sábado, octubre 11, 2008

Igualdad

Tal como no prometí, aquí está la entrega sobre la igualdad. En este caso es un cuento más o menos político, que no se refiere a ningún conflicto real, pero que se parece a unos cuantos. Los nombres son inventados; las ideas y situaciones, por desgracia, son semejantes a otras actuales.

IGUALDAD
El mariscal echó una mirada crítica a su alrededor. La ocupación había sido tan rápida que todo estaba aún a medio hacer. Varias cuadrillas de operarrios ocupaban salas y rincones del amplio palacio, instalando cables eléctricos, líneas telefónicas, antenas de comunicación. Otras cuadrillas de limpiadoras iban y venían, barriendo y quejándose de lo mucho que ensuciaban los operarios. En medio de todo ese bullicio, la mirada experta del mariscal detectó un individuo casi inmóvil, al pie de la escalinata. Era Tanner, un viejo conocido. Antes de que pudiera acercarse hasta él, Tanner se percató de su presencia y se dirigió rápidamente a su encuentro.
- Buenos días, mariscal - dijo - Sígame, por favor. Su despacho ya está preparado.
- Buenos días, mi pequeño amigo - respondió el mariscal - Veamos lo que me han asignado.
Ambos subieron la escalinata y llegaron ante una sólida puerta, que daba acceso a una amplia sala.
- Bien, de momento - comentó el mariscal - Veo que hay una puerta, y que puede cerrarse. Y parece lo bastante gruesa para desanimar a oídos indiscretos. Eso es esencial.
Tanner asintió, esperó respetuosamente a que el mariscal entrase y lo acompañó hasta una monumental mesa de escritorio.
- Un poco excesivo, me parece - dijo el mariscal - En campaña, una se acostumbra a trabajar en mucho menos espacio. Pero siéntese, amigo mío. Tenemos que hablar.
Tras sentarse, el mariscal dijo:
- Supongo que lo han enviado desde la capital para que me ayude a redactar las normas. Y eso me dice que algo les preocupa, que éste debe ser un caso especial. Es decir, que yo deberé seguir unas normas para dictar las normas.
Tanner sonrió, y dijo:
- Veo que conserva usted su agudeza táctica, lo que no me sorprende. En efecto, en la capital están preocupados, especialmente el ministro. No por la ocupación; los rebeldes han hecho tantas barbaridades, que la intervención estaba justificada.Han seguido una mala política: se han mostrado como revolucionarios, cuando podían presentarse como una minoría oprimida. Y no se espera que haya problemas en cuanto a la reacción internacional. Exteriores ha dejado muy claro que se trata de un asunto interno de nuestro país.
- ¿Entonces? - preguntó el mariscal, impaciente.
- El problema es Turcomania - dijo Tanner - Sabe usted que ellos tienen una minoría que simpatiza con los rebeldes de aquí. Y temen que una represión demasiado severa provoque alguna revuelta en su propio territorio.
- Entiendo - dijo el mariscal - ¿Y qué le ha dicho Strauss que haga, exactamente?
- Sospecho que el señor ministro no le es muy simpático - dijo Tanner.
- Me gustaría aclarar - replicó el mariscal - que no es porque sea judío. Usted también lo es, y lo considero mi amigo. Más bien es porque Strauss me parece un imbécil.
- El ministro - dijo Tanner, ignorando el comentario del mariscal - quiere que no demos la impresión de que estamos oprimiendo al pueblo.
El mariscal se quedó pensativo un rato, y finalmente dijo:
- Muy bien. Me parece que ya lo tengo. Lo que haremos será implantar la igualdad. Seremos severos, pero no seremos injustos. Desde luego, habrá que imponer algunas restricciones. A fin de cuentas, esta región no es segura. Aún existe un movimiento clandestino, dispuesto a lo que sea. Y no se trata de facilitarles el trabajo.
"Veo que asiente. Bien. Le voy a resumir mi idea. Ahora mismo, tenemos aquí dos grupos: la fuerza militar, y la población civil. Pues bien, no habrá ninguna diferencia entre ellos, ningún privilegio. Igualdad, como ya he dicho.
El mariscal calló, recapacitando. Tanner aprovechó para comentar:
- Me temo que eso no satisfará al ministro. El gobierno espera algún tipo de correctivo...
