El amante perfecto
Ante la proximidad de Sant Jordi, también Día del Libro, me he decidido a publicar, después de bastante tiempo de inactividad, un relato largo, o una novela corta, según se mire. El título es "El amante perfecto", y habrá quien pueda pensar que teniendo en cuenta el autor, queda claro que se trata de una obra de fantasía. Debido a su longitud, la presentaré en cuatro partes, a razón de una al día. La obra tiene la desfachatez de empezar de la misma forma que "Las mil y una noches" ("Alf laila ua laila"), y en un estilo similar. Aquí va la primera parte.
EL AMANTE PERFECTO (Historia del príncipe Jafed)
PROLOGO
Se cuenta - pero Alá es más sabio - que hace algún tiempo ya, vivía en la India un poderoso monarca, de nombre Abdul, que tenía un hijo llamado Jafed. Abdul gobernaba a sus súbditos con justicia y magnanimidad. Sus cuatro esposas y sus veinte concubinas consolaban sus noches, y el príncipe Jafed crecía en estatura e ingenio ante sus ojos. Parecía que su vida iba a ser una sucesión de días felices,hasta el momento en que Alá, el omnipotente, el misericordioso, le pusiera fin.
Sin embargo, un buen día, Abdul sorprendió a la más joven de sus concubinas en brazos de un sirviente. Impulsado por su rencor y justificado por la ley, ordenó la ejecución de ambos, y así se cumplió. Pero desde aquel momento, Abdul se vió invadido por una desazón y una pesadumbre que no lograba disipar. Finalmente, y tras mucho cavilar, hizo venir ante sí al príncipe Jafed, y le dijo:
- Hijo mío, he tomado una decisión. Debo decirte que hace poco he sufrido la peor decepción de mi vida, y no estoy dispuesto a que a tí te pueda ocurrir lo mismo. Yo he sido traicionado, y tengo derecho a esperar que tu vida se vea libre de ese dolor.
"Ante una desgracia como la ocurrida, no hay nadie inocente, ni siquiera yo. Habría debido saber, preverlo, evitarlo. El descuido puede ser tan culpable como el delito, pero tú te verás libre de ambos.
"Mi falta fué no haber dado a una mujer joven todo el afecto y la atención que necesitaba. Por eso he dispuesto que pases unos años con los hombres más sabios del país, para que te transmitan sus conocimientos y puedas llegar a ser el amante perfecto. Si lo eres, cualquier mujer preferirá morir a traicionarte.
"Sé que Harun, el Justiciero, tomó otra decisión: la de ejecutar a sus nuevas esposas después de la primera noche. Hasta que tropezó con Scherezade. Pero yo creo que hay otra solución, que espero que tú puedas llevar a la práctica. Así pues, prepárate a partir, porque tienes mucho que aprender.
- Escucho y obedezco - respondió el príncipe.
Jafed era casi un niño, y aún no lo turbaban las inquietudes de la adolescencia. Por más que no supiese ver el sentido de todo aquello, se dispuso a la marcha, por el respeto y fidelidad que le debía a su padre.
EL PRIMER MAESTRO
Tras dos días de viaje, Jafed llegó a la casa del maestro, un anciano que lo estuvo mirando largamente, hasta hacerlo sentir incómodo. Finalmente, el viejo le preguntó:
- ¿Quieres aprender?
Jafed asintió. El viejo volvió a preguntar:
- Y, ¿cuánto quieres aprender?
Jafed, tras vacilar un poco, respondió:
- Lo suficiente, supongo.
El anciano sacudió la cabeza, y dijo:
- No empezamos bien. No basta con aprender lo suficiente. Hay que aprenderlo todo, y más en esta materia. ¿Acaso se puede volar a medias? El que lo intente, no será un pájaro, ciertamente. Y antes de empezar, convendría que dejásemos claro cuáles van a ser los límites. Tú no vas a decir "basta", no vas a decidir hasta dónde quieres llegar, porque debes llegar hasta el final. El amante perfecto, nada menos. Y yo, aunque te enseñe todo lo que sé, no será todo.
