viernes, abril 20, 2007

El Amante Perfecto (3)

Nueva entrega de las vicisitudes del príncipe Jafed, esta vez con su tercer maestro. Tal como se verá, son sus úlimas lecciones, y en los próximos capítulos, el joven deberá enfrentarse a la realidad.

EL TERCER MAESTRO

Jafed descendió por el sendero entre las rocas que llevaba a la playa, hasta llegar a la arena. Se dedicó a escrutar las cuevas que se asomaban hacia el mar, buscando a su maestro. En una de ellas divisó a un viejo mendigo, y al acercarse a él para preguntarle por el sabio cristiano, el hombre le dijo desde lejos:
- Buenos días, Jafed. Te esperaba.
Jafed, incrédulo, llegó hasta el mendigo y le preguntó:
- ¿Sois vos, mi maestro?
El viejo sonrió y dijo:
- Ya lo ves. La sabiduría no da para llevar una buena vida, pero te consuela de no tenerla. Eso, suponiendo que yo tenga alguna, cosa más que dudosa.
Jafed se sentó al lado del mendigo, y éste dijo:
- En primer lugar, me gustaría dejar clara una cosa. No voy a tener más remedio que hablarte de mi fe. Espero que no vayamos a discutir por eso.
- No lo sé - dijo Jafed, cauteloso - Vos habláis de Dios, y yo de Alá. Si son dos nombres distintos, no creo que se refieran a lo mismo, ni que lo veamos igual.
- No estés tan seguro - dijo el vejo - Esta parte se llama pie - añadió, señalando el de Jafed - y esta otra, mano. Y sin embargo, ambas son Jafed. Además, tú y yo sabemos que Dios, Alá, o como quieras llamarlo, no hay más que uno.
El anciano meditó un momento y concluyó:
- Y yo también soy de la estirpe de Abraham.
- De Ibrahim - corrigió Jafed.
El anciano se echó a reir.
- Vaya - dijo - ya veo que vamos a tener problemas gramaticales.
Jafed sonrió, contagiado por la jovialidad del mendigo. Se reprendió a sí mismo, prometiéndose no volver a ser tan quisquilloso.
- Según me han dicho - dijo el maestro . pretendes llegar a ser el amante perfecto.
Jafed asintió.
- Es curioso - continuó el anciano - Hasta ahora, los únicos que he conocido que se podía decir que eran perfectos en algún sentido, es porque eran unos perfectos imbéciles.
Jafed sonrió, y el maestro añadió:
- Pero me temo que eso es una falta contra la caridad. Muy bien, dime, ¿qué es lo que puedo enseñarte?
- ¿Qué es el amor?
- Una enfermedad mortal - dijo el anciano - A veces te mata, y a veces no te la sacas de encima hasta que te mueres. ¿Qué más?
- ¿Cuánto dura? Es decir, ¿se acaba?
- Sí, claro, como todo en esta vida. Lo malo es cuando se te acaba antes de morirte.
Jafed calló, y fué el maestro quien tomó la palabra:
- ¿No quieres saber nada más? ¿Por qué no me preguntas qué color tiene, cómo suena, a qué huele?
Jafed lo miró sorprendido, y el viejo dijo:
- Huele a azul, y suena como el perfume de una flor, y tiene el color de la música - sonrió - O puede que me haya confundido.
De repente, sin transición, el maestro preguntó:
- ¿Sabes nadar?
Jafed negó con la cabeza, y el mendigo dijo:
- Perfecto. Vamos a bañarnos en el mar. Allí te podré enseñar algo sobre el amor, y de paso, te irá bien para quitarte el polvo del camino.
Jafed siguió al mendigo hasta la playa, y allí se desnudaron, dejando las ropas sobre la arena. El maestro, con una vitalidad insospechada, echó a correr hacia el agua, dió algunas zancadas chapoteando y acabó por zambullirse. Jafed avanzó cauteloso. Era la primera vez que se bañaba en el mar, y temía que en cualquier momento le faltase el suelo bajo los pies.
- Entra sin miedo - le dijo el maestro, que nadaba más adentro - Te bastará con caminar.
Jafed avanzó hasta que el agua le llegaba casi a la barbilla. El anciano le dijo:
- Déjate caer.
Jafed lo hizo, y se hundió. Apenas se sintió sumergido, empezó a manotear furiosamente. Sin darse cuenta, abrió la boca, intentando respirar, y se le llenó de agua. Por fin, sus pies, que pedaleaban frenéticos, rozaron la arena y pudo ponerse en pie, tosiendo y casi ahogado.
