martes, abril 14, 2009

Subversión

El cuento de hoy es una historia aparentemente triste, que tal vez pueda llevar algún mensaje. No estoy seguro de ello. Me veo obligado a añadir que se trata de una historia totalmente ficticia. Cualquier semejanza con hechos o personas reales es una pura casualidad. Malintencionada, pero casualidad a fin de cuentas.

SUBVERSION

El secretario llegaba tarde a la reunión. Desde luego, no era culpa suya, o no lo era totalmente. No lo habían avisado con tiempo suficiente, y además, él no debía, en teoría, estar presente. Si el consejero delegado no hubiese tenido un contratiempo insalvable en el último momento, nadie habría contado con él. Aún así, el secretario se sentía inquieto, y entró en la sala pidiendo excusas.

- Bueno, bueno, está bien – dijo el presidente, interrumpiendo sus explicaciones – Siéntese y empecemos.

El secretario tomó asiento y se dispuso a tomar nota de lo que se hablase. Miró a su alrededor, y pensó que aquella era una extraña colección de personajes. Lo raro no era que estuviese presente el director de la policía; lo raro era que a su derecha se sentase el obispo, y a su izquierda, el portavoz del partido radical, del que se rumoreaba que iba a ser ilegalizado.

- Señores – dijo el presidente – el ministro del Interior nos pondrá al corriente de la situación, que ya les adelanto que es grave.

- En efecto – dijo el ministro, levantándose – El caso es que ha aparecido un nuevo grupo, muy subversivo, y al parecer, muy peligroso.

- ¿Tienen armas? ¿Son violentos? – preguntó el director de la policía.

- No tienen armas – fue la respuesta – No son violentos. Están inscritos como una asociación cultural.

- Entonces – volvió a preguntar el policía - ¿dónde está el peligro?

- En sus ideas. Mejor dicho, en sus propuestas.

- ¿Qué es lo que proponen? – preguntó el obispo – Me cuesta creer que se les haya ocurrido algo nuevo, algo que no haya sido propuesto alguna vez por un grupo de locos, algo a lo que no hayamos sabido dar respuesta.

- Proponen... me cuesta decirlo, parece casi inofensivo. Proponen la alegría.

Algo semejante a un suspiro de alivio recorrió la sala. El portavoz del partido radical dijo:

- ¿Eso es subversivo? Me parece, no se ofendan, que tienen una idea muy pobre de lo que es subversión. Ahora mismo, y sin esforzarme, les podría dar tres o cuatro consignas que les pondrían los pelos de punta.

- No se equivoque – dijo el ministro – Estos no tienen nada de tontos. Y lo que proponen es una alegría individual y gratuita.

- Ah, eso sí que no – dijo el representante del partido conservador - ¿Gratuita? ¿Otra cosa gratuita? Sanidad gratuita, educación gratuita, ¿qué más quieren? ¿Hasta dónde vamos a llegar?

- No sólo es eso – continuó el ministro – Es más grave de lo que puede parecer. Mucho más grave, porque la gente puede empezar a hacerles caso. Hemos estudiado a fondo las posibles consecuencias, y créanme, son terribles.

“Imagínense que una parte importante de la sociedad empieza a pensar que para tener alegría no es imprescindible comprar algo. ¿Qué pasaría con el comercio? Por ejemplo, se puede tener alegría sin tener un auto nuevo. ¿Qué porvenir le espera a la industria del automóvil?

“Se puede tener alegría sin necesidad de hacer algo concreto. Si la gente lo cree, ¿cuánto va a durar el descontento?

- Si no están descontentos – dijo el radical, alarmado – no tendrán por qué seguir las consignas. Ni siquiera las moderadas.

- Si no están tristes – dijo el obispo – no buscarán consuelo. Y entonces, ¿qué vamos a hacer?

- Imagínense – continuó el ministro – que piensen, que crean que para tener alegría no es preciso dominar a nadie.

- Si eso fuera así – dijo el presidente - ¿para qué luchar por el poder? ¿Para qué, ganar las elecciones?

- Se acabaron las rivalidades deportivas – intervino el secretario, ante la sorpresa de todos.

- Un momento, un momento – interrumpió el representante del partido conservador – Señores, la cosa está clara: la base de nuestra sociedad es el descontento, la insatisfacción. Por eso es por lo que la gente trabaja, y estudia, y se esfuerza, y va al gimnasio y se hace operaciones de estética. Y mientras estén descontentos e insatisfechos, la maquinaria seguirá funcionando. Por ese motivo, nuestra responsabilidad es conseguir que el que fracasa se sienta desgraciado, pero el que triunfe tampoco renuncie a conseguir algo más.

“A usted, señor obispo, le conviene que haya desgraciados; le van a llenar las iglesias, rezando y pidiendo perdón, y suplicando un poco de alivio para su infelicidad. Y a usted, señor radical, lo van a seguir los descontentos y los resentidos, gritando las barbaridades que querrían hacer, si se atrevieran. A ustedes también les interesa que la situación no cambie.