"Alá ha creado este mundo inmenso, y ha puesto en él a miles de personas, pero lo que no ha hecho ha sido darle toda la sabiduría a uno solo. Nadie lo sabe todo, ni siquiera acerca de sí mismo. Por eso necesitarás varios maestros. Pero no te preocupes, yo me encargaré de buscarlos.
Jafed preguntó:
- Perdonad, pero ¿dónde está la mujer?
- ¿Qué mujer?
- Si debo aprender a ser el amante perfecto - dijo Jafed - necesitaré una mujer, ¿no?
El maestro sonrió.
- De momento, no - dijo - Es mejor así. A menudo, ante una mujer, lo que ves estorba a lo que entiendes. Y antes que nada, debes entender. Llegar demasiado pronto al contacto es un error muy grave. Te haces una idea equivocada de las cosas, te obsesionas con tonterías, te envicias, te crees que ya sabes y no aprendes.
- Pero, incluso para entenderlas - insistió Jafed - ¿no sería mejor que hubiese una? Aunque sólo fuese para observarla.
- No - la voz del anciano fué categórica - Porque debes entender desde dentro, y para eso no hace falta otra mujer. Para eso, basta con lo que tú tienes, con la parte de mujer que hay en tí. Y con la parte de mujer que te falta, con lo que tú necesitas de ellas. Esa necesidad, esa carencia, dibuja a la mujer, de la misma manera que la huella revela la forma del pie.
"Será mejor que ahora vayas a descansar. Mañana, a primera hora, empezará tu aprendizaje, y algunas cosas se comprenden mejor estando descansado, lo mismo que otras se entienden mejor cuando se es desgraciado. Pero de todo habrá tiempo. Buenas noches.
Jafed se retiró a dormir, con ánimo intranquilo. No acababa de entender a aquel anciano, que decía unas cosas bien extrañas. Tal vez la tarea que le habían impuesto era más difícil de lo que parecía. De todas formas, decidió darse un margen de confianza y aplazar sus temores para más adelante.
Al día siguiente se despertó sobresaltado. El sol, ya alto, le dijo que tal vez había dormido más de lo conveniente, y temió que el maestro se incomodase con él. No le gustaba faltar a las normas, y tenía la sospecha de que en aquella casa esas normas no estaban ni siquiera formuladas, lo que no quería decir que no debieran seguirse.
Fué al encuentro de su maestro, pero no lo halló. Recorrió en vano todas las habitaciones; la casa estaba vacía. Salió al jardín, y paseó por él, sin ver a nadie. Incrédulo aún, vagabundeó de una a otra estancia, con pasos cansinos, esperando no sabía qué. Se sentó un rato en la terraza que daba al jardín. Contempló el cielo. Se cansó de estar sentado, y aventuró unos pasos entre los arbustos. No tenía demasiado sentido ponerse a explorar, y volvió a la terraza. Tras un rato que le pareció interminable, creyó oir un ligero ruido en el interior de la casa. Se levantó y entró, esperando hallar a alguien, algo. En el centro de una sala completamente vacía había una escudilla con unos puñados de arroz hervido, y al verlo se dió cuenta de que tenía hambre. Se sentó en el suelo y devoró el frugal almuerzo.
La tarde transcurrió igualmente solitaria, hasta provocarle un indecible aburrimiento. Dormitó un poco, y se despertó sobresaltado. Lo invadió una ligera irritación. Se dijo que allí estaba perdiendo el tiempo. Su enfado fué creciendo de tono, hasta obligarlo a ponerse en pie y dar unas cuantas zancadas furiosas. Se lanzó a recorrer el jardín, sin ver nada, atento solo a desahogarse con el ejercicio, y así estuvo hasta que empezó a oscurecer.
Al volver a entrar en la casa, vió que en la misma sala de antes había una nueva escudilla, con más arroz. Despechado y resentido, decidió no probarlo, y se fué a dormir.
