sábado, junio 21, 2008

El Oso Bobo

El cuento de hoy es del tipo de los que me gustan a mí. Con esto no quiero decir que lo considere bueno, ni logrado. Me falta mucho que aprender para que me pase eso. Y también me falta algo que olvidar: la modestia. Decía Chesterton que la modestia es una virtud muy práctica, casi demasiado práctica para ser una virtud. Sea como fuere, aquí está el cuento:

EL OSO BOBO
Osorio siempre había sido un oso, digamos, especial. Así lo calificaban los que eran considerados. Los demás lo trataban directamente de raro. Y ya desde muy pequeño había dado muestras de su peculiaridad. Cuando su padre, Furi-Oso, tomó la tarea de enseñarle a ser un oso cabal, descubrió enseguida que no iba a serle nada fácil. Un buen día, le dijo:

- Osorio, toma esa piedra y arrójala lejos.

Osorio obedeció. La piedra parecía muy grande y pesada, y por un momento, el pequeño oso temió no poder hacerlo. Sin embargo, cuando la tuvo bien aferrada, se concentró y logró levantarla. Luego la arrojó con fuerza.

- Vaya – dijo Furi-Oso – No creía que lo lograrías. Eres más fuerte que los osos de tu edad. Pero no puedo decir que lo hayas hecho bien. Has descuidado lo más importante.

"Lo más importante no es ser fuerte. Es imprescindible que los demás lo sepan. Y para eso, tienes que alardear, que aparentarlo. Antes de levantar la piedra, tienes que lanzar un gran rugido, alzar los hombros, henchir el pecho y adoptar un aspecto amenazador. De otro modo, no parecerá que seas fuerte.

Osorio, a pesar de los consejos de su padre, no cambió de actitud. Parecía no entenderlo. Por ese motivo, el padre solicitó la intervención de la madre, Cautel-Osa, que accedió con gusto. Se retiró con su hijo a un rincón de la cueva, y allí le dijo:

- Mira, hijo, te tengo que explicar algo. La gran mayoría de los osos no piensan nunca en ello, pero tú eres especial, y es mejor que lo sepas. Nosotros, los osos, somos grandes. Y pesados. No tenemos agilidad, no podemos confiar en escaparnos. Jamás olvidamos nuestra torpeza.

"Y el bosque es un lugar muy competitivo. Por más que tengamos alguna fuerza, nunca podemos estar seguros de que será suficiente. Si quieres que te dejen algún espacio, lo más seguro es que te tengan miedo. Que tus presas se queden paralizadas de terror, o se te escaparían fácilmente. Recuerda que no somos rápidos. No nos quedan muchas opciones.

"Si consigues que te teman, ya tienes mucho ganado. Podrás pasarte cuatro o cinco meses durmiendo, sin preocuparte de que ataquen. Y llegarás a ser un oso del que pueda sentirme orgullosa.

Los consejos de su madre impresionaron a Osorio, y una posterior reflexión le descubrió cuál era el problema: él no sentía miedo. Podía decirse que olvidaba tenerlo. Y esa carencia le hacía muy difícil entender la actitud de constante recelo, de hostilidad, que vestían los demás osos. Se preguntaba qué debía hacer, cómo resolver el problema.

Un ligero ruido interrumpió sus pensamientos, devolviéndolo a la realidad. Absorto en su meditación, había llegado paseando a un pequeño claro del bosque, y ante él había una liebre, que lo miraba aterrorizada.

- ¡Ay de mí! – dijo la liebre – Estoy perdida. Me vas a matar.

- Tranquila – dijo Osorio – No pienso matarte.

La liebre, tras un momento de perplejidad, dijo algo irritada:

- ¿Cómo, que no vas a matarme? ¿Acaso no eres un oso? ¿Qué te pasa, es que eres bobo? Pero, ¿quién te has creído que eres?

Osorio se limitó a suspirar. Estaba claro que ella tampoco lo entendía. La liebre, sarcástica, añadió:

- Debes ser muy débil para no atreverte con una pobre liebre. Pero bueno, será mejor que no me queje. Por lo visto, es mi día de suerte. Si tenía que tropezar con un oso, mejor que sea un oso bobo.

La liebre no dijo nada más, y con un par de saltos, se adentró en la espesura del bosque. Osorio no dio importancia al incidente, pero la noticia corrió rápidamente por todo el bosque: Osorio no había sido capaz de matar una simple liebre.

Naturalmente, Furi-Oso se vio obligado a intervenir. Se encaró con su hijo, y en tono severo, le dijo:

- Lo que has hecho es muy grave. Me has deshonrado. Y esto no puede quedar así. Me veo obligado a tomar medidas. La verdad es que no te entiendo. Eres fuerte, lo sé, y al parecer no tienes miedo, lo que me parece propio de inconscientes. Pero si eres fuerte y valiente, todos deberían temerte.

