Lina eso la impresiona hasta provocarle un estado de prostración que le dura varios días.
- ¿Siente angustia? Ya sabe usted lo que eso significa; sexualidad reprimida.
- Más que angustia, yo diría que terror. Alguna vez ha insinuado que puede estar poseída. Es religiosa, pero no creo que sea una beata. Su familia la ha educado de una forma bastante liberal, para lo que es España.
- España es también tierra de herejes, además de serlo de santos - matizó Freud - ¿Qué concepto tiene de sí misma? A esa edad, muchas jovencitas se creen Juana de Arco.
- No es el caso de Lina. Se considera una niña normal, que algún día conocerá a un hombre, le dará hijos y cuidará de la casa. Parece aceptarlo todo con naturalidad. Cuando tuvo la primera menstruación, se dijo simplemente: “Ya soy una mujer”.
- ¿Qué relación tiene con su familia?
- Jamás los juzga. Son como son, suele decir. Y todos la tratan con consideración y respeto. Pero incluso a mí, que no soy español, me parece que hay un poco de frialdad hacia ella. Dudo que sus padres pudieran ayudarla, aunque jamás parece necesitar ayuda.
- ¿Y qué me dice de su prima? Por lo que me ha contado, son muy diferentes. Y sin embargo, tienen nombres muy parecidos.
- No creo que eso signifique nada.
- Todo significa algo - dijo Freud - aunque a veces no sepamos verlo. Los nombres también. Uno puede acabar por asumir su nombre, y comportarse según él. Y si hasta ahora han permitido que sus nombres se parezcan tanto, es por algún motivo.
- Lo desconozco. La verdad es que apenas he hablado con Lica, aunque sé que están muy unidas. Es curioso, ahora acabo de recordar... pero no tiene importancia.
- Yo decidiré eso, si no le importa. Cuente lo que ha recordado, y no me oculte nada. Ya sabe las reglas.
- Pues bien, ya desde el principio, ví que el caso era especialmente difícil. Aunque no lo aparentaba, Lina presentaba una enorme resistencia a abrirse, a confiarse. No había forma de lograr la transferencia, y quería hacerme creer que era totalmente transparente, que no había nada oculto. Llegó a decirme que ella era muy consciente de todo, y que no podía tener inconsciente. Un día llegué a perder la paciencia y le recriminé lo poco que avanzábamos, por su culpa. Al día siguiente me tropecé con Lica, que me echó en cara lo mal que yo trataba a su prima. Lina debía habérselo contado, claro. Es un episodio banal, no sé ni por qué lo he recordado.
- Ahí tiene usted - dijo Freud - Por lo menos, hay alguien que la defiende, aunque no la ayude. ¿En qué situación está usted ahora?
- Casi como al principio. Puedo decir que no la conozco más que el primer día. No hay forma de llegar hasta ella. No he podido lograr la transferencia, como ya le he dicho.
- ¿Ha probado algún camino indirecto? Entrevistar a los otros miembros de la familia, por ejemplo.
- Sí, lo he hecho, pero tampoco ha servido de mucho. Lo único que me ha parecido detectar es que todos tienen una personalidad muy fuerte, y que Lina ha adoptado la estrategia de pasar desapercibida para sobrevivir y evitarse problemas.
- Nadie puede asimilar tan profundamente el principio de realidad, y dominar sus instintos, como usted parece sugerir, sin que eso deje cicatrices, por mucho que se quieran ocultar. Y nuestra obligación es descubrir esas cicatrices y mostrárselas al paciente.
- Eso lo sé muy bien. Pero no he podido conseguirlo. Tal vez, desde el primer día, adopté una actitud errónea. Tal vez, a lo largo de las entrevistas, Lina ha ido aprendiendo a esquivar mis trucos y a obstaculizar mis técnicas. Cada vez me siento más impotente ante ella. Y ella continúa con sus pesadillas, que han empeorado, si cabe. La última vez, soñó que al estrangular a su prima, su cuello se quebraba como un vaso, llenándole las manos de sangre.
Freud levantó la cabeza, de golpe.
- ¿Sangre?