Al otro día, al despertarse, vió que el maestro dormía a su lado. Apenas había tenido tiempo de moverse, cuando el anciano abrió los ojos, lo miró y puso un dedo ante los labios, imponiendo silencio. Jafed asintió. Aquello al menos era una norma, y podía seguirla.
Pronto quedó claro que el anciano no pensaba hablar en todo el día. Se limitaba a estar al lado de Jafed, siguiéndolo a todas partes y sin dejar de mirarlo. Jafed esperaba en vano alguna indicación de lo que debía o no debía hacer, y al no recibirla, decidió obrar por su cuenta. Salió al jardín, y el maestro fué con él. Se puso a pasear, acompañado del anciano, y si se detenía para contemplar un arbusto o una flor, el viejo se detenía también, aguardando.
Hacia mediodía, la presencia constante del maestro dejó de intrigar al muchacho, para empezar a molestarlo. Aparte de que no tenía ningún sentido que ambos guardasen silencio, aquella compañía ineludible era agobiante. Por la tarde, en un momento en que la persistente mirada del anciano se le hizo insoportable, Jafed echó a correr hacia el fondo del jardín. Sabía que el maestro no podría seguir el ritmo de sus piernas jóvenes. Y efectivamente, se quedó en la terraza, sin siquiera intentar acercársele. Pero cuando Jafed volvió la vista atrás, pudo ver que el viejo seguía mirándolo, que por lejos que estuviese no podía escapar a su mirada.
El resto del día costó de pasar, pero finalmente llegó la noche. Al retirarse a dormir, Jafed estaba decidido: al día siguiente se despediría del anciano y volvería a casa. Ya estaba harto de perder el tiempo. A la mañana siguiente, sin embargo, creyó que le debía alguna explicación, así que se encaró con el viejo y le dijo:
- Maestro, voy a marcharme. Yo he venido aquí a aprender, pero veo que no queréis enseñarme. Ya he perdido dos días, y no pienso seguir esperando a que os decidáis a empezar las lecciones.
El anciano lo miró con una expresión de ligera sorpresa y dijo:
- Las lecciones ya han empezado. Anteayer tuviste ocasión de aprender lo duro que es estar solo. Y ayer, lo complicado que resulta a veces estar acompañado.
"Estos son el norte y el sur, dos puntos esenciales para orientarte. Porque un buen amante debe saber que trabaja con sentimientos, y debe saber con cuáles. Y algunas de esas cosas no sirve de nada decirlas: hay que vivirlas. Pero no te preocupes; no habrá más lecciones sin palabras. A partir de ahora, aunque tú hagas el trabajo, yo tendré que dirigirte y orientarte.
El maestro calló unos instantes, dejando que sus palabras penetrasen en el ánimo de Jafed. El muchacho preguntó:
- Maestro, ¿qué debo hacer para ser un buen amante?
El maestro sacudió la cabeza y dijo:
- No te preocupes de momento por saber el qué. Antes de eso, debes tener muy claro el por qué. Cuando lo sepas, te será más fácil aprender el qué.
Jafed sonrió, y dijo:
- ¿El por qué? Eso ya lo sé. El hombre desea a la mujer, eso es todo. Y ser un buen amante sirve para poder satisfacer ese deseo.
El maestro replicó:
- No te engañes: el deseo y el instinto no son más que brújulas, indicadores que tenemos para saber hacia dónde debemos ir. Señalan el camino, pero no son la razón para seguirlo. La razón es otra.
- Entonces, ¿cuál es?
- Debes descubrirla tú solo. Aprende de tí mismo; sólo así sabrás que no te engañan. Escucha a tu corazón, y pregúntale qué espera de una mujer, no sólo como mujer, sino también como persona. Y escucha a la mujer que hay en tí, averigua qué necesita, y dáselo.
- Eso dijísteis el otro día, que hay en mí algo de mujer. ¿Acaso dudáis de mi virilidad?
