viernes, noviembre 24, 2006

Hipocampo

Para acabar la semana, un nuevo capítulo del Fabulario. En esta ocasión, quien tiene la palabra es el caballito de mar, todo un símbolo. Y en estos tiempos de cinismo galopante, me considero obligado a defender aquello en lo que creo. Los que me conocen, saben que no soy de la tribu de los desmitificadores, que es como se les llama a los seguidores del mito de la destrucción. Así que no creo que el texto de hoy sea ninguna sorpresa.

HIPOCAMPO

Si no les molesto demasiado, me gustaría decirles un par de cosas. Puede que piensen: “¿Qué tendrá que decir este bicho que nos pueda interesar?”. Y puede que realmente, a la mayoría de ustedes no les interese en absoluto lo que yo diga. Puede que crean que mis afirmaciones y mis creencias están hoy en día totalmente superadas, y que más me valdría callarme, para no hacer el ridículo. Pero aún así, aún sabiendo todo eso, estoy dispuesto a hablar. Si es preciso, apelaré a la libertad de expresión.
En primer lugar, querría ponerles en antecedentes. Por si no les suena el nombre, yo soy ese animal al que también llaman “caballito de mar”. Y a pesar de mi aspecto un tanto raro, soy un pez. Un pez erecto, tan vertical como el pithecantropus o ustedes mismos. Y por si eso fuera poco para diferenciarme del resto de los peces, encima, soy monógamo. No se preocupen, en ese aspecto ya no me comparo con ustedes; alguno podría ofenderse.
Desde siempre, he sido el símbolo de la fidelidad, porque cuando mi compañera muere, me dejo morir con ella. No tiene nada de dramático, no crean. Simplemente, es que no vale la pena seguir viviendo si ya se te ha muerto una mitad, si ya estás muerto a medias. Es algo biológico; yo no lo decido.
¿Saben? Para la mayoría de nosotros, los animales, el sexo es algo tremendamente sencillo, tan simple como respirar, y mucho más fácil que alimentarse. En determinadas épocas del año, sentimos un impulso, buscamos una compañera provisional que esté dispuesta, y listo. Ese, digamos, es el esquema básico: un encuentro ocasional, y después, si te he visto no me acuerdo. Es un sistema que funciona, y podía haber servido para todo el reino animal, incluídos ustedes.
Pues no. Vete a saber por qué, en nuestra especie al menos, alguien decidió probar una variante del sistema. Así, a golpe de vista, puede parecer incluso demasiado raro para que pueda funcionar. Se trataba de que el encuentro no fuera ocasional, sino único, es decir, que fuera siempre entre los mismos individuos. Ya no servía cualquiera; tenía que ser “ella”, o “él”, y nadie más. Dicho de otra forma: incluso en plena época de apareamiento, aunque se cruzasen dos ejemplares de sexo opuesto y estuviesen a punto, podía no ocurrir. Y ese era un aspecto nuevo, algo que, si les parece, podemos llamar libertad, porque en definitiva, la libertad empieza cuando uno puede decir que no.
Ese nuevo sistema acarreaba una serie de consecuencias. Por ejemplo: si sólo podía ser con alguien en concreto, era preciso un sistema de reconocerlo, debía haber una cierta conciencia del otro. Y al ser en cierto grado consciente de los demás, sin darse cuenta, uno empezaba a ser consciente de sí mismo. Incluso la relación con los demás cambiaba. Ya no éramos todos unos simples bultos con los que podíamos tropezarnos en el camino, sino que alguno de los otros podía ser “él” o “ella”. Y eso nos obligaba a vernos, a considerarnos.
Además, si tan sólo había un ejemplar de tu especie con el que la cosa podía funcionar, convenía no perderlo de vista, por si acaso. Y eso suponía estar a su lado, desplazarte con él, envejecer los dos juntos, convivir. Pero una vida entre dos no es lo mismo que una vida suelto. A fuerza de tener al lado tanto tiempo a alguien, y alguien con quien tienes una relación especial y única, acabas por conocerlo bien. Y a la larga, cada uno de los dos amolda su vida, no al otro, sino a esa otra cosa que se llama pareja.
No te das cuenta; te parece que no haces nada, pero ese compartir, ese acoplarse, imperceptiblemente, acaba creando una dependencia. Necesitas al otro, porque no sólo te priva de estar solo, sino también porque precisas tenerlo cerca para poder dedicarle todo lo que has aprendido de él.
Cuando nacen las crías, lo primero que ven es, no ya una madre sola que los cuida, sino a dos individuos diferentes que sin embargo siguen juntos. Y eso no sólo les enseña a aceptar las diferencias, sino que llega a hacerles perder el miedo a ser diferentes. Y al recibir la influencia no de un individuo, sino de dos, aprenden que hay más de una posibilidad.
Eso acentúa las diferencias entre individuos, porque cada hijo puede aprender rasgos diferentes de sus padres. Y a la larga, resulta una especie con una enorme variedad de personalidades. Muchos puntos de vista, y la capacidad de convivir, de relacionarse, incluso de cooperar. La cosa, a nivel de especie, presenta posibilidades, ¿no les parece? Si tan solo tuviéramos un poquito más de conciencia y pudiésemos inventar cosas...
Y a todo esto, ¿qué ha pasado con el sexo? Pues que se ha transformado en otra cosa. Ya no es tan solo esa necesidad que sentías tú por tu cuenta, porque ya no estás solo, y el otro no es ya un o una desconocida, porque lo conoces y lo necesitas. O sea, que ha llegado a ser algo más que compartir, algo, si me permiten la expresión, consciente. Y como te pasas la vida junto al otro, deja de tener sentido que sólo ocurra en determinadas épocas del año. Al fin y al cabo, siempre os tenéis a mano el uno al otro. De acuerdo, es algo más complicado, no tan sencillo, no tan lineal. Pero es que tú mismo ya no eres tan sencillo y lineal. Y como la primera característica que habéis heredado es la posibilidad de decir “no” (eso que habíamos llamado libertad), os tenéis que poner de acuerdo. Y a fuerza de ser algo que requiere un acuerdo, llega a tener un valor, un valor que jamás le darán otros animales. Y se convierte en muchas otras cosas: en un regalo mutuo, en una afirmación, en un elogio, en una forma de consolidar la necesidad de uno hacia su pareja. A la larga, deja de tener importancia el “no” hacia otros posibles candidatos, porque ya tienes a alguien a quien decir “sí”. Y a eso, si me permiten, podríamos llamarlo compromiso.
Ya les he dicho que es un sistema raro. Raro y complicado. Me parece que ahora ya se pueden hacer una idea de por qué nos morimos, cuando se nos muere la pareja. La verdad es que esa idea que parecía tan sencilla, conlleva tal número de dificultades, que dudo mucho que la hayan probado en alguna otra especie. Ustedes, ¿qué creen?

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Te felicito, nunca leì algo tan lindo como la historia del caballito de mar, una gran fan de esa especie. Seguì asì besos
Lucia
uchist2003@hotmail.com

2:50 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Excelente!

Que bueno encontrar plasmado en palabras, el sentido del amor filial.

Sigue compartiendo tus creencias, eso nos motiva a no perder la fé en que aunque somos pocos, aún existimos los que creemos en el amor eterno y fiel.

BIBICA

11:40 p. m.  

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