- Sí, ya sé lo que significa. Por lo que yo sé, Lina es virgen. Y en cuanto a Lica, por lo que dicen, dejó de serlo hace tiempo.
Freud se pellizcaba la barba, pensativo.
- Quiere usted que yo entreviste a Lina, ¿no es eso?
- La verdad, no sabía cómo pedírselo.
- Eso es sólo una fórmula de cortesía. Sí que lo sabía: viniendo aquí y espoleando mi curiosidad con detalles insuficientes de un caso difícil. Muy bien, la entrevistaré.
- ¿Irá usted a su casa?
- No. Que venga aquí. No quiero tratarla en su terreno. Por lo que me ha contado, es mejor no darle ningún tipo de ventaja.
Freud pasó la noche cenando en casa de unos amigos, y escuchando con paciencia opiniones infundadas acerca de la anexión de Austria, el “Anschluss”. Se calló que después de la Gran Guerra, él mismo había pegado en sus cartas sellos con la leyenda “Deutsch – Osterreich”, Alemania - Austria. Y que la anexión no sólo tenía partidarios en Alemania, que necesitaba más espacio vital.
Al día siguiente, por la tarde, se presentó el doctor Thomas, acompañado de Lina. Freud apenas le dedicó una mirada, y sin saber por qué, se fijó en sus zapatos. Unos zapatos de tacón bajo, en charol negro, con una trabilla que cruzaba el empeine y se abotonaba al exterior del pie. Unos tópicos zapatos de colegiala sobre unas medias blancas, de niña bien educada.
Freud detestaba que lo mirasen directamente, y por ese motivo solía sentarse a espaldas del paciente. Pero con Lina, esa precaución era innecesaria, porque rara vez levantaba la vista del suelo. Freud empezó la entrevista explicándole las normas básicas: no debía ocultar nada, debía abstenerse de críticas sobre lo que decía o se le ocurría, y debía contestar a todas las preguntas.
- Eso último es lo mismo que me ha dicho antes, que no debía ocultar nada - dijo Lina tímidamente, como para demostrar que había estado atenta.
- No exactamente. No ocultar incluye las cosas que se le ocurran, y los recuerdos, que pueden no responder a una pregunta. Y contestar incluye aquellas cosas que no se le ocurriría ocultar, porque ni siquiera sabía que existieran.
Lina no contestó, pero pareció encogerse un poco en su asiento. Bien, no era un mal comienzo. Si realmente costaba ganarse su confianza, que por lo menos sintiese su autoridad.
- Tengo entendido que tiene usted sueños que la preocupan - dijo Freud, en tono impersonal.
- Sí.
- ¿Le importaría explicármelos? Con sus propias palabras, por favor.
- No tienen ningún sentido.
- Nada de críticas, recuerde. Negarlos no va a acabar con ellos.
- Pero los sueños... a mí me parece que son sólo cosas que a uno le han contado, o le han pasado, y por la noche vienen a la mente.
- ¿Es ese el caso? Esos sueños que la preocupan, ¿es algo que le han contado? ¿Que le ha pasado?
- No.
- Entonces, ¿qué explicación encuentra?
- No tengo explicación.
- Verá usted - dijo Freud - es usted la que sueña. Lo que quiero decir es que no es simplemente algo que le pase, sino que hay una parte de usted que produce esos sueños. Es algo que usted hace, o una parte de usted.
- ¿Yo?
- ¿Hay alguien más, cuando sueña? Usted misma ha dicho que no se trata de algo que le hayan contado, o que le haya pasado.
- Pero si lo sueño porque quiero, ¿por qué me preocupa?
- Porque se trata de un problema sin resolver. Ese sueño puede dar las pistas de cuál es el problema, pero es como una carta escrita en un idioma extranjero. Y sólo usted puede traducirla, aunque con mi ayuda.
- No sé, yo a veces imagino cosas que no tienen nada que ver conmigo. Si evoco detalles de un cuento de hadas que leí hace años, eso no quiere decir que yo lo escribiera.
- En cierto sentido, sí. Porque sólo usted ha escogido qué imágenes le sugería esa lectura. Cuénteme el sueño.