- No, no lo has entendido. En tí hay algo de mujer, porque lo hay en cualquier hombre. No tiene nada de extraño. A fin de cuentas, tú, como todos, empezaste siendo parte de una mujer: de la madre que te llevó en su seno. Fuiste creado en un cuerpo de mujer, y algo te ha quedado de la tierra en que naciste.
"Y del mismo modo, en toda mujer hay algo de hombre, porque fué una semilla de hombre que la engendró. Y no sabrás amar y aceptar a una mujer mientras no sepas amar y aceptar a la mujer que llevas dentro.
"Podrías, claro está, negarla, olvidarla, reprimirla. Podrías limitarte, mutilarte, suicidarte. Pero no me parece una postura sabia. ¿Cómo vas a saber amar a otra persona si no sabes amar a la que tienes más cerca, tan cerca que la llevas puesta? ¿Cómo te vas a regalar a los demás, si no vales la pena?
- Habláis de amor, pero yo creía... ¿Es que hace falta amar para ser un buen amante?
- ¿Es que hace falta hierro para ser un buen herrero? No sé lo que tú habrás venido a aprender, pero yo no voy a ser tu maestro de vicios. ¿De qué estás hablando? ¿De sexo? Muy bien. Perfecto. Pero eso es sólo una parte. No creas que sabes hablar si sólo puedes pronunciar una o dos letras. Y déjame decirte algo más: dos personas que se acuestan juntas, es mucho mejor que se quieran. Eso los ayudará a perdonarse las decepciones.
"¿Qué parte de tí eres tú? ¿Tus genitales? Porque si es así, no necesitas a una mujer, una oveja te bastaría. Pregunta a los pastores. Si crees eso, cualquier carnicero puede venderte, al peso, la parte de hembra que te haga falta. Pero espero que seas algo más que eso.
- Pero, ¿es realmente tan difícil? Quiero decir, ¿es necesaria tanta técnica, tanto conocimiento? Para los animales, es todo mucho más simple, más sencillo.
- Sí, en eso tienes razón. Los perros, por ejemplo, no tienen ese problema. Lo malo es que un hombre no es un perro. Supongo que no te gustaría la comida que se da al perro. Y si no quieres su comida, ¿por qué habías de querer su conducta, su moral?
Jafed calló, pensativo. El maestro dijo:
- Siéntate dándome la espalda. Vamos a empezar a trabajar.
Jafed obedeció, como le tocaría obedecer muchas veces a lo largo de los días. El maestro dijo:
- Piensa en tí. No como tú te ves; intenta imaginar cómo te ven los demás. Contempla lo que hay de malo, dos minutos. Y contempla lo que hay de bueno, un par de horas. Te costará, ya lo sé. Pero lo primero que debemos conseguir es que dejes de ser tu peor enemigo.
Jafed se preguntó por qué el maestro creía que él era su peor enemigo, y esa fué la primera de una larga serie de preguntas. El muchacho pasó un año con el anciano, y en ese año aprendió a conocerse, a perdonarse y a reprenderse. A ser de confianza, pero sabiendo mantenerse al margen. A tener esperanza, pero sin confiar demasiado. A sufrir la decepción y el engaño, sin quejarse y sin darle importancia. A enfrentarse al éxito y al fracaso, dos impostores que deben tratarse de igual manera. A soportar la soledad, y aún más difícil, a soportar la compañía. En una palabra: a ser un hombre, más que eso, a ser una persona.
Al cabo de ese año, el maestro le dijo, un día entre los días:
- Yo ya he acabado mi misión. Te has convertido en otro, alguien que cualquiera, hombre o mujer, querría tener por amigo. No puedo hacer más por tí, porque ahora debes aprender algo acerca de la mujer, y yo no sé nada de mujeres: tan poco como puede saber un hombre. Y al parecer, eso no basta.
