miércoles, septiembre 13, 2006

El Leopardo

Lo de hoy no es un cuento, sino una entrevista ficticia con un leopardo, un personaje tan inquietante como un capo mafioso. El soneto que aparece en el texto es de cosecha propia, por eso me permito criticarlo. Ya sé que hoy en día, para hacer un poema no se tiene en cuenta la rima, ni la métrica, y a veces ni siquiera la sintaxis. Yo intento ser un poco más clásico; a la gente de cierta edad ya no nos sientan bien otros estilos.

LEOPARDO

Tranquilos. Les habrán contado muchas exageraciones sobre la mafia de los felinos, pero es todo mentira. Ya sé que por ahí me llaman “el capo”, pero yo no hago ni caso. Pasen, pasen. Antes que nada, quiero advertirles algo: nada de cámaras, y nada de nombres. Y hablo en serio. Y no me hagan movimientos bruscos, que me ponen nervioso, y les aseguro que no les gustaría verme perder la paciencia. Mis asesores legales me dicen que llegar a un acuerdo con ustedes puede beneficiarme, no sé qué de mejorar mi imagen pública, o algo así. Por eso he consentido en esta entrevista.
Verán, entre ustedes y yo no tiene por qué haber ningún problema, siempre y cuando cada uno se limite a su territorio. Eso es sagrado. Ya sé que en el pasado ha habido sus más y sus menos, pero, ¿quién sale ganando, con esas cosas? Nadie. Así que mejor que dejemos la historia en paz, y lleguemos a un acuerdo. Es lo mejor para todos. Y a mí me preocupa, se lo digo de verdad, lo que sea mejor para todos. Así que vamos a hablarlo pacíficamente. Yo los respeto, a ustedes, y espero que me tengan el mismo respeto.
Si miran a su alrededor, se darán cuenta de que sólo hay dos especies que están hechas para ser triunfadores: la suya, y por supuesto, la nuestra. El resto no es más que ganado. Debo reconocer que al principio no me lo creía, que hubo un tiempo en el que pensaba que no podían ustedes ser muy peligrosos. Inexperiencia de la juventud, ya se sabe. Pero han sabido hacerse valer, y demostrar que había que tenerles en cuenta. Y yo admiro a cualquiera que sea capaz de eso.
La verdad es que no acabo de entenderlo. Verán, yo ya supongo que tienen arrestos; me lo han demostrado, y no habrían llegado donde han llegado si les faltasen. Pero lo que no comprendo es la técnica, puede que porque yo tengo la mía. Que consiste en estar a punto de saltar y no hacerlo. Usar la mitad de los músculos en impulsarte y la otra mitad en frenarte, como si fueras un muelle en tensión. Y así, cuando llega el momento, basta con que aflojes un poco, que te sueltes, y sales disparado como una bala. Pero ustedes, no. Cinco minutos antes, están tan tranquilos, o al menos lo parece. Y de golpe, en un impulso repentino, como si se hubieran vuelto locos, se echan el fusil a la cara y matan. Por eso son ustedes peligrosos, por eso hay que tenerles respeto. Porque no avisan. Y hasta puede que no sepan ni por qué matan.
Pero me temo que estoy siendo descortés, y eso no está bien. Y menos, cuando uno de ustedes ha tenido el detalle de dedicarme un soneto, ese que dice:

Elástico e intrépido felino,
asesino que acecha en la penumbra,
son tus ojos de fuego los que alumbran
la mano inexorable del destino.
Proyectas un sendero de amenaza
a la cría indefensa y temerosa,
y cae entre tus garras poderosas
la presa que tus dientes atenazan.
No tienes adversario de tu talla
que importune o espíe tu guarida;
estás alerta, y si la selva calla,
arrebatas y siegas otra vida,
sirviéndote de campo de batalla
la noche, que se cierra y que te olvida.

No está mal; aunque eso de “la mano inexorable del destino” me parece un poquito trillado, la verdad. Y eso de llamarme asesino... ¿no tendrán, por casualidad, la dirección del autor? Oh, no tengo intención de hacerle ningún daño, sólo advertirle, no, mejor comentarle un par de cosas. Darle un aviso, vamos. Me bastaría con que tuviese un perro.
Además, y en el terreno puramente literario, podía haber incluído alguna referencia a mi aspecto, ya saben, las manchas y todo eso. Quiero decir que, tal como está, lo mismo podría servir para la pantera o el león. Seguramente piensan que soy demasiado llamativo, pero a veces, la elegancia consiste precisamente en no ser discreto. En algo se tiene que notar que soy el jefe, ¿no? Armani o Gucci pueden estar bien para los ejecutivos, pero los altos cargos podemos permitirnos un poco más de fantasía.
Y a mí me gusta ir moderno, porque los tiempos cambian y hay que cambiar con ellos. Ahí tienen, por ejemplo, al tigre. En su época fué importante, y le llamaban “el Don”. Pero ahora no es más que un viejo caduco, a punto de extinción, y los trajes de rayas están pasados de moda.
Bueno, basta de divagar. Me parece que los términos del acuerdo están muy claros: a mí me dejan cazar en mi territorio, y ustedes se quedan en el suyo. Cazar solamente, eso es lo único que quiero. El engaño, la corrupción, la tortura física o mental, el matar a sus semejantes, lo dejo para ustedes. Yo no tengo nada que ver, con todo eso. No soy tan mala bestia.
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