jueves, septiembre 21, 2006

Paseo militar

Lo de hoy, más que un cuento, se podría ver como una pieza de jazz, variaciones sobre un mismo tema, en este caso un desfile. Soy aficionado al jazz desde que, siendo un crío, ví actuar a Louis Armstrong en directo. Es un buen motivo, según creo. Tenía la peor voz que uno pueda concebir para cantar, y sin embargo, cantaba. A veces pienso que si él, con esa voz, cantaba, ¿por qué no voy yo a poder escribir?

Con relación al primer apartado de hoy, pido perdón de antemano a los admiradores de Rubén Darío, por haber plagiado el principio y el final de su "Marcha Triunfal", aunque nada más. Aquí está el texto:

PASEO MILITAR

Ya viene el cortejo. Ya se ven de lejos las filas compactas. Ellos son los héroes, ellos son los bravos. La muerte y la lucha y el fuego enemigo no pueden con ellos, no pueden contigo, soldado valiente, patriota y amigo. Ganásteis la guerra, salvásteis la patria, y toda la tierra sin duda os aclama.
Son los salvadores, son nuestra defensa. Y todos aquellos que a veces no piensan, e incluso os critican, reconocen hoy que sois triunfadores. Bien está el desfile, bien está el aplauso. Os lo merecéis. Que la flor destile su mejor aroma, que las más hermosas os brinden su amor. Que suene la banda; redoble el tambor. Que nadie se tome las cosas a broma; sois nuestros soldados, ¿qué mayor honor?
Los hijos del pueblo, con dura coraza, luchan y demuestran cuál es nuestra raza. Y el vil adversario, mezquino y cruel, que tiemble ante ellos. Es un desatino que piense en victorias. Esa es la consigna: que si es necesario, se acabe con él. No tenemos miedo, nada nos espanta. Entre nuestros dedos, tenemos muy poco, y el tiempo se escapa. Pero en nuestras vidas, pobres y tranquilas, a veces logramos alcanzar la gloria, al precio barato de algunas heridas, como premio excelso la ansiada victoria.
No importa el estruendo, no importa el dolor. La dura batalla ya se terminó. Ya vamos sabiendo vuestro gran valor. Y todos los hombres de las fuerzas patrias, del simple soldado hasta el general, desfilan unidos por la ancha avenida, mientras suena alegre la marcha triunfal.
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No nos engañemos: son malos tiempos para la industria del armamento. Ya pasaron aquellos días en los que las empresas más importantes buscaban la forma de superar al carro de combate “Leopard”, alemán, en prestaciones y ventas. O al helicóptero “Mangusta” o “Apache”. El fin de la guerra fría ha cambiado muchas cosas. Ya no hay un adversario cada día más astuto y artero, que inventa continuamente contramedidas para cada avance técnico.
No hay más que fijarse en las tropas que ahora mismo desfilan por la avenida. ¿Cómo van equipadas? Con fusiles y armas cortas de fabricación nacional. Los oficiales ni siquiera llevan colgados al cuello unos prismáticos con dispositivo de visión nocturna. Cierto, con la artillería pasará una batería móvil para lanzamiento de misiles tierra-tierra, una variante del Exocet, pero eso es todo. Los carros de combate, si hubiera que utilizarlos para algo más que los desfiles, se caerían de puro viejos.
¿Y qué decir de la escuadrilla de cazas que acaba de pasar en vuelo rasante? No están hechos con fibra de carbono, no son invisibles al radar. De hecho, ni siquiera llevan armamento, ya que sólo son aviones de entrenamiento. Y otro tanto se podría decir de los transportes. Es ridículo que aún se usen esos cacharros; hoy en día, cualquier particular puede tener un vehículo todo terreno, mucho más útil para recorrer montes y barrancos.