- Pues en el sueño estoy matando a Lica. Quiero decir que la mato.
- No se corrija, por favor. ¿Quiere matarla? En el sueño, quiero decir.
- Ni en el sueño ni en la realidad. Yo no quiero, pero mis manos no me obedecen.
- ¿Cree que Lica es culpable? Tengo entendido que usted no aprueba su conducta.
- No haría jamás algunas cosas que ella hace, pero supongo que debe haber alguien que las haga. Pero yo no diría que es culpable.
- ¿Y no lo pensaría, tampoco?
- Estamos muy unidas, Lica y yo. Pero la verdad, tampoco sé si ha hecho tantas cosas malas. Nos hacemos confidencias, pero sólo nos explicamos lo más importante. ¿Sabe? No, nada, acabo de recordar una tontería.
- Ya sabe que no debe ocultar nada. Explíquemelo.
- Nada, que acabo de recordar la primera travesura de Lica. Éramos muy pequeñas, y nos dejaban jugar en el jardín. De repente, Lica recogió una piedra del suelo y la tiró contra la casa. Rompió un vidrio de una de las ventanas del salón. Ya digo que éramos muy pequeñas, y ese es uno de mis primeros recuerdos, por eso digo que debió ser su primera travesura.
- ¿Cómo reaccionó usted?
- No me acuerdo.
- ¿La defendió? ¿Creyó que estaba mal? ¿Se alegró de que la castigasen?
- ¿Cómo sabe que la castigaron? Lloró mucho, la pobre. Yo habría querido ayudarla, pero no me dejaron.
- ¿Sus padres?
- Claro. Lica siempre me ha necesitado, aunque parezca tan fuerte y tan decidida.
- ¿En qué aspecto la necesita?
- Bueno, por ejemplo, Lica no tiene pelos en la lengua. A veces es incluso un poco grosera, pero yo se lo perdono, porque la quiero. El caso es que casi siempre viene a verme comentando que ha sido demasiado brusca, que no quería ser tan desagradable.
- ¿Cree que alguien más la necesita?
- La verdad es que sí. Todos los de casa, me parece. Hasta Roberto, mi hermano, aunque nos vemos muy poco últimamente. Pero yo intento tranquilizar a mamá; es muy aprensiva, ¿sabe?, y tiene miedo de todo. Y calmar a papá, que tiene muy mal genio. Yo soy un poco el hada buena de la familia.
A Freud le pareció que por fin tenía un indicio. Al verse como un hada buena, Lina se estaba autovalorando en exceso. Eso podía ser una compensación. Tal vez se consideraba muy poca cosa, muy tímida y apocada, y veía cómo sus prejuicios le impedían ceder a sus impulsos, al revés de lo que hacía Lica. Empezó a sospechar que Lina envidiaba a su prima, sin saberlo, y ese rencor inconsciente explicaría la agresividad del sueño. Como hipótesis de trabajo, era bastante plausible, pero había que verificarla.
Ante el silencio de Freud, Lina dijo:
- ¿Puedo hacerle yo una pregunta?
- Claro, diga.
- ¿Siempre lleva esos botines? Son parecidos a los que usa mi padre.
- Sí, suelo llevarlos. Dígame - con una súbita inspiración, preguntó - ¿qué clase de zapatos usa Lica?
- Huy, muy sofisticados, de tacón alto y finito. Rojos, verdes, azules. Negros, casi nunca.
- ¿Y su madre?
- Zapatos de abuela. La pobre sufre de los pies, y se los hacen a medida. La verdad es que sólo usa dos o tres pares.
- ¿Y su hermano?
- Mocasines. Marrones, claro.
- ¿Por qué “claro”?
- ¿Qué?
- Ha dicho usted “Marrones, claro”. ¿Por qué es tan claro que deban ser marrones?
- Oh, bueno, por cómo es él.
- ¿Cómo es?
- Muy independiente. No debería llevar ese tipo de zapatos, no pegan, nos hacen quedar en ridículo. Sólo viene a casa a que le laven la ropa.
