miércoles, agosto 09, 2006

Hadas

Aunque a veces no lo parezca, de vez en cuando intento que el cuento que publico en este blog tenga alguna relación con el tema tratado en kolmogorov.biz; no siempre me es posible, así que el otro criterio que suelo utilizar para elegir es la adecuación a las circunstancias del momento. Pero las circunstancias actuales son tan sombrías, que más vale adoptar por una vez otro punto de vista.

Mientras los bosques se ven amenazados o directamente destruídos por los incendios, aquí en España, voy a proponer un cuento que indirectamente habla del bosque. Y de sus habitantes:

HADAS

Puede que las intenciones de Juan al adentrarse en el bosque con Rosa, no fuesen del todo inocentes. Aunque eso no tenía por qué representar un peligro, tal como era Rosa. Juan tenía la impresión de que su relación no avanzaba tan deprisa como hubiera querido. Ya existía entre ellos una cierta intimidad, pero aún no había llegado al punto en que ella le dedicase algún apelativo afectuoso, como “cariño”, “pocholín” o “inútil”.
Tal vez esas cosas vendrían más adelante, tal vez cuando le hubiese robado el primer beso, un beso de los de verdad, no de amigo. Pero Rosa no acababa de estar decidida, y aunque Juan no lo sabía, le habría resultado más fácil robarle a ella el dinero. Fue inútil que llegasen hasta el claro, en el que un tronco caído ejercía de improvisado banco. Fue inútil que soplase una suave brisa, que mitigaba el calor primaveral. Y fue inútil que forcejease medio en broma con ella, ya que Rosa estaba más decidida a que fuese que no, de lo que podía estar Juan a que fuese que sí. Y la resolución de ella no era medio en broma, sino totalmente en serio, hasta el punto que se levantó, aparentemente ofendida, y emprendió el camino de regreso dejándolo plantado.
Juan se quedó tan sorprendido que no acertó a seguirla. Y eso le hizo pensar a Rosa que a fin de cuentas no debía ser tan importante para él, cuando no la perseguía, y que tal vez lo mejor era perder de vista a aquel inútil. Juan se quedó sentado en el tronco, intentando en vano comprender lo que era evidente. Quizá le habría sido más fácil concentrarse sin aquella risita irónica que se oía a su espalda:
- Ji, ji, ji.
Finalmente, se volvió e intentó localizar de dónde procedía el sonido. Y logró divisar una pequeña criatura en la rama de un árbol cercano. Parecía una mujer, pero una mujer diminuta, y las mujeres no tienen alas como esas, más de libélula que de mariposa. El pequeño ser, sentado en la rama, balanceaba las piernas como una chiquilla, y al darse cuenta de que lo miraban, levantó una mano y lo saludó. Luego se dejó caer, y con un vertiginoso aleteo llegó hasta él. Se posó delicadamente en el tronco y dijo simplemente:
- Hola.
- Hola – respondió Juan, de modo mecánico - ¿Qué eres tú? ¿Un hada?
- Así nos llamáis vosotros – dijo ella – Ya veo que no habías visto ninguna.
- Pues no, y hasta hoy, yo...
Juan se interrumpió y aclaró, un tanto incómodo:
- Perdona. Olvidaba que... es que he oído decir que cuando alguien dice que no cree en las hadas, una de vosotras muere.
Ella rió:
- ¡Ja, ja, ja! Buenas estaríamos, si tuviésemos que depender tanto de la opinión pública.
- Además – añadió Juan – no sois fáciles de ver, porque sois muy pequeñas. ¿Cuánto mides? ¿Cinco centímetros?
- Casi cinco y medio – replicó ella, irguiéndose cuanto pudo – Soy de las altas, yo.
- Y debes ser un hada buena, espero. Por cierto, yo me llamo Juan. ¿Y tú?
- Puedes llamarme Flor. No es que tenga un nombre, en el sentido que le dais vosotros. Pero me caes simpático, así que puedes dirigirte a mí, y creo que me gustaría que me llamases Flor.
“Y en cuanto a tu otra pregunta, pues sí, soy un hada buena. Todas lo somos bastante, en general, aunque de vez en cuando hagamos alguna travesura. Pero vaya, mucho tiene que desmandarse una para que la envíen a reciclaje – su rostro jovial se ensombreció – Ahí se acaba todo.
Juan apenas se atrevió a decir:
- Perdona, pero cuando os... reciclan, ¿qué hacen con vosotras?
Flor lo miró con aire de incredulidad, como si no hubiese previsto toparse con alguien tan poco enterado de cosas evidentes, y dijo un tanto molesta:
- Pues mujeres, claro. ¿O es que acaso no sabes que una mujer se compone de cuatro partes de barro, dos de hada y una de ángel?
- Conque esa es la receta – dijo Juan, pensativo.
- En principio, sí – dijo Flor – Verás, es que a veces, si hay problemas de suministro, les ponen un poco menos de ángel. Pero no nos engañemos, se les nota.
- ¿Y los hombres? ¿Qué ingredientes llevan?
- No lo sé muy bien – respondió ella – Tengo entendido que también llevan barro, pero no sé si les ponen algo más. Y la verdad, hay veces en que lo dudo.
Juan había sacado un cigarrillo, y ella, al verlo, dijo alarmada:
- No se te ocurrirá ponerte a fumar, ¿verdad?
