lunes, mayo 07, 2007

La lechuza

La entrada de hoy, una vez más, es la voz de un animal, en este caso de un ave. Y tras un comentario más o menos jocoso, viene algo un poco más dramático.

LA LECHUZA

Yo soy una lechuza, no se confundan. Ni un búho, ni un mochuelo, sino ese otro bicho, el que no tiene orejas. La mascota de Atenea, y el símbolo de la sabiduría, porque siempre estoy atenta y no se me escapa un detalle.
Yo vigilo la noche, vivo la noche. Claro, ustedes son animales diurnos y no saben lo que es eso. Aunque a alguno de ustedes les guste la noche, no por eso dejan de estar desplazados en ella. Son como chiquillos moviéndose en el mundo de los mayores, y asombrados de su propio valor, se sienten liberados, se creen impunes. Pero aunque duerman los guardianes de la ley, hay leyes que no duermen. Sus actos siguen teniendo consecuencias, y el efecto sigue a la causa.
Pero para la mayoría de ustedes, la noche es el tiempo y el espacio para descansar, no moverse, soñar. Por eso la noche que viven ustedes no tiene nada que ver con la mía. Lo sé, porque alguna vez me he acercado a sus casas, y he podido notarlo. Y me ha resultado horrible. Es como ver millones de coches en un aparcamiento infinito, bosques llenos de basura, la entrada de un estadio sembrada de miles de pedacitos de papel, cientos de tumbas abiertas esperando a su inquilino. Es la quietud, y dentro de ella, las huellas del ruido y del movimiento que ha habido. Es el olor a gasolina mal quemada que dejan sus apestosos automóviles, convertido en la locura volátil de los sueños.
Porque en la noche, están solos. Mejor dicho, siguen estando solos, pero entonces lo saben. No hay ruidos, no hay nada que los distraiga, que los aturda. Por eso los sentimientos son más intensos y los problemas más grandes, más obsesionantes. En esos momentos no pueden engañarse, y se enfrentan a su pequeñez, a su soledad. Y a veces, buscan a tientas, a oscuras, una mano a la que cogerse. Y así una vez y otra y otra, tantas como seres humanos.
Y no saben lo que es sentir todo eso de golpe, de una sola vez, como yo lo he sentido. Es como ver el revés de la trama, de la que el día es el tapiz. Y en ese revés están los nudos, los zurcidos, los adelgazamientos que avisan de que el tejido está raído y a punto de deshacerse y disgregarse. Son miles de angustias, de rencores, de miedos, cruzándose y destrenzándose. Y en muchos de ellos aún se puede reconocer el color de la esperanza que fueron un día.
La verdad, no sé cómo lo aguantan, por qué lo aguantan. Puede que ni siquiera se den cuenta, medio ciegos y medio sordos como son. Pero para mí, es demasiado. Por eso prefiero alejarme de ustedes, pasar la noche en el campo, en los árboles, y ver desde lejos como ese vaho que sube desde sus cuerpos dormidos pinta absurdos grafiti en las paredes de la noche, eso que ustedes llaman sueños.
Sin embargo, me temo que sólo tengo una visión parcial, que sólo conozco la mitad de la historia. Si ustedes sólo fuesen lo que yo he visto por la noche, no podrían sobrevivir mucho tiempo. Por lo tanto, debe haber algo más, algo que compense todo eso. Si veo pasar tantas esperanzas marchitas, en algún sitio debe nacer la esperanza. Toda esa ceniza es la memoria de un fuego. Si tienen ustedes sombras tan acusadas, es porque debe haber un sol que los ilumina; la luna no basta.
Pero todo eso, yo no lo sé, no tengo una evidencia directa. Tan solo puedo suponerlo. Sé que debe haber otra cosa, aunque no tengo manera de saber qué es, de qué se trata. Díganme, ¿lo saben ustedes?
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