viernes, septiembre 22, 2006

El Cóndor

Sé positivamente que una parte cada vez más significativa de los visitantes de este blog vive en la zona andina: Perú, Argentina, Chile, Ecuador. Quiero dedicarles especialmente a todos ellos el blog de hoy. No en exclusiva, claro. No es preciso vivir cerca de la Cordillera para apreciarlo, como espero que ocurra.

Una vez más, y mientras no se me quejen, es una de esas cosas a medio camino entre la fábula, la entrevista y la reflexión protagonizadas por un animal, en este caso el cóndor. En cierto momento me planteé si debía dedicarme a escribir exclusivamente cuentos infantiles, y se me ocurrió empezar algo protagonizado por un animal. Fracasé estrepitosamente, porque lo que resultó no se parecía en nada a un cuento infantil, pero perseveré en el empeño, hasta conseguir un conjunto de calidad desigual. De ese grupo, ya he publicado aquí "El Bicho", "Leopardo", "El Cocodrilo" y "El Halcón", así como "Pájaros". Lo de hoy añade un cargo más a mi lista de antecedentes. Que lo difruten.

EL CONDOR

Yo me dedico a volar; ya sé que ustedes también dicen que vuelan, pero no se ofendan si me sonrío. Tengan en cuenta que están hablando con un profesional. Como les digo, me dedico a volar, pero no como los gorriones o las golondrinas, pobres aficionados, que lo que hacen es poco más que pegar saltos de un sitio a otro. No, yo hago vuelo de crucero, muy por encima de las montañas, allá donde el aire es frío y sutil.
Por favor, no me comparen con sus aviones, pobres artefactos inanimados. Para ellos, volar es un simple accidente, una cuestión de equilibrio de fuerzas, de principios físicos. Una lucha desigual entre números, parámetros y constantes, contra el viento, las rachas y el frío. Ni siquiera saben persuadir a esa fuerza capaz de pegar un portazo o de arrancar un árbol, la fuerza del aire, para que los ayude, y fían más en la potencia de sus motores, en un balance que siempre les es desfavorable. Puede decirse que vuelan apoyados en el filo de un teorema. Pero para mí, volar es una actividad, es mi vida.
Generalmente, doy vueltas por allá arriba, vigilando. Casi no muevo las alas, y trazo grandes círculos, intentando aprovechar las corrientes ascendentes de aire recalentado por el sol. Respiro pausadamente; no es que sobre el oxígeno, allá arriba. Y desde allá, me toca vigilar, y buscar una presa.
No sé cómo hacerles una idea; imagínate que estás contemplando fijamente la arena de una playa, y a veinte metros de tí, un solo granito, un granito casi igual, casi del mismo color que los otros millones de granitos, se mueve. Lo único que lo distingue, lo único que lo hace especial, es ese mínimo, casi imperceptible movimiento. Es eso lo que debes ver, lo que debes detectar.
Y entonces, flexionas ligeramente los dedos de tu derecha, para reducir la superficie de sustentación e iniciar una guiñada a estribor. Poco a poco, recoges el brazo, te dejas caer hacia ese lado, y te repliegas mientras empiezas a precipitarte hacia abajo. Ya no vuelas, el aire ya no te soporta; tan sólo caes, más y más deprisa, como un peso muerto, cada vez a mayor velocidad, atravesando el espacio que te separa del suelo.
El aire, que al principio tan sólo pasa, luego te acaricia, más tarde te roza, después se restriega contra tí, y al final tienes que hendirlo con tu pico, con tu cabeza, con tu cuerpo, para seguir avanzando, para seguir cayendo en medio de un zumbido siempre creciente. Segundos antes de estrellarte contra el suelo, vuelves a extender los brazos, te apoyas de nuevo en el aire, y tu vertiginosa caída se transforma en un planeo.
Despliegas las garras, como si fueras a aterrizar. Y allí mismo está aquel granito que se movía, saltando de un peñasco a otro: es una presa. Corriges el rumbo, te acercas, desciendes un poco, y cuando tus garras entran en contacto con su cuerpo, se clavan y se cierran sin que tengas que pensarlo. Ya lo tienes, pero ahora, cargado con un peso extra, debes aletear con todas tus fuerzas para ganar altura. O bien, dejas que te arrastre un poco más abajo, para ganar velocidad en la caída, y recuperar el control. Es una situación crítica. Tu presa ya está prácticamente muerta, o lo estará pronto, pero tú aún te juegas la vida.
Debes encontrar un punto de aterrizaje, preferiblemente la cima de una aguja de piedra. Con tu envergadura y tu peso, tienes una velocidad de despegue casi imposible de alcanzar, y en el llano, necesitarías una pista demasiado larga. Para volver a despegar, es más fácil estar al borde del vacío y dejarte caer.
Hace años, nos cazaban con ese truco; ponían un animal cualquiera, como cebo, atado a un poste. Cuando intentábamos cobrarlo, la cuerda nos impedía elevarnos, y dábamos contra el suelo. Pero no podíamos volver a levantar el vuelo, porque un cercado alrededor del cebo no nos dejaba suficiente pista. Por eso casi nunca bajamos a los llanos; es demasiado arriesgado.
No se vive mal, allá arriba. Es nuestro espacio, no hay hombres, nadie nos disputa el sitio. Y uno puede subir tanto como le apetezca, volar tan lejos como quiera, ser tan huraño como le venga en gana. Porque, no nos engañemos, es una vida solitaria, dedicada sólo al vuelo. Y si cazamos, es sólo para sobrevivir, para poder volver a elevarnos y mantenernos allá arriba, vigilantes, prisioneros de nuestra perfección en la tarea. Se puede decir que vivimos en el cielo.
Pero nunca he visto a nadie más, no he sentido una presencia extraña. Vosotros podéis creer en el cielo, pero yo vivo en él, y os aseguro que todas esas aspiraciones, esa serenidad, ese júbilo inmenso del que habláis, no están allí. Todo eso en lo que creéis, si es que existe, lo lleváis adentro, y es inútil que esperéis encontrarlo fuera. Si buscáis a Dios, no subáis conmigo: penetrad hasta vuestro corazón. Pero tened cuidado: no es que sea un trayecto menos peligroso que el mío. Y recordad que cuando uno ha llegado, a veces no consigue recordar la forma de volver. O puede que se pregunte para qué ha de volver, qué hay que valga la pena el retorno.
Y los dejo, debo marcharme. Dentro de un rato, yo sólo seré un granito negro en ese cielo azul. Aunque lo más probable es que no seáis capaces de verme.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Como siempre genial. Como siempre mejor cuentos breves. Ianur

9:50 a. m.  

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