- Así no - dijo el maestro, impasible - Más despacio. Extiende los brazos, dobla las rodillas y confía. Métete dentro del agua.
Jafed lo probó con cautela. De repente, notó que el agua lo sostenía, y que bastaban unos mínimos movimientos de brazos y piernas para mantenerse a flote. El maestro se le acercó nadando y le dijo:
- ¿Lo ves? El amor es igual. Si te opones, si desconfías, se te llevará por delante. Pero si te abandonas, entonces te sostendrá.
Jafed, malhumorado y con la sal escociéndole en los ojos, dijo:
- ¿No podríais habérmelo dicho, en vez de dejar que casi me ahogase?
- No me habrías creído - respondió el maestro - Algunas cosas no se entienden hasta que se viven.
Más tarde, mientras compartían un poco de pescado seco, Jafed refirió al anciano la historia de su padre, en respuesta a sus preguntas. Cuando hubo acabado de narrar la traición de la concubina, el viejo observó, con expresión sombría:
- Un amante perfecto debe saber perdonar. Ya sé, ya sé que existe el orgullo, y el honor, y todas esas cosas. Pero todo eso tiene poco que ver con el amor, si es que algo tiene. El amor es otra cosa.
- Pero, ¿qué es? - preguntó Jafed, una vez más.
- Pues mira, eso depende. Para algunos, es algo que hacen: aman. Para otros, es algo que les ocurre: están enamorados. Y para unos pocos, no es ni lo uno ni lo otro. Más bien es algo que son. En eso es en lo que creemos los cristianos: en serlo.
"Antes me has preguntado si el amor se acaba. ¿Acaso se acaba el mar? Estaba antes de tí y estará cuando tú te hayas ido. Y tú no habrás hecho más que nadar en él. Puede que acompañado; sería muy bonito. Pero también puedes nadar solo. Puedes sentir amor aunque no tengas a nadie, porque en realidad los tienes a todos. Incluso a tus enemigos. Eso es lo que somos: nadadores. Pececillos. Como este pobre que nos estamos comiendo.
Lo cierto es que el maestro hablaba poco, y aún así, se contradecía a menudo. Una vez que Jafed se lo comentó, obtuvo esta respuesta:
- Es que la vida es contradictoria, y el amor aún más. Vivir es volverse viejo, pero haber vivido es haber sido joven. Vivir es poco más que respirar y durar hasta el día siguiente, y sin embargo es mucho más que eso. Y amar es que te haga feliz lo mucho que te falta. Amar es ser esclavo de la libertad de otro. Valorar una bagatela como si fuese un tesoro, y regalar un tesoro como si fuese una bagatela.
Jafed no llevaba siguiera una semana con su tercer maestro, cuando éste le dijo de sopetón:
- Creo que debo decírtelo: es muy posible que todos nosotros estemos perdiendo el tiempo. Tú como alumno y nosotros como maestros. Porque en realidad, no es en absoluto necesario que tú seas el amante perfecto. Bastaría con que encontrases una sola mujer que se lo creyera.
- Pero - protestó Jafed - se daría cuenta si no lo fuese.
- ¿Estás seguro? - replicó el maestro - Se daría cuenta, sí, si no lo intentases, si dieses por descontada tu perfección. Pero mientras no lo seas, mientras te esfuerces por serlo, ella estará dispuesta a creerte el mejor amante del mundo.
- No lo entiendo - dijo Jafed - Decidme, ¿os parece mal lo que persigo? Yo he oído decir que para los cristianos, el sexo es pecado.
- Oh, seguro - dijo el maestro, irónico - El sexo es algo malo. No sé en qué estaría pensando Dios, cuando lo creó. Eso es lo que parecen creer algunos. Pero no yo. Es algo, y sirve para algo. Para más de una cosa, en realidad. Aún así, mi opinión es que su función más importante es la de crear vida.
