martes, julio 25, 2006

La Creación

En el perfil de este blog me defino como creyente. Y estoy firmemente convencido de que todo el mundo cree en algo: en Dios, en la verdad, en la ciencia, o en la dictadura del proletariado. Creo además, que va siendo hora de que los creyentes salgamos, no ya del armario, pero sí de la sacristía.

El cuento de hoy es una fábula sobre la creación. Tal vez a alguno le pueda parecer irreverente que aparezcan Dios y el Demonio jugando al paddle; no es esa mi intención. A fin de cuentas, muchos personajes importantes juegan al paddle. En fin, aquí está una fantasía sobre lo que pudo ocurrir...

EN UN PRINCIPIO

La partida de paddle había sido reñida, pero finalmente, como era habitual, Dios la había ganado.
- Ha sido una buena partida – dijo Dios, al salir de la ducha – y has tenido algunos golpes realmente buenos. A veces, he tenido la impresión de que podías llegar a ganarme.
- No sé si eso podría llegar a ocurrir – dijo su adversario, contemplándolo con curiosidad - ¿No lo consideraríais una ofensa?
Dios se echó a reir.
- Claro que no, Demonio – dijo - ¿Crees que no tengo espíritu deportivo? ¿Qué lo único que quiero es ganar?
- Ser Supremo, yo... - dijo Demonio.
- Hala, Ser Supremo – repitió Dios, en un tono de amable mofa – No es preciso que seas tan formal. Somos amigos, puedes llamarme Dios. Y tutéame, por favor.
- Como quieras. He oído decir que estás preparando algo nuevo.
Dios, que se estaba poniendo la túnica, sacó la cabeza y dijo:
- Vaya, todo se sabe, por lo que veo. Pues sí, voy a hacerlo. La Creación, lo voy a llamar.
- Un título corto – comentó Demonio.
- Sí. No es que me preocupen mucho, los títulos. No son lo más importante. Pero volviendo a lo que hablábamos, en una semana espero tenerlo listo. Si puedo, en seis días. Y al séptimo, haremos una fiesta de inauguración. ¿Quieres venir?
- Gracias. Pero me preguntaba si me dejarías echarte una mano.
Dios lo miró sorprendido.
- ¿Quieres participar? No sabía que tuvieras inquietudes artísticas. Y la verdad, no sé hasta qué punto sería una buena idea. No te ofendas, pero no sé si encajaría tu estilo.
- Señor – dijo Demonio – ya te conozco, y me imagino más o menos lo que vas a hacer. Será algo grandioso, completo, bueno y equilibrado. ¿Me equivoco?
- Esa es la idea general – dijo Dios, con una sonrisa – Pero hay mucho más.
- Oh, claro, hay que cuidar los detalles – replicó Demonio – Además, estará lleno de cosas simples, pero efectivas, de aspectos delicados, y encima, no se estará quieto, sino que tendrá movimiento. Habrá paisajes cambiantes, seres que evolucionen y se desarrollen, sonidos, luces y colores.
- Así es – dijo Dios – Y un mar.
Demonio calló, sorprendido. ¡Un mar, nada menos! Así que la cosa iba en serio. Dios añadió:
- Estoy pensando que también voy a poner algo para que te guste a ti, algo de tu cuerda. ¿Qué tal unas cuantas horas de oscuridad? Lo podría llamar noche.
Demonio sacudió la cabeza.
- Perdona, pero me gustaría contribuir con algo más personal.
- ¿Y qué tienes pensado? ¿Un dragón de siete cabezas, para asustar a los niños?
- Una imperfección.
- Lo siento – dijo Dios – No entiendo esa palabra.
- Un problema, un... pecado.
- Eso sí sé lo que es – dijo Dios, súbitamente serio - ¿Te parece que encajaría? ¿Haría que el mundo fuese mejor, más completo?
- Lo haría más interesante – dijo Demonio.
Dios meditó unos instantes.
- No es que no quiera darte una respuesta – dijo al fin – Es que debo tener mucho cuidado con lo que digo, ya lo sabes. Está bien, de acuerdo. Te permito crear el pecado, pero escúchame bien, sólo uno.
- Pero Señor, yo... – empezó a protestar Demonio.
Dios alzó la mano para detenerlo.
- Ya me has oído. Un solo pecado, ni uno más. Y no te pases; antes de admitirlo, lo quiero inspeccionar.
Demonio asintió, resignado.
- Muy bien – dijo – Te haré un informe.
Demonio tardó más de lo que tenía previsto en preparar su informe. Se jugaba mucho en él, y las limitaciones impuestas no lo ayudaban. Tenía que poner en juego toda su astucia para conseguir alguna ventaja. Finalmente, tuvo una buena idea, y decidió aprovecharla.
Se presentó ante Dios con su informe cuando la Creación estaba casi acabada. Dios, con un delantal de alfarero, daba los últimos retoques a dos estatuas de barro.
- Hola, creía que ya no vendrías – dijo Dios al verlo – Mira, éstos son los últimos seres. Los llamaré hombre y mujer. Sólo me falta soplar para darles vida.
- Un momento – dijo Demonio – Dame tiempo a ponerles el pecado en el corazón. Si me apruebas el informe, claro.
- No, ese no era el trato. Estos dos serán libres, porque Yo lo quiero así. Tú podrás crear el pecado, pero serán ellos quienes decidirán si lo aceptan o no. Espera.
