martes, septiembre 05, 2006

El Bicho

Por una sola vez, voy a poner un cuento taurino. No es que sea aficionado a los toros, eso que los españoles llamamos la fiesta nacional, por más que en México o Perú podrían decir lo mismo. Y debo aclarar que en este cuento parto de la base de que el toro puede parecerse a algunos toreros. Ha habido toreros que eran auténticos caballeros y señores, como el admirado Don Antonio Bienvenida. Y ha habido, y hay, otros que son... digamos algo diferentes.

Si quiero explicar una corrida de toros, para mí lo más lógico es explicarla desde el punto de vista del toro, ¿por qué no? ¿Que resulta ser simple, bruto y un tanto machista? Bueno, sólo es un animal. Hay otros que también lo son, y no tienen ni esa excusa. Y acabo la presentación. Como diría un torero, "va por ustedes"

EL BICHO

La verdad es que no acabo de entenderlo, a ese bicho que tengo delante. No sé lo que busca. Y en el fondo, me da lo mismo. Yo no soy un intelectual, y no me paso el día haciéndome preguntas. Lo mío es actuar, no pensar. Pero es algo raro. No tiene cuernos. Anda, que iba a ir yo muy lejos sin un buen par de cuernos. De qué. Además, le debe pasar algo raro en el pelaje, porque lo esconde debajo de una especie de pieles, champán y oro, con bordados. Y lleva las pezuñas metidas en unos escarpines negros, las patas cubiertas por unas medias rosas, y una montera en la cabeza, como una testuz postiza. Pero no tiene cuernos, aunque no le costaba nada aparentar que los tenía. Podía haberlos puesto en la montera.
Mírenlo. Está ahí, al sol, plantado en medio de la plaza. Bueno, un poco descentrado, porque en medio de la plaza estoy yo. No sé lo que quiere. Y él tampoco debe saberlo, porque si lo supiera iría a por ello. A qué romperse la cabeza. Mira que es raro. Aunque no es el primero que veo. Allá en el campo, en mi tierra, ya había visto alguno, de vez en cuando. Durante algún tiempo creí que formaban parte de esa otra bestia que llaman caballo. Pero un día ví que se separaban, y que los bichos, no sé cómo llamarlos, la verdad, eran capaces de moverse sueltos, sobre dos patas. Y una vez me los encontré bañándose en el río. Estaban sin pieles, y sin pelaje, como si todos ellos fuesen una roncha, de la cabeza a los pies. Un susto de muerte, que les dí.
Y entonces me dí cuenta de otra cosa. La personalidad reside en los testículos, como sabe todo el mundo, y esos bichos casi no tienen personalidad. Apenas una cosa ridícula y pequeña. La verdad, teniendo eso en cuenta, no me extraña que se muevan como marionetas, por no decir algo más fuerte. Ya sé que el bicho que tengo delante intenta demostrar que tiene más personalidad que los otros, resaltándola con unos pantalones ajustados. Por lo visto, ellos también lo saben.
El caso es que sigue ahí, sacudiendo ese pedazo de tela y diciendo no sé qué. Está loco. Si tipos como ese me los meriendo yo todos los días. Porque uno es buena persona, que si no... Y todos esos otros bichos ahí arriba, en las laderas que dan a la plaza, gritando y metiendo ruido. Qué pesados. Si uno se fija, hasta se puede oir a sus hembras pegando grititos. Claro que para eso están las hembras, para pegar grititos. Deben estar en celo. Si alguno de esos bichos tuviera un poco de personalidad, ya las habrían hecho callar y las habrían dejado tranquilas.
A lo mejor es porque me han visto a mí, las pobrecitas, y han descubierto lo que puede ser un macho. Al fin y al cabo, las hembras son hembras; poco importa la especie. No es que a mí me guste presumir, pero bueno, cuando ha habido ocasión, uno ha sabido cumplir con su deber. Me acuerdo yo de una noche, allá en mi tierra, en que me topé con una vaca jovencita, con unas buenas ancas y la piel manchada. Fué muy bonito. La noche estaba tranquila. Olía a romero. Pero me estoy poniendo cursi. Si me paro a pensarlo, como ella estaba en celo, le habría dado lo mismo que fuese yo o cualquier otro. Pero no fué otro; fuí yo. No es que tenga demasiado mérito; uno, que es ibérico. Nada más.
Y este sitio es raro también. Parece una vaguada, pero no hay sitio ni para pegar una carrerilla. No es como el campo al que estoy acostumbrado. Y el bicho, ahí plantado, agitando el trapo. Está empezando a hartarme. No voy a tener más remedio que dar una embestida y pegarle un buen achuchón. Si es que encima, no entiende de indirectas. Ya he rebufado tres o cuatro veces. He bajado la cabeza, y he rascado el suelo con las pezuñas. Y como si nada. Lo dicho, no voy a tener más remedio que embestir y darle una buena. No le van a quedar ganas de fastidiar ni a su padre. No es que me guste, la verdad, yo no soy violento. Pero hay veces en que no te queda más remedio. A ver con quién se cree que está tratando. Que uno también tiene su orgullo. Al hijo de mi madre no lo molesta nadie porque sí, y menos para irse luego tan tranquilo. Si estuvieran mis amigos aquí, les diría que me sujetasen, pero estoy solo. Da lo mismo. Me basto y me sobro para entendérmelas con ese bicho.