- No pensé que te molestase – se excusó Juan, guardando el tabaco.
- No es que me moleste – dijo ella – No entiendes nada. Mira, yo soy la que me encargo de las buenas relaciones del bosque. Intento convencer a las flores para que perfumen el ambiente y no se peleen con los insectos, y a los gnomos para que no maltraten a las setas, y a los árboles para que den sombra. Y al viento para que sople, pero con cuidado, sin romper ramas ni nada de eso. Y si vienes tú aquí, a llenarlo todo de olor a quemado, me pones las cosas mucho más difíciles. Comprenderás que para un bosque, es lo peor que se puede oler.
- No me imaginaba que se tuviera que convencer a las flores para que oliesen. Creía que eso formaba parte de su naturaleza.
- Eso no le quita ningún mérito, ¿no te parece? Y a todo el mundo le gusta que le agradezcan que haga lo que debe hacer.
- Dime una cosa – dijo Juan - ¿Frunces siempre el ceño, cuando vuelas?
- Vaya – repuso Flor – conque eres observador. Nadie lo diría, viendo cómo tratas a las mujeres.
Juan sonrió, divertido por el comentario.
- ¿Ves? – dijo ella – Eso te hubiera resultado mejor. Sonreír, quiero decir. Estás más guapo cuando sonríes. Anda, si te ruborizas y todo, qué encanto.
Juan, azorado, consiguió decir:
- Gracias. Tú también eres guapa, a pesar de llevar el pelo tan corto.
- ¿No te gusta? Pues hijo, resulta práctico, qué quieres que te diga. Así no voy nunca despeinada. Y en cuanto a lo de guapa, no exageres. Tendrías que ver a las hadas brasileñas, por lo que he oído. Además, como llevan mucha menos ropa que nosotros, te gustarían más. Claro que las pobres, cada día quedan menos. Se están quedando sin bosques, ¿sabes?
“Volviendo a tu pregunta, no siempre puedo volar tranquila. Voy más deprisa que los mosquitos, y no me gustaría toparme con alguno. Tienen muy mal carácter, y es mejor no meterse con ellos.
- ¿Y dices que las hadas del Amazonas pueden desaparecer? – preguntó Juan.
- Sí – respondió Flor – pero en el fondo, lo que les está pasando a ellas nos puede pasar tarde o temprano a todas. Aunque no desaparezcan los bosques, porque no sólo vivimos en ellos. No es muy conocido, pero a veces visitamos el corazón de los humanos.
- ¿Por qué lo hacéis?
- Verás, antes vivíais en los bosques. Y el bosque aún se acuerda, e incluso os añora. Y a veces nos pide noticias vuestras.
- Y ¿cómo te las arreglas para llegar hasta los corazones? Quiero decir que por aquí no es que pase mucha gente.
- ¿Alguna vez te has quedado fascinado contemplando el fuego de la chimenea? Bueno, pues eso lo hacemos nosotras. Nos prendemos a los troncos cuando cortan los árboles, y así llegamos hasta vuestros hogares. Y cuando se enciende el fuego, nos entretenemos cambiando los colores de las llamas, y haciéndoles cosquillas para que bailen. Somos ese puñado de centellas que aparece cuando un tronco se cae, chisporroteando.
“Y cuando estáis embobados, nos colamos dentro. Una vez allí, buscamos un rinconcito apartado y misterioso. Y desde allí provocamos las risitas inoportunas, las miradas indiscretas, las ilusiones infundadas. Mientras estamos con vosotros, vivimos de las poesías que habéis leído, o sentido. Es por eso que a veces se olvida algún verso o parece perder sentido algún recuerdo bonito; porque nos lo hemos quedado nosotras.
“Pero, ¿qué pasaría si un día ya no quedase ningún rinconcito misterioso y apartado en el corazón? ¿O si la gente no tuviese corazón, o no le hiciese caso? ¿Y si nadie leyese ya más poesía, ni la viviese? Entonces estaríamos perdidas, porque nosotras también somos el bosque, y también os añoramos. Acabaríamos por desaparecer.
“Los bosques ya no tendrían encanto, y tanto valdría que los talasen todos completamente. Las mujeres dejarían de tener algo de hada; un día u otro se acabaría la materia prima. Y ya no habría ni risitas inoportunas, ni miradas indiscretas, ni ilusiones infundadas. Casi es un consuelo pensar que si llega a haber un mundo así, yo ya no estaría para verlo. Así que ya lo ves: el problema no es que ya no creáis en nosotras, sino algo un poco más complicado. Por eso...
De repente, Juan se encontró solo. Flor había desaparecido, al mismo tiempo que cesaba su voz. Al mirar a su alrededor, buscándola, Juan vio a Rosa, que lo contemplaba desde el borde del claro.
- ¿Se puede saber qué haces aquí? – dijo ella - ¿Es que piensas dejar que me marche sola y me pierda?
Se acercó hasta él, le puso una mano en el hombro, y suavizando el tono dijo:
- Mas vale que me acompañes, inútil. Y ya me contarás qué hacías hablando solo en medio del bosque.
Juan se puso en pie de un salto y empezó a caminar al lado de ella, intentando cogerle la mano, que ella apartaba. Estaba muy ilusionado, y no podía dejar de repetirse: “Me quiere. Me ha llamado ‘inútil’.
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