Dios se acercó a las estatuas, sopló sobre ellas y les dio vida. El hombre y la mujer abrieron los ojos, se miraron y enseguida se gustaron. En cierto momento, la mujer dejó de mirar al hombre, aparentando indiferencia. Dios sonrió, hizo un gesto con la mano y los nuevos seres desaparecieron.
- Bueno, ya están en su sitio – dijo – Y ahora, veamos tu informe.
Demonio alargó una carpeta que contenía un par de páginas. Dios la abrió, leyó rápidamente y se echó a reir.
- ¿Y esto es todo? – dijo - ¿Éste es tu terrible pecado? Perdona, pero me esperaba otra cosa. La verdad, me parece bastante inofensivo.
- Entonces – dijo Demonio, alargándole una pluma – no te importará firmarlo.
Dios asintió, cogió la pluma y firmó la última página del informe, dando vida al pecado. Una mariposa negra brotó de la página y revoloteó un poco antes de desaparecer.
- Qué cosa tan fea – dijo Dios, reprimiendo un escalofrío.
- Dime – inquirió Demonio - ¿De verdad te parece inofensivo?
- Claro – dijo Dios - ¿Quién va a querer cometer un pecado que además de ser malo, sólo te hace sufrir?
- En ese caso – dijo Demonio – no te importará que tiente a esos dos.
- Espera un momento – dio Dios – No sé si debo fiarme. Me temo que me quieras engañar. No te lo pienso poner fácil. Veamos: él me ha salido un poco ingenuo; ella es más astuta. Si quieres tentarlos, empieza por ella. Y si no lo consigues, tendrás que olvidarlo.
- Muy bien – dijo Demonio.
Dios lo miró, dubitativo.
- Ese pecado... – empezó.
- ¿Qué quieres saber?
- No lo entiendo. ¿Cómo lo llamas?
- Envidia.
- Ah, sí. Dolor de la diferencia. Me sigue pareciendo absurdo. Algo así no te asegura más que disgustos, porque siempre habrá diferencias. Cualquiera mínimamente sensato lo evitaría. ¿Se puede saber por qué estás tan satisfecho?
- Porque ese pecado – dijo Demonio – engendrará todos los demás. Supongamos que alguien cae en ese pecado. ¿Qué ocurriría?
- Que lo pasaría muy mal. En vez de vivir, se dejaría consumir por ese dolor. Y a la larga, podría acabar por sentir... – Dios se interrumpió, horrorizado.
- Odio – concluyó Demonio – Lo que duele, es malo, ¿no? Luego el que te causa envidia es malo. Ya te conozco, les habrás inculcado el amor al bien. Y en consecuencia, el odio al mal. Tarde o temprano, ese odio buscará manifestarse: ira, ya la tenemos.
"Supongamos que alguien es más sabio, o más fuerte, o tiene más poder que otro. Supongamos que ese otro, para defenderse del dolor de la envidia, se dice que no, se niega a admitir la evidencia, y de alguna forma se cree superior. Ahí la tenemos: soberbia.
"Esos seres, tienen limitaciones, ¿no es así? Necesidades.
- Sí – dijo Dios – y buscan satisfacerlas. A eso lo llamarán placer, a la satisfacción de las necesidades.
- Supongamos – continuó Demonio – que a alguien le resulta difícil satisfacer sus necesidades. ¿No sentirá envidia de los que pueden comer fácilmente, descansar fácilmente? ¿No crees que eso puede llegar a obsesionarlos? Cuando puedan comer, comerán demasiado, gozarán demasiado: gula. Cuando puedan descansar, no querrán hacer otra cosa: pereza.
"Alguno tendrá más riquezas, y la envidia les hará desear malsanamente la riqueza: avaricia. Alguno recibirá más muestras de amor, y buscarán tenerlas también, aunque no haya amor: lujuria. ¿Aún te parece inofensivo?
- No te saldrás con la tuya – dijo Dios, muy serio.
- ¿Estás seguro? Eso es sólo el principio. En el fondo, es dolor de la diferencia. Eso los llevará a rechazar al que es diferente; de ahí nacerá la intolerancia. Llegará a ser tan fuerte, que dictará la moral, la conducta.
- Eso es imposible – dijo Dios – Yo sé lo que tienen en su corazón. No caerán en esa trampa.
- ¿Qué no? – dijo Demonio - ¿Tan raro te parece que alguno llegue a pensar: "Es malo que ese disfrute, porque me causa envidia"? En consecuencia, cuando hable la voz de la envidia, la mujer bella que muestre su belleza será llamada desvergonzada. El que preste atención a sus buenos sentimientos, y los exprese libremente, será llamado cursi. El confiado será un ingenuo, el bueno un tonto. El sabio que no lo oculte será un pedante.
"En algunos lugares llegarán a mutilar a las mujeres, para privarlas del goce. Y en otros, más civilizados, pero no más compasivos, les causarán una mutilación sicológica: conseguirán que se avergüencen de sí mismas. Será una trampa sin salida posible.
- No será así – dijo Dios – Eso no puedo permitirlo. Muy bien, has ganado el primer asalto. Pero de ninguna manera será una trampa sin salida. No lo permito. No, será un laberinto. Puede que tengan que seguir un camino largo y complicado, pero conseguirán salir. Y ahora, retírate. No quiero volver a verte.
Como es lógico, desde ese momento, Dios y Demonio ya no volvieron a jugar al paddle. Por los siglos de los siglos.
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