* * * * * *
Ahora que ha pasado un rato, mejor me paro y lo pienso despacio. Uno no puede estar todo el tiempo pensando; te puedes volver loco, o te puede dar un derrame. Y además, que yo no soy un intelectual.
Pero el caso es que no entiendo lo que ha pasado. Primero, me voy para el bicho, que se aparta en el último momento y me refriega el trapo por los morros. Eso no es jugar limpio, amigo. Si tuvieras personalidad, habrías aguantado a pie firme, a ver quién podía más. Pero no, has preferido hacerte el listillo. Lo he probado unas cuantas veces más, pero nada, cada vez me hacía el mismo truco. Hasta que al final se ha cansado, o se le ha acabado el valor, y me ha dejado la plaza para mí solo.
Y luego sale otro, con unos palillos en las manos. Bueno, por lo menos ese no lleva un trapo para engañarme. Así que me voy para él, pero también se aparta, y siento unos picotazos en la paletilla. Qué escurridizos son, estos bichos. Pero alguna vez se van a descuidar, y se me van a poner a tiro, y entonces, que se vayan preparando. Y luego me sacan un caballo, con otro de esos bichos encima. Bueno, me da lo mismo. Si el caballo ha sido tan idiota como para hacerles el juego, es que está con ellos, y me lo voy a cargar igual.
Pero los muy marranos le han puesto un delantal, y por más que empujo no consigo atravesarlo, aunque me esfuerzo hasta levantarlo del suelo. Estoy tan encegado, que casi no siento el puyazo en el lomo. Acabo cansado, y con la espalda dolorida. Me han clavado algo, y debo tener heridas. Siento correr la sangre, que me va empapando el pelaje. Y el sabor a polvo en la boca. Así que mejor me paro y lo pienso un poco.
¿Qué diablos quieren? ¿Qué es lo que buscan? No tienen bastante personalidad para una lucha leal, eso ya se ha visto. Prefieren hacer trampas, y presumir de machitos, pero sin peligro. Unos retorcidos, eso es lo que son. Unos bichejos inmundos, que no saben apreciar lo que tienen delante. No saben ver la arrogancia, ni el empuje de uno. No, por eso me ridiculizan, y juegan conmigo, y se creen que han ganado, cuando lo único que han hecho ha sido demostrar su cobardía.
Y el caso es que... cuando embisto, los otros, los de arriba, empiezan con unos gritos rítmicos, algo como "olé". A lo mejor no están tan ciegos. A lo mejor sí que son capaces de ver el pedazo de bestia que soy. Me cuesta creerlo, de unos bichos tan ridículos, pero ¿quién sabe? Si yo tuviese la desgracia de ser como uno de ellos, al ver a alguien como yo en medio de la plaza, bueno, es que me moriría de envidia. Eso debe ser, claro. Por eso hacen todas esas payasadas. Porque la cochina envidia los está matando.
La verdad es que se comprende, sobre todo, si nos ponemos a comparar personalidades. En el fondo, esos bichos me admiran. Si ahora que lo pienso, hasta me han levantado estatuas, que yo las he visto, en medio del campo y en la cima de las colinas. Bueno, ya estoy más tranquilo. Ya sé de qué va el juego. Así que venga, a seguir. La verdad es que ya no soy el que era hace un rato, al salir a la plaza. Empiezo a notar el castigo. Pero aún me sobra gallardía para dejarlos a todos con la boca abierta. Que se chinchen.
Claro que estos, de pura envidia, son capaces de matarme. ¡Qué se le va a hacer! Que no se diga que uno de mi casta no ha sabido dar la cara y llegar hasta donde haga falta. Ahí está otra vez el bicho del trapo, pero ahora se ayuda con un bastón o algo parecido, para moverlo. Que se ande con ojo, ese. Porque como se descuide, vamos a ver quién sale peor parado. Venga, la cabeza alta, y a por él.
* * * * * *
Bueno, esto se acaba. La verdad es que ya me da lo mismo. Que hagan lo que quieran. Yo estoy cansado. Malditos bichos, quién lo iba a decir. Personalidad no tienen, pero lo que es a mala idea no les gana nadie. Y las hembras son las peores. Las he oído, y casi he llegado a olerlas. Se han ido excitando a medida que me torturaban.
Casi se diría que ellas me odian. Pero no puede ser, claro. ¿Cómo iba a sobrevivir una especie en la que las hembras odian a los machos? Ahora lo veo más claro. A esos bichos les gustaría ser como yo, simple, bravo, fuerte, sanguinario y potente. Pero no pueden, y por eso usan la maldad, que de eso les sobra. Y por eso me matan. Por envidia, y por venganza. Porque les recuerdo lo que querrían ser, y no se atreven. Porque ya no son bestias, sino algo mucho peor. Una aberración tan grande que hasta ellos deben asustarse. Por lo visto, yo soy su pecado, o su pesadilla, y se creen que matándome a mí se van a quedar tranquilos. Me han clavado un aguijón largo, larguísimo, que aún lo siento en las entrañas, y ya no me queda mucho.
Pero estoy tranquilo. Yo he cumplido, he hecho lo que debía. Como siempre que se ha dado el caso. Como aquella noche, con aquella vaca de las buenas ancas. Fué bonito, esa es la verdad. La noche estaba tranquila. Olía a romero...
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