"Te enviaré con tu siguiente maestro, alguien que sí sabe algo acerca de ellas, si es que alguien lo sabe, incluyendo ellas mismas. No te sorprendas: es un infiel. Es uno de los seguidores de Gautama Buda, el Iluminado. O, al menos, lo era. Ve con él. Lo conocerás porque te dirá lo que dicen los sabios: que él no sabe nada, o casi nada.
EL AMANTE PERFECTO (Historia del príncipe Jafed)
PROLOGO
Se cuenta - pero Alá es más sabio - que hace algún tiempo ya, vivía en la India un poderoso monarca, de nombre Abdul, que tenía un hijo llamado Jafed. Abdul gobernaba a sus súbditos con justicia y magnanimidad. Sus cuatro esposas y sus veinte concubinas consolaban sus noches, y el príncipe Jafed crecía en estatura e ingenio ante sus ojos. Parecía que su vida iba a ser una sucesión de días felices,hasta el momento en que Alá, el omnipotente, el misericordioso, le pusiera fin.
Sin embargo, un buen día, Abdul sorprendió a la más joven de sus concubinas en brazos de un sirviente. Impulsado por su rencor y justificado por la ley, ordenó la ejecución de ambos, y así se cumplió. Pero desde aquel momento, Abdul se vió invadido por una desazón y una pesadumbre que no lograba disipar. Finalmente, y tras mucho cavilar, hizo venir ante sí al príncipe Jafed, y le dijo:
- Hijo mío, he tomado una decisión. Debo decirte que hace poco he sufrido la peor decepción de mi vida, y no estoy dispuesto a que a tí te pueda ocurrir lo mismo. Yo he sido traicionado, y tengo derecho a esperar que tu vida se vea libre de ese dolor.
"Ante una desgracia como la ocurrida, no hay nadie inocente, ni siquiera yo. Habría debido saber, preverlo, evitarlo. El descuido puede ser tan culpable como el delito, pero tú te verás libre de ambos.
"Mi falta fué no haber dado a una mujer joven todo el afecto y la atención que necesitaba. Por eso he dispuesto que pases unos años con los hombres más sabios del país, para que te transmitan sus conocimientos y puedas llegar a ser el amante perfecto. Si lo eres, cualquier mujer preferirá morir a traicionarte.
"Sé que Harun, el Justiciero, tomó otra decisión: la de ejecutar a sus nuevas esposas después de la primera noche. Hasta que tropezó con Scherezade. Pero yo creo que hay otra solución, que espero que tú puedas llevar a la práctica. Así pues, prepárate a partir, porque tienes mucho que aprender.
- Escucho y obedezco - respondió el príncipe.
Jafed era casi un niño, y aún no lo turbaban las inquietudes de la adolescencia. Por más que no supiese ver el sentido de todo aquello, se dispuso a la marcha, por el respeto y fidelidad que le debía a su padre.
EL PRIMER MAESTRO
Tras dos días de viaje, Jafed llegó a la casa del maestro, un anciano que lo estuvo mirando largamente, hasta hacerlo sentir incómodo. Finalmente, el viejo le preguntó:
- ¿Quieres aprender?
Jafed asintió. El viejo volvió a preguntar:
- Y, ¿cuánto quieres aprender?
Jafed, tras vacilar un poco, respondió:
- Lo suficiente, supongo.
El anciano sacudió la cabeza, y dijo:
- No empezamos bien. No basta con aprender lo suficiente. Hay que aprenderlo todo, y más en esta materia. ¿Acaso se puede volar a medias? El que lo intente, no será un pájaro, ciertamente. Y antes de empezar, convendría que dejásemos claro cuáles van a ser los límites. Tú no vas a decir "basta", no vas a decidir hasta dónde quieres llegar, porque debes llegar hasta el final. El amante perfecto, nada menos. Y yo, aunque te enseñe todo lo que sé, no será todo.
"Alá ha creado este mundo inmenso, y ha puesto en él a miles de personas, pero lo que no ha hecho ha sido darle toda la sabiduría a uno solo. Nadie lo sabe todo, ni siquiera acerca de sí mismo. Por eso necesitarás varios maestros. Pero no te preocupes, yo me encargaré de buscarlos.