“¿Y esa gente quiere acabar con todo? ¿Qué son, unos ingenuos? ¿Cómo van a anular la ambición? ¿Cómo van a suprimir la envidia? ¿De verdad pueden hacerlo?

El presidente pidió silencio con un gesto, y dijo:

- En primer lugar, quiera agradecerle su exposición, tan clara y tan contundente. Y tan apasionada, debo añadir. No sé cuánto le pagan a usted por tener mal genio; pero deberían subirle el sueldo.

Ante las risas contenidas de los asistentes, el representante conservador, rojo de ira, replicó:

- Guárdese usted los chistes para las sesiones del Parlamento, haga el favor. No tiene usted tanto ingenio como para irlo malgastando.

- Señores, por favor – terció el obispo – No es momento de disputas personales. La situación es grave, debemos decidir qué hacemos.

“Preguntaba usted si pueden hacerlo, es decir, si pueden convencer a alguien. Desde luego que pueden. No se le ocurra despreciar la fuerza que puede llegar a tener una sola persona convencida. Porque esa persona puede llegar a convencer a unos pocos. Una docena, pongamos. pongamos. Y de todo los que puede llegar a salir, partiendo con un grupo tan pequeño, algo sé, se lo aseguro.

- Podemos ilegalizarlos – dijo el policía.

- Eso no es una solución – dijo el radical – Háganlo, y se volverán más fuertes. Se volverán clandestinos, me harán la competencia como rebeldes, y al final tendré que unirme a ellos. Pero no les puedo asegurar que llegue a controlarlos.

- La Iglesia – dijo el obispo – podría considerarlos una secta, una herejía. Diríamos que seguirlos es pecado.

- No se ofenda, padre – dijo el radical – pero a la vista del éxito que tienen ustedes en la lucha contra el pecado, mejor que no hagan nada.

- Entonces – dijo el presidente - ¿qué podemos hacer? ¿Alguien tiene alguna idea?

El representante conservador, en tono resentido, dijo:

- No se merecería usted que lo ayude. Y si hago una propuesta, es porque lo que está en juego es más importante que nuestra rivalidad. Se trata del bien del país.

“Yo también tengo alguna experiencia de grupos rebeldes. Por lo visto, no son tan inofensivos que podamos ignorarlos. Y no son violentos, por lo que no podemos emplear la fuerza sin convertirlos en mártires. Tal como yo lo veo, tenemos que afrontar el problema, y sólo podemos hacer una cosa.

El conservador hizo una pausa, y añadió:

- Devorarlos. Y luego, digerirlos.

Hubo un denso silencio. Finalmente, se oyó la voz del presidente:

- Eso, ¿cómo se hace?

El conservador sonrió.

- Es muy sencillo – dijo – para cualquiera que sepa cómo llevar un gobierno. En primer lugar, hay que ponerlos de moda. Que hablen de ellos en los periódicos, que salgan en televisión, que aparezcan en las portadas de las revistas. Que se hagan famosos. Tenemos los medios para hacerlo.

“Son una agrupación cultural, ¿no? Pues se les concede una buena subvención. Mucho dinero, no hay que quedarse a medias. Pero muy importante: sin ningún tipo de publicidad. Que quede registrado, pero sin alharacas. Y por último, debemos hablar bien de ellos. El gobierno, la oposición, la Iglesia, las fuerzas del orden. Todos debemos parecer enamorados de esa gente. Todos, menos el partido radical. A ustedes les toca jugar el segundo tiempo.

“Al principio, no dirán ustedes nada. Cuando sean muy conocidos, y la gente empiece a hartarse de verlos en todas partes, empiezan ustedes. Como será un grupo famoso, no faltarán los sensacionalistas que busquen sus pequeños secretos, sus trapos sucios. Y ustedes lo irán filtrando. Vayan haciéndolo público, que la gente empiece a preguntarse si de verdad son tan buenos. Si todos hemos hablado bien de ellos, no les costará presentarlos como vendidos al sistema.

“Y en cuanto se sepa que han recibido dinero en secreto, sin que se hiciera público, ya estarán perdidos. Poco fiables, corruptos, bendecidos por el sistema, ¿quién se los va a creer? ¿Quién los va a seguir? Me parece que eso es todo.

Tras unos momentos de silencio, uno de los presentes inició un tímido aplauso. Luego otro, y otro, y enseguida toda la asamblea se puso en pie, dedicando una ovación al representante conservador. Esa fue la verdadera historia de la reunión. Y ese fue el auténtico motivo de que ya no se hable de aquel grupito de idealistas, que durante un tiempo, consiguió hacerse famoso.

2 Comments:

Blogger Anis&Bourbon said...

Grande muy grande :)

Hace un tiempo leí un texto tuyo que publiqué en mi blog. De nuevo he vuelto a reengancharme a tus cuentos.

Me encantan, muchas gracias.

10:23 a. m.  
Blogger voluntarios por la no violencia said...

Simpático cuento, cómo otros que he leído tuyos muy bien escrito.
La pena es que no termina, porque la propuesta de los malos no contempla nada nuevo...

3:16 p. m.  

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