De pronto, Lina se dió cuenta de que estaba hablando demasiado, y se calló de golpe. Tras unos momentos de silencio, intentó rectificar:
- Pero es muy buena persona, y yo lo quiero mucho. Tiene sus cosas, claro, pero todo el mundo las tiene.
Freud estaba confuso. Lina parecía sentir más agresividad hacia su hermano que hacia su prima. Tal vez el personaje de Lica que aparecía en el sueño no era más que un disfraz. De todas formas, Lina era demasiado escurridiza, y no le pareció que pudiesen avanzar mucho más en aquella entrevista. Tal vez fuera mejor tomar un camino indirecto.
- Creo que podemos dejarlo por hoy. Me gustaría hablar con su prima, si fuese posible.
- Se lo diré a ella - dijo Lina, secamente - No creo que tenga inconveniente.
Cuando se hubo marchado, Freud repasó la situación, y los datos que había conseguido. Muy pocos, ciertamente. Había, eso sí, sospechas, impresiones. Sabía muy bien que no le valdrían de nada si no las expresaba verbalmente, así que se puso a redactar una serie de notas.
LINA
A finales de 1937, Sigmund Freud estaba pasando unos días en Londres, invitado por la Royal Society a pronunciar una serie de conferencias sobre la teoría sicoanalítica. Un médico inglés, el doctor Thomas, que había sido discípulo suyo en Viena, acudió a pedirle consejo acerca de un caso.
- Se trata de una jovencita - le explicó - Casi una adolescente. Su familia gozaba de una buena posición en España, pero cuando estalló la guerra vinieron a refugiarse aquí. Aún así, disfrutan de una posición desahogada, y cuando llegue la victoria de Franco, que ellos dan por segura, esperan recuperar sus propiedades.
“La familia es un poco rara, esa es la impresión que dan. Un padre autoritario e intransigente, una madre nerviosa y asustadiza, un hijo que para en casa tan poco como puede, y las dos niñas. Lina, mi paciente, es la hija. La otra es una prima de su misma edad, que recogieron cuando era un bebé, al morir sus padres. A todos los efectos, es como si fuesen hermanas.
- ¿Cómo es Lina? - preguntó Freud.
- Muy poco corriente, para lo que es su familia. Tímida, modosita, bien educada, pacífica. Al verla, y sobre todo, al compararla con los demás, se diría que está allí de visita. Su prima Lica, en cambio, es una rebelde, que ya les ha dado más de un disgusto y ha protagonizado algún escándalo.
- ¿Lina y Lica? Es curioso. Y no parecen nombres españoles. España es un país en el que las mujeres llevan unos nombres simbólicos y hermosos: Luz, Consuelo, Esperanza, Amparo. Y también Mar.
- Lina es diminutivo de Angela, o Angelina. En cuanto a Manuela, su prima, alguien de la familia empezó a llamarla Manolica, y así le quedó Lica. El caso es que Lina sufre desde hace algún tiempo unas terribles pesadillas.
- ¿Qué tipo de pesadillas?
- Se vé a sí misma estrangulando a su prima. La sensación es tan real que se despierta con los puños crispados. Todos tenemos pesadillas de vez en cuando, pero a alguien tan tranquilo como Lina eso la impresiona hasta provocarle un estado de prostración que le dura varios días.
- ¿Siente angustia? Ya sabe usted lo que eso significa; sexualidad reprimida.
- Más que angustia, yo diría que terror. Alguna vez ha insinuado que puede estar poseída. Es religiosa, pero no creo que sea una beata. Su familia la ha educado de una forma bastante liberal, para lo que es España.
- España es también tierra de herejes, además de serlo de santos - matizó Freud - ¿Qué concepto tiene de sí misma? A esa edad, muchas jovencitas se creen Juana de Arco.
- No es el caso de Lina. Se considera una niña normal, que algún día conocerá a un hombre, le dará hijos y cuidará de la casa. Parece aceptarlo todo con naturalidad. Cuando tuvo la primera menstruación, se dijo simplemente: “Ya soy una mujer”.
- ¿Qué relación tiene con su familia?