Jafed preguntó:
- Perdonad, pero ¿dónde está la mujer?
- ¿Qué mujer?
- Si debo aprender a ser el amante perfecto - dijo Jafed - necesitaré una mujer, ¿no?
El maestro sonrió.
- De momento, no - dijo - Es mejor así. A menudo, ante una mujer, lo que ves estorba a lo que entiendes. Y antes que nada, debes entender. Llegar demasiado pronto al contacto es un error muy grave. Te haces una idea equivocada de las cosas, te obsesionas con tonterías, te envicias, te crees que ya sabes y no aprendes.
- Pero, incluso para entenderlas - insistió Jafed - ¿no sería mejor que hubiese una? Aunque sólo fuese para observarla.
- No - la voz del anciano fué categórica - Porque debes entender desde dentro, y para eso no hace falta otra mujer. Para eso, basta con lo que tú tienes, con la parte de mujer que hay en tí. Y con la parte de mujer que te falta, con lo que tú necesitas de ellas. Esa necesidad, esa carencia, dibuja a la mujer, de la misma manera que la huella revela la forma del pie.
"Será mejor que ahora vayas a descansar. Mañana, a primera hora, empezará tu aprendizaje, y algunas cosas se comprenden mejor estando descansado, lo mismo que otras se entienden mejor cuando se es desgraciado. Pero de todo habrá tiempo. Buenas noches.
Jafed se retiró a dormir, con ánimo intranquilo. No acababa de entender a aquel anciano, que decía unas cosas bien extrañas. Tal vez la tarea que le habían impuesto era más difícil de lo que parecía. De todas formas, decidió darse un margen de confianza y aplazar sus temores para más adelante.
Al día siguiente se despertó sobresaltado. El sol, ya alto, le dijo que tal vez había dormido más de lo conveniente, y temió que el maestro se incomodase con él. No le gustaba faltar a las normas, y tenía la sospecha de que en aquella casa esas normas no estaban ni siquiera formuladas, lo que no quería decir que no debieran seguirse.
Fué al encuentro de su maestro, pero no lo halló. Recorrió en vano todas las habitaciones; la casa estaba vacía. Salió al jardín, y paseó por él, sin ver a nadie. Incrédulo aún, vagabundeó de una a otra estancia, con pasos cansinos, esperando no sabía qué. Se sentó un rato en la terraza que daba al jardín. Contempló el cielo. Se cansó de estar sentado, y aventuró unos pasos entre los arbustos. No tenía demasiado sentido ponerse a explorar, y volvió a la terraza. Tras un rato que le pareció interminable, creyó oir un ligero ruido en el interior de la casa. Se levantó y entró, esperando hallar a alguien, algo. En el centro de una sala completamente vacía había una escudilla con unos puñados de arroz hervido, y al verlo se dió cuenta de que tenía hambre. Se sentó en el suelo y devoró el frugal almuerzo.
La tarde transcurrió igualmente solitaria, hasta provocarle un indecible aburrimiento. Dormitó un poco, y se despertó sobresaltado. Lo invadió una ligera irritación. Se dijo que allí estaba perdiendo el tiempo. Su enfado fué creciendo de tono, hasta obligarlo a ponerse en pie y dar unas cuantas zancadas furiosas. Se lanzó a recorrer el jardín, sin ver nada, atento solo a desahogarse con el ejercicio, y así estuvo hasta que empezó a oscurecer.
Al volver a entrar en la casa, vió que en la misma sala de antes había una nueva escudilla, con más arroz. Despechado y resentido, decidió no probarlo, y se fué a dormir.
Al otro día, al despertarse, vió que el maestro dormía a su lado. Apenas había tenido tiempo de moverse, cuando el anciano abrió los ojos, lo miró y puso un dedo ante los labios, imponiendo silencio. Jafed asintió. Aquello al menos era una norma, y podía seguirla.