"Si los demás, con mucho menos, vociferamos y asustamos, tú, con tus cualidades, deberías gritar más fuerte que nadie, y aterrorizar a todo el mundo. Y sin embargo, vas por ahí, tranquilo y callado, como si fueses bobo. No, no lo entiendo. Y además, no puedo permitirlo. Eres una desgracia para esta familia, y lo mejor será que te marches.

Osorio tuvo que abandonar la cueva de sus padres. Ni siquiera pudo despedirse de su madre, que lo miraba desde lejos con expresión lastimera. Desde aquel momento, se dedicó a vagar por el bosque. De vez en cuando, saqueaba algún panal de abejas, sorbiendo la miel. Pero la mayor parte del tiempo, sombríos pensamientos ocupaban su mente.

Un día, tras permanecer mucho rato sentado en el bosque, descubrió que cerca de él se hallaba una tortuga, que acababa de hacer un pequeño movimiento. Osorio le preguntó:

- ¿Qué haces aquí?

- La verdad es que ya me iba – dijo la tortuga, con voz ronca – Me he aburrido de mirarte. No te mueves mucho, ¿verdad? Te debe pesar el corazón.

Osorio no supo qué decir. La tortuga volvió a hablar:

- Eres Osorio, ¿verdad?

- Sí. ¿Cómo lo sabes?

- Te he reconocido. Eres igual que tu madre. Y además, he oído hablar de ti. Te llaman el oso bobo, aunque a mí no me pareces bobo. Y ya he visto que eres fuerte.

- ¿Me has visto mover piedras, o derribar un árbol?

- No, la verdad es que no te he visto hacerlo.

- Entonces, ¿cómo sabes que soy fuerte?

- Sé que eres realmente fuerte, porque desprecias la fuerza. Pero dime, ¿qué es lo que te pasa? Te veo muy preocupado.

Osorio suspiró, y dijo:

- Por lo visto, no soy un oso cabal. No soy capaz de comportarme como me han dicho que debo hacerlo.

- No te puedes fiar de todo lo que te digan – replicó la tortuga – Si te dicen que las osas rubias son tontas, no te puedes fiar, porque no todas lo son. Ni siquiera te puedes fiar de que las tontas sean tontas, porque no lo son siempre.

- Pero – dijo Osorio – ellos tienen experiencia.

- Ya. Pero la experiencia no siempre es buena. Mira, en otros bosques, muy lejos de aquí, viven unos grandes animales, a los que llaman elefantes.

- ¿Cómo de grandes?

- Más grandes que un oso, según me han contado. Por lo que sé, los humanos los capturan, para aprovechar su fuerza. Cuando el elefante es pequeño, le atan la pata a una estaca muy grande, sólidamente clavada en el suelo. El elefante intenta arrancar la estaca para liberarse, pero es joven, tiene poca fuerza, y la estaca está muy bien clavada.

"Pronto aprende que no se puede liberar, y eso le queda grabado a fuego. Cuando el elefante es adulto, lo sujetan a una pequeña estaca, apenas clavada. El elefante, que ahora es mucho más fuerte, podría arrancarla fácilmente. Pero la experiencia le dice que no lo intente, que es inútil. Mas que la estaca, es la experiencia la que lo mantiene prisionero.

- Los humanos son malos – comentó Osorio.

- Los humanos – dijo la tortuga – son más pequeños que tú, o que un elefante, y más débiles. Y por eso, tienen mucho miedo. Y por eso, son muy peligrosos.

- Entonces, ¿la clave de todo es el miedo? – preguntó Osorio.

- No sé si es la única – contestó la tortuga – Pero es algo a tener en cuenta.

- Dime, ¿qué debo hacer?

- Lo más difícil: elegir. Puedes comportarte como los demás osos, e ir bravuconeando por ahí. Pero me temo que nunca vas a estar convencido del todo. Y algún día te preguntarías por qué no intentaste arrancar la estaca.

"Y también puedes seguir tu propio camino. Aunque debo advertirte que eso pondrá a prueba tu fuerza. Y si eliges ese camino, también llegará el momento en que te preguntes si hiciste bien al decidir no ser como los demás. Cualquier camino es arriesgado.

- No quisiera equivocarme – dijo Osorio.

- Sólo te equivocarás con seguridad si no eliges. Pero vamos, creía que eras valiente.

- Entonces, ¿no puedes decirme qué decisión debo tomar?

- Es que no lo sé. Yo sólo soy una tortuga.

La tortuga se replegó dentro de su caparazón, dando por concluida la charla. Osorio la miró, reflexionó un momento, y con paso resuelto se alejó de allí. Ya había decidido. Aunque no sabemos cuál fue su decisión. El bosque es tan espeso, y hay en él tantas vidas, que resulta casi imposible saberlo.
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