- Jamás los juzga. Son como son, suele decir. Y todos la tratan con consideración y respeto. Pero incluso a mí, que no soy español, me parece que hay un poco de frialdad hacia ella. Dudo que sus padres pudieran ayudarla, aunque jamás parece necesitar ayuda.
- ¿Y qué me dice de su prima? Por lo que me ha contado, son muy diferentes. Y sin embargo, tienen nombres muy parecidos.
- No creo que eso signifique nada.
- Todo significa algo - dijo Freud - aunque a veces no sepamos verlo. Los nombres también. Uno puede acabar por asumir su nombre, y comportarse según él. Y si hasta ahora han permitido que sus nombres se parezcan tanto, es por algún motivo.
- Lo desconozco. La verdad es que apenas he hablado con Lica, aunque sé que están muy unidas. Es curioso, ahora acabo de recordar... pero no tiene importancia.
- Yo decidiré eso, si no le importa. Cuente lo que ha recordado, y no me oculte nada. Ya sabe las reglas.
- Pues bien, ya desde el principio, ví que el caso era especialmente difícil. Aunque no lo aparentaba, Lina presentaba una enorme resistencia a abrirse, a confiarse. No había forma de lograr la transferencia, y quería hacerme creer que era totalmente transparente, que no había nada oculto. Llegó a decirme que ella era muy consciente de todo, y que no podía tener inconsciente. Un día llegué a perder la paciencia y le recriminé lo poco que avanzábamos, por su culpa. Al día siguiente me tropecé con Lica, que me echó en cara lo mal que yo trataba a su prima. Lina debía habérselo contado, claro. Es un episodio banal, no sé ni por qué lo he recordado.
- Ahí tiene usted - dijo Freud - Por lo menos, hay alguien que la defiende, aunque no la ayude. ¿En qué situación está usted ahora?
- Casi como al principio. Puedo decir que no la conozco más que el primer día. No hay forma de llegar hasta ella. No he podido lograr la transferencia, como ya le he dicho.
- ¿Ha probado algún camino indirecto? Entrevistar a los otros miembros de la familia, por ejemplo.
- Sí, lo he hecho, pero tampoco ha servido de mucho. Lo único que me ha parecido detectar es que todos tienen una personalidad muy fuerte, y que Lina ha adoptado la estrategia de pasar desapercibida para sobrevivir y evitarse problemas.
- Nadie puede asimilar tan profundamente el principio de realidad, y dominar sus instintos, como usted parece sugerir, sin que eso deje cicatrices, por mucho que se quieran ocultar. Y nuestra obligación es descubrir esas cicatrices y mostrárselas al paciente.
- Eso lo sé muy bien. Pero no he podido conseguirlo. Tal vez, desde el primer día, adopté una actitud errónea. Tal vez, a lo largo de las entrevistas, Lina ha ido aprendiendo a esquivar mis trucos y a obstaculizar mis técnicas. Cada vez me siento más impotente ante ella. Y ella continúa con sus pesadillas, que han empeorado, si cabe. La última vez, soñó que al estrangular a su prima, su cuello se quebraba como un vaso, llenándole las manos de sangre.
Freud levantó la cabeza, de golpe.
- ¿Sangre?
- Sí, ya sé lo que significa. Por lo que yo sé, Lina es virgen. Y en cuanto a Lica, por lo que dicen, dejó de serlo hace tiempo.
Freud se pellizcaba la barba, pensativo.
- Quiere usted que yo entreviste a Lina, ¿no es eso?
- La verdad, no sabía cómo pedírselo.
- Eso es sólo una fórmula de cortesía. Sí que lo sabía: viniendo aquí y espoleando mi curiosidad con detalles insuficientes de un caso difícil. Muy bien, la entrevistaré.
- ¿Irá usted a su casa?
- No. Que venga aquí. No quiero tratarla en su terreno. Por lo que me ha contado, es mejor no darle ningún tipo de ventaja.
Freud pasó la noche cenando en casa de unos amigos, y escuchando con paciencia opiniones infundadas acerca de la anexión de Austria, el “Anschluss”. Se calló que después de la Gran Guerra, él mismo había pegado en sus cartas sellos con la leyenda “Deutsch – Osterreich”, Alemania - Austria. Y que la anexión no sólo tenía partidarios en Alemania, que necesitaba más espacio vital.