Pronto quedó claro que el anciano no pensaba hablar en todo el día. Se limitaba a estar al lado de Jafed, siguiéndolo a todas partes y sin dejar de mirarlo. Jafed esperaba en vano alguna indicación de lo que debía o no debía hacer, y al no recibirla, decidió obrar por su cuenta. Salió al jardín, y el maestro fué con él. Se puso a pasear, acompañado del anciano, y si se detenía para contemplar un arbusto o una flor, el viejo se detenía también, aguardando.
Hacia mediodía, la presencia constante del maestro dejó de intrigar al muchacho, para empezar a molestarlo. Aparte de que no tenía ningún sentido que ambos guardasen silencio, aquella compañía ineludible era agobiante. Por la tarde, en un momento en que la persistente mirada del anciano se le hizo insoportable, Jafed echó a correr hacia el fondo del jardín. Sabía que el maestro no podría seguir el ritmo de sus piernas jóvenes. Y efectivamente, se quedó en la terraza, sin siquiera intentar acercársele. Pero cuando Jafed volvió la vista atrás, pudo ver que el viejo seguía mirándolo, que por lejos que estuviese no podía escapar a su mirada.
El resto del día costó de pasar, pero finalmente llegó la noche. Al retirarse a dormir, Jafed estaba decidido: al día siguiente se despediría del anciano y volvería a casa. Ya estaba harto de perder el tiempo. A la mañana siguiente, sin embargo, creyó que le debía alguna explicación, así que se encaró con el viejo y le dijo:
- Maestro, voy a marcharme. Yo he venido aquí a aprender, pero veo que no queréis enseñarme. Ya he perdido dos días, y no pienso seguir esperando a que os decidáis a empezar las lecciones.
El anciano lo miró con una expresión de ligera sorpresa y dijo:
- Las lecciones ya han empezado. Anteayer tuviste ocasión de aprender lo duro que es estar solo. Y ayer, lo complicado que resulta a veces estar acompañado.
"Estos son el norte y el sur, dos puntos esenciales para orientarte. Porque un buen amante debe saber que trabaja con sentimientos, y debe saber con cuáles. Y algunas de esas cosas no sirve de nada decirlas: hay que vivirlas. Pero no te preocupes; no habrá más lecciones sin palabras. A partir de ahora, aunque tú hagas el trabajo, yo tendré que dirigirte y orientarte.
El maestro calló unos instantes, dejando que sus palabras penetrasen en el ánimo de Jafed. El muchacho preguntó:
- Maestro, ¿qué debo hacer para ser un buen amante?
El maestro sacudió la cabeza y dijo:
- No te preocupes de momento por saber el qué. Antes de eso, debes tener muy claro el por qué. Cuando lo sepas, te será más fácil aprender el qué.
Jafed sonrió, y dijo:
- ¿El por qué? Eso ya lo sé. El hombre desea a la mujer, eso es todo. Y ser un buen amante sirve para poder satisfacer ese deseo.
El maestro replicó:
- No te engañes: el deseo y el instinto no son más que brújulas, indicadores que tenemos para saber hacia dónde debemos ir. Señalan el camino, pero no son la razón para seguirlo. La razón es otra.
- Entonces, ¿cuál es?
- Debes descubrirla tú solo. Aprende de tí mismo; sólo así sabrás que no te engañan. Escucha a tu corazón, y pregúntale qué espera de una mujer, no sólo como mujer, sino también como persona. Y escucha a la mujer que hay en tí, averigua qué necesita, y dáselo.
- Eso dijísteis el otro día, que hay en mí algo de mujer. ¿Acaso dudáis de mi virilidad?
- No, no lo has entendido. En tí hay algo de mujer, porque lo hay en cualquier hombre. No tiene nada de extraño. A fin de cuentas, tú, como todos, empezaste siendo parte de una mujer: de la madre que te llevó en su seno. Fuiste creado en un cuerpo de mujer, y algo te ha quedado de la tierra en que naciste.