- ¿Se cree usted que no lo sé? - replicó el mariscal - Desde luego, hay que quebrar la moral de los rebeldes, y de sus partidarios. Pero una demostración de fuerza no haría más que enconar los ánimos. No me basta con un éxito momentáneo, con haber sofocado la revuelta. Lo que pretendo es pacificar la región, hacerles ver que su separatismo no es la mejor opción. Y para eso, no puedo tratarles como a ciudadanos de segunda. Igualdad, vuelvo a repetir.
- Pero...
- Déjeme acabar. Hasta ahora, sólo le he contado la estrategia. Pero aún tengo que exponerle la táctica. Le he dicho que no va a haber diferencia entre las tropas y la sociedad civil. No lo voy a permitir. Eso quiere decir que si las tropas acatan y obedecen mis órdenes, la población civil también deberá hacerlo. Será preciso que me nombren gobernador militar.
- No creo que haya problema.
- Si a un soldado no se le permiten manifestaciones públicas en contra de la nación, del gobierno o de mi persona, tampoco se le permitirá a ningún civil. Si entre los soldados no hay privilegios, tampoco los habrá entre los civiles.
- Pero, mariscal...
- Vamos, Tanner, ya hace lo bastante que nos conocemos como para que pueda ahorrarse el tratamiento. Llámeme Rolf.
- Muy bien. Como quiera, Rolf. Lo quequería decir es que seguramente habrá aquí personas influyentes, de buena posición. Gente capaz de conformar la opinión de los demás. Y tal vez nos convendría tratarlas un poco mejor y tenerlos de nuestra parte.
- No. Esa es una trampa en la que se ha caído muy a menudo. Si favorecemos a los ricos o a los notables, nos odiarán, como los odian a ellos. Y lo sentirán como una injusticia. No pienso cometer el mismo error que los comunistas; no existirá ninguna "inteliguentsia". Desde luego, no saltarán de alegría, pero no les quedará más remedio que resignarse. Es de sentido común que pretender que todos sean ricos, es absurdo. No puede ser. Cae por su propio peso que la única igualdad posible es que todos sean pobres. Ya que no pueden ser todos felices, que sean todos desgraciados.
"Nadie podrá esperar razonablemente comer más, o mejor, de lo que come un soldado; pero tendrá la seguridad de no comer menos. Y cuando suene el toque de queda, todo el mundo, civiles o militares, se irá a dormir. Y yo el primero.
- Eso, Rolf - dijo Tanner - se parece mucho a una dictadura. Por no hablar de tiranía.
- Sería yo un pésimo militar si me dieran miedo las palabras - dijo el mariscal - No me importa lo que puedan decir. Pero en esta ocasión, le puedo asegurar que quien guarde las ovejas no será ningún lobo.
* * * * *
Seis meses después, Tanner fué recibido por el ministro.
- Tengo un problema, Tanner - dijo Strauss - Los informes que me envía el mariscal Rolf parecen demasiado buenos. Dejando a un lado las aburridas estadísticas, aquella zona, por lo visto, es un oasis de paz. Más que de paz, de tranquilidad. Usted ha estado allí, se ha paseado por las calles, ha visto a la gente. Dígame, ¿es verdad?
- El mariscal Rolf - dijo Tanner - es un buen soldado. Es decir, leal. Sólo engañará al enemigo. Lo que dice es verdad.
- Entonces - dijo el ministro - tenemos un problema aún mayor. Rolf es demasiado bueno. Un líder. Alguien capaz de ocupar una zona hostil, pacificarla y mantenerla estable, es un peligro. ¿Qué le impide imaginar un golpe de estado, derrocar al gobierno e imponer su mandato? Al parecer, ha implantado una utopía. Pero sabe usted, tan bien como yo, que "utopía" significa "en ningún sitio".
Tanner no consideró necesario contestar.
- Si dejamos que las cosas sigan su curso - continuó el ministro - la paz que ha conseguido Rolf no durará. Cualquier persona con iniciativa aspira a sobresalir, a ser más. No puede sentirse cómoda con una igualdad forzada. Y la igualdad no forzada, simplemente, no existe. Pero no podemos esperar tanto. Mañana volverá usted, a llevarle un mensaje personal a Rolf.
Al día siguiente, Rolf fué destituído como gobernador militar. Y tres días más tarde, estalló nuevamente la revuelta.
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