Al día siguiente, por la tarde, se presentó el doctor Thomas, acompañado de Lina. Freud apenas le dedicó una mirada, y sin saber por qué, se fijó en sus zapatos. Unos zapatos de tacón bajo, en charol negro, con una trabilla que cruzaba el empeine y se abotonaba al exterior del pie. Unos tópicos zapatos de colegiala sobre unas medias blancas, de niña bien educada.
Freud detestaba que lo mirasen directamente, y por ese motivo solía sentarse a espaldas del paciente. Pero con Lina, esa precaución era innecesaria, porque rara vez levantaba la vista del suelo. Freud empezó la entrevista explicándole las normas básicas: no debía ocultar nada, debía abstenerse de críticas sobre lo que decía o se le ocurría, y debía contestar a todas las preguntas.
- Eso último es lo mismo que me ha dicho antes, que no debía ocultar nada - dijo Lina tímidamente, como para demostrar que había estado atenta.
- No exactamente. No ocultar incluye las cosas que se le ocurran, y los recuerdos, que pueden no responder a una pregunta. Y contestar incluye aquellas cosas que no se le ocurriría ocultar, porque ni siquiera sabía que existieran.
Lina no contestó, pero pareció encogerse un poco en su asiento. Bien, no era un mal comienzo. Si realmente costaba ganarse su confianza, que por lo menos sintiese su autoridad.
- Tengo entendido que tiene usted sueños que la preocupan - dijo Freud, en tono impersonal.
- Sí.
- ¿Le importaría explicármelos? Con sus propias palabras, por favor.
- No tienen ningún sentido.
- Nada de críticas, recuerde. Negarlos no va a acabar con ellos.
- Pero los sueños... a mí me parece que son sólo cosas que a uno le han contado, o le han pasado, y por la noche vienen a la mente.
- ¿Es ese el caso? Esos sueños que la preocupan, ¿es algo que le han contado? ¿Que le ha pasado?
- No.
- Entonces, ¿qué explicación encuentra?
- No tengo explicación.
- Verá usted - dijo Freud - es usted la que sueña. Lo que quiero decir es que no es simplemente algo que le pase, sino que hay una parte de usted que produce esos sueños. Es algo que usted hace, o una parte de usted.
- ¿Yo?
- ¿Hay alguien más, cuando sueña? Usted misma ha dicho que no se trata de algo que le hayan contado, o que le haya pasado.
- Pero si lo sueño porque quiero, ¿por qué me preocupa?
- Porque se trata de un problema sin resolver. Ese sueño puede dar las pistas de cuál es el problema, pero es como una carta escrita en un idioma extranjero. Y sólo usted puede traducirla, aunque con mi ayuda.
- No sé, yo a veces imagino cosas que no tienen nada que ver conmigo. Si evoco detalles de un cuento de hadas que leí hace años, eso no quiere decir que yo lo escribiera.
- En cierto sentido, sí. Porque sólo usted ha escogido qué imágenes le sugería esa lectura. Cuénteme el sueño.
- Pues en el sueño estoy matando a Lica. Quiero decir que la mato.
- No se corrija, por favor. ¿Quiere matarla? En el sueño, quiero decir.
- Ni en el sueño ni en la realidad. Yo no quiero, pero mis manos no me obedecen.
- ¿Cree que Lica es culpable? Tengo entendido que usted no aprueba su conducta.
- No haría jamás algunas cosas que ella hace, pero supongo que debe haber alguien que las haga. Pero yo no diría que es culpable.
- ¿Y no lo pensaría, tampoco?
- Estamos muy unidas, Lica y yo. Pero la verdad, tampoco sé si ha hecho tantas cosas malas. Nos hacemos confidencias, pero sólo nos explicamos lo más importante. ¿Sabe? No, nada, acabo de recordar una tontería.
- Ya sabe que no debe ocultar nada. Explíquemelo.
