viernes, septiembre 08, 2006

La Iniciación (2)

Aquí está la segunda parte del cuento. Como ya se insinuaba ayer, se verá que las gentes de la tribu tienen un curioso sistema de valores. Que sea acertado o equivocado, es algo que se deja a criterio del lector.

LA INICIACION (2)

El muchacho estaba preocupado. El brujo no les había impuesto la entrega de una cantidad determinada de raíz, pero el trozo que llevaba no era muy grande. Además, él mismo había ido reduciendo su tamaño, si bien en poca proporción. Se preguntó hasta qué punto tenía derecho a disponer de ella, aunque fuese por un buen motivo. Tan absorto estaba en estos pensamientos, que casi se tropezó con una muchacha que estaba sentada al borde del camino. Ella, al verlo, se volvió de espaldas, y pareció limpiarse la cara. Sin mirarlo, preguntó:
- ¿Qué quieres?
Pequeño, un tanto confuso, contestó:
- Nada. Volvía al poblado, eso es todo.
La muchacha se volvió a mirarlo. Era bonita, aunque tuviese los ojos enrojecidos. Pequeño preguntó:
- ¿Te ocurre algo?
- Eso a tí no te importa - replicó ella, y se irguió como si estuviese ofendida.
Luego, como si hablase de otra cosa, dijo:
- ¿No te parece que los muchachos son todos unos tontos?
Pequeño, bastante perplejo, se sentó a su lado y preguntó:
- ¿Qué quieres decir?
- Imagínate - dijo ella - que a una chica, digamos una amiga mía, le gusta un chico. ¿Qué tiene que hacer? Intentar que él se dé cuenta, claro. Pero, ¿qué pasa si él parece que sólo tenga ojos para otra? Tan grande, tan fuerte, y tan rematadamente estúpido. Tendrá muy buenos ojos para seguir un rastro, pero lo que es a las mujeres, no sabe ni verlas.
Pequeño no dijo nada. Por la descripción que ella había hecho, ya había llegado a la conclusión que se trataba de Grande.
- Supongo - dijo él, como si hablase para sí mismo - que esa amiga intentaría hablar con él a solas, por ejemplo, cuando se adentrase en el bosque. Lo malo es que esa amiga podría perderse al seguirlo.
- No creo que esa amiga te pidiese ayuda - dijo ella.
- Haría bien en no pedirla - repuso él, molesto - porque tampoco se la iba a dar.
Ella sonrió casi a pesar suyo, pero Pequeño sabía que aquella casi sonrisa podía no ser más que un rayo de sol entre dos nubes. Por eso cortó una porción de raíz y se la alargó a ella.
- No, gracias, no la necesito - dijo la muchacha.
- No es para tí - dijo él - Es para tu amiga.
Ella guardó el remedio en su mano. Pequeño, antes de seguir su camino, le dijo:
- Por cierto, si sigues en esa dirección, llegarás al poblado. Si te hubieses perdido, te iría bien saberlo.
Pequeño continuó su camino, y al cabo de un buen trecho se sintió cansado y se sentó a un lado del sendero. Estaba acalorado y tenía sed. En ese momento, oyó acercarse unos pasos, y de primera intención creyó que se trataba de la muchacha. Pero no, era un viejo hechicero. Llevaba las marcas de otra tribu, y los atributos de su oficio: el collar de colmillos, la bolsa de amuletos, el bastón emplumado, y lo que a Pequeño más le llamó la atención: de su costado pendía una calabaza de agua. Al llegar hasta él, el hechicero se detuvo, y Pequeño le preguntó:
- ¿Puedes darme de beber?
El hechicero le cedió la calabaza, y se sentó a su lado. Cuando Pequeño hubo bebido, el hombre le dijo:
- No te conozco. ¿De quién eres hijo?
Pequeño empezó a recitar el nombre de su padre, el de su abuelo, de su bisabuelo, etcétera, remontándose hasta la séptima generación. En ese momento, el hechicero levantó una mano y dijo:
- Detente. Porque debes saber que yo soy hijo de Fuerte, hijo de Veloz, ...
