miércoles, octubre 15, 2008

Fraternidad

Aquí está el último de los tres cuentos que toman por título el lema de la Revolución Francesa. Y en esta ocasión, el cuento, aunque puede leerse aislado, es, no la segunda parte, sino el complemento del anterior. La situación es la misma, y vuelven a aparecer algunos personajes. Quiero reiterar que no estoy hablando de Euskadi, ni de Chiapas, ni de Kosovo. Es todo una pura ficción.

FRATERNIDAD

Dos golpes, pausa, y un tercero. Era la señal.
- Puedes abrir, Comadreja – dijo Tigre – Debe ser Lobo, es el único que falta.
En efecto, era Lobo, que saludó con un gesto y fue a sentarse a la mesa.
- Muy bien, camaradas – dijo Tigre – Empecemos.
Dirigió una mirada a sus compañeros. Búho, el viejo profesor, limpiaba sus gafas. El corpulento Oso parecía a punto de dormirse. En cuanto a Lobo, acabado de llegar, parecía estar sentado sobre ascuas, y a punto de marcharse. Y detrás suyo, siempre vigilante y atenta, estaba Comadreja, la única a la que Tigre se atrevía a darle la espalda.
- No necesito decir que éstos son tiempos difíciles. Desde que las tropas del mariscal Rolf ocuparon la zona, nuestras operaciones se han vuelto casi imposibles. Y ahora, la pregunta es: ¿qué debemos hacer?
- Yo digo: ataquemos – dijo Lobo – Continuemos la lucha armada. ¿Es que nos vamos a acobardar por un puñado de militares?
- Yo, en cambio – dijo Búho – propongo que esperemos. Una espera activa.
- ¿Qué es eso de una espera activa? – preguntó Oso.
- Sabemos por qué luchamos – explicó Búho – Para acabar con la opresión. Y sabemos por quién luchamos: por nuestros hermanos. Fraternidad. Pero sabemos bien que aquí mismo, no muy lejos, están los tibios, los indecisos. Los que piensan: "Bueno, en el fondo no estamos tan mal. Es mejor vivir tranquilos y no buscarse problemas".
- Esos no son nuestros hermanos – interrumpió Lobo – Esos no son más que traidores.
- Y todos esos – continuó Búho – tendrán ahora la ocasión de convencerse de que tenemos motivos para actuar. Dejemos que Rolf les diga lo que pueden o no pueden hacer, lo que deben comer, a qué hora deben irse a dormir. No tardarán en comprender.
- No pienso sentarme a esperar que cuatro traidores recapaciten – intervino Lobo – Son muchos más los que nos apoyan, los que esperan que no nos quedemos de brazos cruzados. Si no hacemos algo, creerán que no somos lo bastante fuertes, que no vale la pena confiar en nosotros. Hasta ahora no nos ha ido tan mal. Se han visto obligados a enviar a su mejor soldado para intentar detenernos.
- Hay que pensar en los hermanos – dijo Oso, asintiendo – Y yo, personalmente, me siento más próximo a nuestros hermanos en Turcomania, aunque estén al otro lado de la frontera, que a los campesinos del sur. No soportaría vivir entre ellos. No me gusta cómo son, ni cómo hablan, ni lo que comen.
Búho pensó para sus adentros que si Oso hubiera nacido en la capital, probablemente sentiría el mismo tipo de antipatía hacia ellos, y apoyaría decididamente a Rolf. Pero no podía decirlo, al menos de esa forma. Ya era bastante sospechoso entre sus camaradas, por su pasado universitario, por haber vivido en la capital, y también, todo hay que decirlo, por su moderación. Sin embargo, su experiencia dialéctica le permitió cambiar el planteamiento, y expresar su punto de vista sin necesidad de ofender:
- Eso que sientes, Oso – dijo - es lo que pueden sentir muchos hacia nosotros, hacia los de aquí. Pero se quedan a medias. Cuando dicen que somos antipáticos, raros y separatistas, lo que están diciendo es: "No son de los nuestros". Y es verdad, no somos de los suyos. Pero no saben sacar la conclusión: "Si no son de los nuestros, ¿para qué los queremos? ¿por qué no les dejamos irse, mejor aún, por qué no echamos al territorio fuera de la nación? Quizá estaríamos mejor sin ellos". Pero claro, hasta ahí no llegan.
"Y en cuanto al gobierno, como dijo Bertrand Russell, lo único que les preocupa es la pérdida de poder sobre este territorio. Si el bienestar de los ciudadanos fuera el objetivo principal, nos dejarían decidir libremente.
Era dudoso que Oso hubiese captado totalmente la ironía de Búho, pero no se atrevió a responder.
- Veamos – dijo Tigre – Me parece que el camarada Lobo tiene su parte de razón. Mantener la lucha armada nos podría dar una posición de fuerza, que podría ser útil pensando en una futura negociación. Pero no parece que esa situación esté próxima. Por otro lado, esperar tampoco es una mala táctica. Las fuerzas de ocupación podrían confiarse, y darnos una mejor ocasión de atacar.
"Y aunque eso no ocurra, seguiremos resistiendo. Hay que pensar en el largo plazo. No importa cuánto tiempo nos sometan, no vamos a desaparecer. Y eso les dirá a todos que nuestra causa es real, que tenemos motivos para luchar. Lo otro, emprender acciones temerarias para lograr un pequeño éxito, es afán de protagonismo. No necesitamos mártires, necesitamos la victoria. Esperaremos.
La reunión se dio por concluída. Uno a uno fueron abandonando el lugar.
* * * * *
Al día siguiente a la reunión, Lobo fue a entrevistarse con Tanner, el enviado secreto del gobierno.
- Le traigo malas noticias, Tanner – le dijo – Tigre ha decidido renunciar a la acción por un tiempo.
- En efecto – dijo Tanner - son malas noticias. Si continuase la lucha, sería la excusa perfecta. Rolf se vería obligado a tomar medidas más enérgicas: detenciones, tal vez alguna ejecución. Pero si no hay nada de eso, es demasiado sensato para extralimitarse. Dígame, ¿cómo ha tomado Tigre esa decisión?
- Ha sido a propuesta de Búho, otro camarada.
- ¡Ah, sí! Lo conozco. Había sido catedrático de filosofía, hasta que lo expedientaron. Yo era alumno suyo, ¿sabe? Por aquel entonces, los estudiantes ya lo llamábamos Búho. Y él, por lo visto, lo sabía, ya que ha conservado el apodo.
- ¿Cuáles son sus órdenes, señor? – preguntó Lobo.
- De momento, limítese a esperar. Como el resto. Tendré que buscar otro medio para que el asunto pase a alguien más agresivo que Rolf. Creo que lo mejor será que alguien le insinúe al ministro Strauss que un hombre fuerte como Rolf, alguien capaz de pacificar esta zona, es un peligro para la estabilidad del gobierno. Conociendo a Strauss, sé que se apropiará de la idea, y la presentará como suya. Suele hacer eso: ponerse medallas ganadas con los méritos de otro. El camarada Búho – sonrió - por su experiencia universitaria, le diría que esa práctica constituye una antigua tradición académica.
Lobo asintió. Se sentía un buen ciudadano, leal al gobierno. Lo invadía un difuso sentimiento hacia los demás habitantes de la nación, los que no vivían en aquella tierra torturada. Un sentimiento que bien podía llamarse fraternidad. Y era en nombre de esa fraternidad que se había convertido en traidor a los de su tierra.
Algún tiempo más tarde, Rolf fue destituído. Y tras un breve lapso de tiempo, estalló nuevamente la revuelta. El resto es ya historia.
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