- Nada, que acabo de recordar la primera travesura de Lica. Éramos muy pequeñas, y nos dejaban jugar en el jardín. De repente, Lica recogió una piedra del suelo y la tiró contra la casa. Rompió un vidrio de una de las ventanas del salón. Ya digo que éramos muy pequeñas, y ese es uno de mis primeros recuerdos, por eso digo que debió ser su primera travesura.
- ¿Cómo reaccionó usted?
- No me acuerdo.
- ¿La defendió? ¿Creyó que estaba mal? ¿Se alegró de que la castigasen?
- ¿Cómo sabe que la castigaron? Lloró mucho, la pobre. Yo habría querido ayudarla, pero no me dejaron.
- ¿Sus padres?
- Claro. Lica siempre me ha necesitado, aunque parezca tan fuerte y tan decidida.
- ¿En qué aspecto la necesita?
- Bueno, por ejemplo, Lica no tiene pelos en la lengua. A veces es incluso un poco grosera, pero yo se lo perdono, porque la quiero. El caso es que casi siempre viene a verme comentando que ha sido demasiado brusca, que no quería ser tan desagradable.
- ¿Cree que alguien más la necesita?
- La verdad es que sí. Todos los de casa, me parece. Hasta Roberto, mi hermano, aunque nos vemos muy poco últimamente. Pero yo intento tranquilizar a mamá; es muy aprensiva, ¿sabe?, y tiene miedo de todo. Y calmar a papá, que tiene muy mal genio. Yo soy un poco el hada buena de la familia.
A Freud le pareció que por fin tenía un indicio. Al verse como un hada buena, Lina se estaba autovalorando en exceso. Eso podía ser una compensación. Tal vez se consideraba muy poca cosa, muy tímida y apocada, y veía cómo sus prejuicios le impedían ceder a sus impulsos, al revés de lo que hacía Lica. Empezó a sospechar que Lina envidiaba a su prima, sin saberlo, y ese rencor inconsciente explicaría la agresividad del sueño. Como hipótesis de trabajo, era bastante plausible, pero había que verificarla.
Ante el silencio de Freud, Lina dijo:
- ¿Puedo hacerle yo una pregunta?
- Claro, diga.
- ¿Siempre lleva esos botines? Son parecidos a los que usa mi padre.
- Sí, suelo llevarlos. Dígame - con una súbita inspiración, preguntó - ¿qué clase de zapatos usa Lica?
- Huy, muy sofisticados, de tacón alto y finito. Rojos, verdes, azules. Negros, casi nunca.
- ¿Y su madre?
- Zapatos de abuela. La pobre sufre de los pies, y se los hacen a medida. La verdad es que sólo usa dos o tres pares.
- ¿Y su hermano?
- Mocasines. Marrones, claro.
- ¿Por qué “claro”?
- ¿Qué?
- Ha dicho usted “Marrones, claro”. ¿Por qué es tan claro que deban ser marrones?
- Oh, bueno, por cómo es él.
- ¿Cómo es?
- Muy independiente. No debería llevar ese tipo de zapatos, no pegan, nos hacen quedar en ridículo. Sólo viene a casa a que le laven la ropa.
De pronto, Lina se dió cuenta de que estaba hablando demasiado, y se calló de golpe. Tras unos momentos de silencio, intentó rectificar:
- Pero es muy buena persona, y yo lo quiero mucho. Tiene sus cosas, claro, pero todo el mundo las tiene.
Freud estaba confuso. Lina parecía sentir más agresividad hacia su hermano que hacia su prima. Tal vez el personaje de Lica que aparecía en el sueño no era más que un disfraz. De todas formas, Lina era demasiado escurridiza, y no le pareció que pudiesen avanzar mucho más en aquella entrevista. Tal vez fuera mejor tomar un camino indirecto.
- Creo que podemos dejarlo por hoy. Me gustaría hablar con su prima, si fuese posible.
- Se lo diré a ella - dijo Lina, secamente - No creo que tenga inconveniente.
Cuando se hubo marchado, Freud repasó la situación, y los datos que había conseguido. Muy pocos, ciertamente. Había, eso sí, sospechas, impresiones. Sabía muy bien que no le valdrían de nada si no las expresaba verbalmente, así que se puso a redactar una serie de notas.
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