Y el hechicero declamó la lista de sus propios antepasados. Cinco generaciones atrás, el nombre coincidía con el último que había dicho Pequeño. Así pues, eran parientes, y estaban obligados a ayudarse y prestarse hospitalidad.
- Veo que llevas raíz blanca - dijo el hechicero.
Y Pequeño relató la prueba a la que estaba sometido. El hechicero dijo:
- Yo también he salido a buscarla, pero no he conseguido nada, a pesar de haberme alejado mucho de mi tribu, como puedes ver.
"Mi pueblo se halla sumido en una gran aflicción. Una bestia salvaje, que no hemos conseguido ver, ha matado ya a cuatro de nuestros mejores cazadores. Y al no saber su aspecto, cada uno puede imaginar el más horrible. Los hombres están acobardados, las mujeres lloran. Si no consigo dar un poco de valentía a unos cuantos, la desgracia caerá de nuevo sobre nosotros. No en forma de muerte; eso ya sabemos qué es. Más bien en forma de deshonra.
"Sé muy bien lo que significa esa raíz, lo que esta prueba representa para tí. Y no voy a pedir a un pariente que renuncie a tanto. Pero sí me atrevo a pedirte que me des un poco, lo que puedas. Con poco puedo hacer mucho, porque el valor se contagia, lo mismo que la cobardía.
Pequeño asintió, sacó el cuchillo del cinto y cortó la raíz, separando algo más de la tercera parte. Y se la dió al hechicero, que después de agradecérselo continuó su camino.
Pequeño contempló el trozo de raíz que le quedaba. No era gran cosa, en verdad: apenas lo suficiente para demostrar que había conseguido encontrarla. Pero no era momento de perder el tiempo en reflexiones. Quedaba poco rato de sol, y quería volver al poblado antes de que fuera noche cerrada. Reemprendió el camino, y un buen rato más tarde se encontró con Grande, que al acercarse, le dijo:
- Veo que has conseguido un poco de raíz blanca, después de todo. No creía que lo lograses.
Lanzó una mirada despectiva al trozo de Pequeño, y añadió:
- No hay mucha, ¿verdad? Ya veremos qué dice el brujo.
Pequeño preguntó:
- Y a tí, ¿cómo te ha ido?
Grande, con una sonrisa de triunfo, abrió su zurrón, y a la luz incierta del atardecer, Pequeño pudo ver tres grandes raíces. Cualquiera de ellas era mucho más que el trozo que él llevaba.
- ¡Vaya! El brujo estará contento. Con todo eso, tendrá provisiones para años.
Grande, un tanto sorprendido, dijo:
- ¿Te crees que voy a dársela toda? Ni pensarlo; elegiré la más pequeña, y esa le daré.
- ¿Por qué? - preguntó Pequeño.
Grande esbozó una sonrisa de superioridad, y explicó:
- Veo que no has entendido nada. Esto - y palmeó el zurrón - no es raíz blanca, no es un remedio. Esto es poder, porque yo lo tengo y hay quien lo necesita.
"Y si alguien necesita algo que tienes, puedes poner un precio, puedes pedir algo a cambio. Puedes conseguir que los que se creen superiores a tí dejen de mirarte con altanería o con desprecio. Puedes lograr que los ricos quieran hacerte regalos. Puedes hacer que las muchachas te encuentren atractivo.
Pequeño pensó que a Grande no le hacían falta todas las posibilidades que había enumerado; al menos, la de las muchachas.
- Por eso me pienso guardar un par de raíces. Porque el brujo sólo la da cuando es él quien cree que es necesaria, y yo la daría a quien creyese necesitarla. Cuantas más personas me deban algo, más poder tendré.