"En realidad, es más que eso, claro, de la misma forma que nosotros somos algo más que animales. Sobre ese hecho básico hemos puesto ternura, contacto, comunicación. Un río, en su fluir, puede arrastrar cenizas y fango, hojas caídas y ramas rotas, peces, barcas y cadáveres. Y aún así, lo que un río lleva básicamente, es agua. Y por mucho que hayamos puesto o imaginado en el sexo, sigue siendo como un río: fuerte como él, y neutro como él. Algo esencialmente inocente, ni bueno ni malo. Pero los que a veces no somos inocentes somos nosotros.
Otro día, el maestro dijo:
- No permitas que el amor sea algo que te ocurra. Debes verlo como una misión, una tarea que cumplir. Porque si no es así, puede suceder que se acabe. Y el amor perfecto debe ser para toda la vida.
- ¿Por qué? - preguntó Jafed - Si es mayor que nosotros, si apenas somos dignos de él, si nos es tan difícil alcanzarlo, ¿por qué esperar tanto de él? ¿Por qué no limitarnos a lo que nos permita el destino? ¿Por qué no decirnos: "durará lo que dure, y cuando se acabe, se habrá terminado"?
El maestro lo miró con una expresión extraña, casi sonriente, y dijo:
- Por una sola razón: estas cosas, si se acaban, nunca se acaban al mismo tiempo por los dos lados. Si se pierde el amor, siempre hay uno de los dos que lo pierde primero. ¿Por qué hacerlo durar más? Pregúntaselo al otro, al que aún no lo ha perdido. Él, o ella, tiene la respuesta.
Una noche, Jafed se despertó sobresaltado. Aún aturdido, intentó identificar la causa, y un relámpago iluminó descarnadamente los rincones de la cueva. Había tormenta. Jafed se estremeció. Miró a su alrededor, y vió que el maestro estaba sentado a la entrada de la cueva, mirando hacia fuera. Jafed se acercó a él, y se sentó a su lado. El viento fresco le azotaba el rostro, y llevaba hasta sus labios rociones de espuma. El maestro dijo:
- Mira: una noche de pasión.
A la luz de los relámpagos, Jafed vió el mar como nunca lo había visto, cuajado de olas embravecidas, altas y extensas.
- De vez en cuando, necesita alborotarse - comentó el maestro - Mañana por la mañana, no parecerá el mismo, y ni siquiera nos acordaremos.
Jafed no podía creerlo. El mar parecía capaz de pulverizar las rocas y engullirlos a ellos. El cielo negro se cuarteaba en relámpagos, y los truenos lo ensordecían. Jafed se sentía cada vez más incómodo. Había demasiada oscuridad, y cuando no la había, la luz era demasiado intensa. Y el ruido, el viento y aquel sabor salado lo aturdían. Aquello se parecía demasiado a la muerte, una muerte violenta. Si aquello era la pasión, mejor era no conocerla. Finalmente, se retiró al fondo de la cueva, y consiguió llegar a dormirse.
Al día siguiente, tan como había anunciado el maestro, el mar había recuperado su aspecto luminoso y tranquilo. El anciano dijo:
- Lo que viste anoche era una emoción, y lo que ves ahora es un sentimiento. Hay gentes tan desorientadas que los confunden; no lo hagas tú, porque son distintos. La diferencia principal es que un sentimiento puede ser fuerte, y sin embargo tranquilo. Y una emoción fuerte jamás es tranquila. Pero las emociones pasan, ya lo ves, a veces en una noche. Eso no quiere decir que no las debas tener en cuenta; anoche habrías sido un insensato si hubiese pensado en ir a nadar. Pero habrías sido un tonto si hubieses creído que no podrías volver a hacerlo.
Un día, el maestro despertó a Jafed muy temprano y le dijo:
- Debes irte.
Jafed, aún confuso, preguntó:
- ¿Por qué?
El maestro respondió:
- Porque ya llevas tres meses aquí. Y lo que se puede decir del amor, o se puede decir en media hora, o no basta una vida. Pero tú no estás para que se te digan cosas; tú estás para aprender. Y ya te dije que hay cosas que no se aprenden si no se viven. Mi misión ha terminado, y debo enviarte con el cuarto maestro. Pero el cuarto maestro es la vida. Que Dios te bendiga. Que Alá te acompañe. Que Él, tenga el apodo que tenga, cuide de todos nosotros.
Y Jafed partió, sin saber hacia dónde partía.

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