"Y del mismo modo, en toda mujer hay algo de hombre, porque fué una semilla de hombre que la engendró. Y no sabrás amar y aceptar a una mujer mientras no sepas amar y aceptar a la mujer que llevas dentro.
"Podrías, claro está, negarla, olvidarla, reprimirla. Podrías limitarte, mutilarte, suicidarte. Pero no me parece una postura sabia. ¿Cómo vas a saber amar a otra persona si no sabes amar a la que tienes más cerca, tan cerca que la llevas puesta? ¿Cómo te vas a regalar a los demás, si no vales la pena?
- Habláis de amor, pero yo creía... ¿Es que hace falta amar para ser un buen amante?
- ¿Es que hace falta hierro para ser un buen herrero? No sé lo que tú habrás venido a aprender, pero yo no voy a ser tu maestro de vicios. ¿De qué estás hablando? ¿De sexo? Muy bien. Perfecto. Pero eso es sólo una parte. No creas que sabes hablar si sólo puedes pronunciar una o dos letras. Y déjame decirte algo más: dos personas que se acuestan juntas, es mucho mejor que se quieran. Eso los ayudará a perdonarse las decepciones.
"¿Qué parte de tí eres tú? ¿Tus genitales? Porque si es así, no necesitas a una mujer, una oveja te bastaría. Pregunta a los pastores. Si crees eso, cualquier carnicero puede venderte, al peso, la parte de hembra que te haga falta. Pero espero que seas algo más que eso.
- Pero, ¿es realmente tan difícil? Quiero decir, ¿es necesaria tanta técnica, tanto conocimiento? Para los animales, es todo mucho más simple, más sencillo.
- Sí, en eso tienes razón. Los perros, por ejemplo, no tienen ese problema. Lo malo es que un hombre no es un perro. Supongo que no te gustaría la comida que se da al perro. Y si no quieres su comida, ¿por qué habías de querer su conducta, su moral?
Jafed calló, pensativo. El maestro dijo:
- Siéntate dándome la espalda. Vamos a empezar a trabajar.
Jafed obedeció, como le tocaría obedecer muchas veces a lo largo de los días. El maestro dijo:
- Piensa en tí. No como tú te ves; intenta imaginar cómo te ven los demás. Contempla lo que hay de malo, dos minutos. Y contempla lo que hay de bueno, un par de horas. Te costará, ya lo sé. Pero lo primero que debemos conseguir es que dejes de ser tu peor enemigo.
Jafed se preguntó por qué el maestro creía que él era su peor enemigo, y esa fué la primera de una larga serie de preguntas. El muchacho pasó un año con el anciano, y en ese año aprendió a conocerse, a perdonarse y a reprenderse. A ser de confianza, pero sabiendo mantenerse al margen. A tener esperanza, pero sin confiar demasiado. A sufrir la decepción y el engaño, sin quejarse y sin darle importancia. A enfrentarse al éxito y al fracaso, dos impostores que deben tratarse de igual manera. A soportar la soledad, y aún más difícil, a soportar la compañía. En una palabra: a ser un hombre, más que eso, a ser una persona.
Al cabo de ese año, el maestro le dijo, un día entre los días:
- Yo ya he acabado mi misión. Te has convertido en otro, alguien que cualquiera, hombre o mujer, querría tener por amigo. No puedo hacer más por tí, porque ahora debes aprender algo acerca de la mujer, y yo no sé nada de mujeres: tan poco como puede saber un hombre. Y al parecer, eso no basta.
"Te enviaré con tu siguiente maestro, alguien que sí sabe algo acerca de ellas, si es que alguien lo sabe, incluyendo ellas mismas. No te sorprendas: es un infiel. Es uno de los seguidores de Gautama Buda, el Iluminado. O, al menos, lo era. Ve con él. Lo conocerás porque te dirá lo que dicen los sabios: que él no sabe nada, o casi nada.
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