Pequeño se sintió tonto y derrotado. Tal vez Grande tenía razón. La oscuridad había caído sobre ellos, y realmente era una bendición que no pudiese ver bien el trozo de raíz blanca que le quedaba. Porque la visión de aquel patético fragmento lo habría deprimido aún más, y tal vez habría necesitado cortar una dosis para sí.
Apenas entraron al poblado, una sombra los detuvo. A la luz de la antorcha que llevaba, vieron que se trataba del brujo.
- Veo que habéis vuelto. Enseñadme lo que habéis conseguido.
Pequeño alargó el trozo de raíz. Grande sacó una de las raíces del zurrón. El brujo miró a ambos, y dirigiéndose a Grande, dijo:
- Dame el zurrón.
Grande, de mala gana, se lo quitó para entregárselo. El brujo puso en él la raíz de Pequeño, la de Grande, y añadió:
- Venid a verme mañana. Y ahora, id a dormir.
Pequeño pasó la noche inquieto, creyendo haber fracasado en la prueba. Finalmente, lo rindió el cansancio. A la mañana siguiente, los dos muchachos acudieron a la choza del brujo. Éste, tras examinarlos unos momentos, se dirigió primero a Grande, diciendo:
- Te felicito. Has tenido éxito.
Pequeño sintió una picadura de envidia, y otra de tristeza. El brujo continuó:
- Sé que por modestia, o tal vez para no molestar a tu compañero, querías ocultar que tú habías recogido más raíces que él. Había pensado incluso en dejar que te guardases una parte, digamos toda una raíz, a modo de trofeo. Pero creo que no sería prudente. Es fácil hacer mal uso de ella, y alguno podría querer robártela. Será mejor que la guarde yo.
"Pero el éxito se te debe reconocer. Estás admitido como miembro de la tribu. Luego te daré tu nuevo nombre. Pero ahora, te ruego que nos dejes, porque quiero hablar a solas con tu amigo.
Grande se levantó, irguiéndose como si quisiera aumentar su tamaño, y se marchó con una ostensible expresión de satisfacción. Pequeño aguardaba, encogido e inquieto, mientras el brujo garabateaba con el dedo en el suelo de tierra. Finalmente, borró las líneas con la palma de la mano, y habló:
- Esta mañana me he paseado por el poblado, y he visto algunas cosas. He visto que uno de nuestros cazadores partía hacia el bosque acompañado por primera vez de sus hijos. He visto que una choza en la que sólo había llanto y desconcierto desde hacía días recobraba su pulso normal. Y una muchacha me ha detenido para preguntarme tu nombre, y todos los detalles que pudiera darle. No sé cuánta raíz blanca le diste. Más de la cuenta, seguro, porque se reía por nada.
El brujo había contemplado la expresión de sorpresa de Pequeño, que se había vuelto de incredulidad al oir hablar de la muchacha, una muchacha que el brujo había visto seguir a Grande a todas partes, hasta ayer mismo. El brujo recordó que "mujer", en el idioma de la tribu, era una palabra compuesta, formada por dos términos que significaban "idea" y "cambiante".
- Y puede que hayan ocurrido más cosas - continuó - cosas que yo no conozco. Pero que no las sepa no quiere decir que no existan, no significa que no tengan importancia.
"A Grande he tenido que decirle que había tenido éxito. Era de justicia, porque es una de las pocas cosas que tiene. Pero tú tienes más que eso, porque lo compartes, y porque lo compartes, tienes amigos. Y no necesito meditar tu nuevo nombre como miembro adulto de la tribu; ya lo sé ahora. Tu nombre es Valioso.
El brujo, con un gesto de la mano, indicó al muchacho que podía retirarse, y se quedó solo en la choza, meditando. La situación en la tribu era buena; las cosas iban bien, y podían pérmitirse el lujo de tener a alguien como Grande. Al fin y al cabo, todos eran dignos de perdón, aunque a veces fuesen indignos de confianza. Pero si alguna vez las cosas se ponían realmente mal, todos darían las gracias por tener entre ellos a alguien como Valioso.
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