Hay que resignarse; las cosas son así. Los únicos mercados que no están moribundos son los de algunos países africanos, que ahora se matan a tiros en vez de hacerlo con lanzas. Luchan para conservar el control sobre los diamantes, que les proporcionan recursos para poder comprar más armas. Claro que cada vez tienen menos efectivos; ahora ya están utilizando a niños. Y un buen día también se les pueden acabar los niños. Sin embargo, no es un mercado fácil. Hay que competir con el precio de los Kalashnikov, cada día más baratos (y peor fabricados).
El gran reto, hoy en día, es conseguir un fusil que admita varios tipos de munición, para poder comprarla a distintos proveedores. Y eso técnicamente es muy difícil. Se pueden usar reductores de calibre, pero nunca ajustan bien, y se pierde alcance y precisión. Bueno, la verdad es que en toda esta cuestión del armamento hay algo más. Me refiero a la tropa, los soldados, esos que ahora desfilan ante nosotros. Aunque no creo que sea un aspecto importante.
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Yo no debería estar aquí. No tendría que estar viendo cómo desfilan los invasores, los ocupantes, las fuerzas enemigas. Sería mejor que me hubiese quedado en casa, ignorando esta provocación, como han hecho muchos. Y sin embargo, no estoy solo, somos muchos, casi una pequeña muchedumbre, los que hemos salido a la calle para verles las caras, para odiarles mejor.
Nos han derrotado, todos lo sabemos. Es difícil ignorarlo, con el toque de queda y las nuevas costumbres que nos imponen sus edictos. Y eso debería bastarles. No tienen por qué desfilar, prepotentes y avasalladores, pavoneándose de su superioridad militar. Pasan las tropas en sus uniformes de un extraño color, tan diferente al nuestro, con sus cascos exóticos. Sus caras son raras, no pueden negar que son extranjeros. Nos son extraños hasta el punto de no saber si son guapos o feos. Aunque alguna habrá de las nuestras que los reciba abierta de brazos, por no decir otra cosa.
Sí, nos han derrotado. Esta vez. Pero no han acabado con nosotros. A pesar de sus bruñidos fusiles, de sus tanques enormes, de sus cañones temibles, algún día les venceremos, algún día seremos libres. Tienen buena sincronización; de eso no cabe duda. A cada paso, el golpe simultáneo de miles de botas retumba por toda la avenida. Los he visto reaccionar como una sola cosa cuando sus oficiales les ladran las órdenes. Son una formidable y temible máquina, bien cierto. Pero son sólo una máquina.
A medida que pasan batallones y más batallones, desafiantes, se nota cómo crece entre nosotros el rencor y la indignación. Alguien debería hacer algo, gritar, insultarlos, tirarles piedras. Pero nos vigilan, sin ningún disimulo. Es nuestra propia policía, y sus miradas nos piden en silencio que no hagamos nada. De lo contrario, se verían obligados a intervenir contra nosotros, lo que no quieren, o se arriesgarían a ser represaliados por su pasividad.
Es muy duro tener que contenerse, y no poder dar rienda suelta a nuestra ira. Y esas tropas que desfilan no lo saben, pero a la larga serán víctimas de la gran paradoja de la opresión. A fuerza de obligarnos a que nos comportemos como unos cobardes, acabarán por hacer de nosotros unos héroes
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Falta media hora para que empiece el desfile, y unas dos para que acabe y todo vuelva a la normalidad. Ojalá hubiesen pasado ya. Desde anoche, está prohibido estacionar en la avenida, que por fin se ve libre de coches. Ya está fuera el camión, ese que llegó a las cuatro de la madrugada, y del que no había manera de localizar al chófer. No ha sido fácil, nunca es fácil modificar las costumbres. Miles de vehículos han tenido que emigrar a otros nidos, colocándose de cualquier forma, encima de las aceras, bloqueando el paso. Toda la zona está colapsada. Si alguien pensaba venir hoy en coche a la ciudad, más vale que lo olvide.
Además, la circulación por la avenida está cortada, como es lógico. Ha habido que desviar el tráfico por las calles paralelas, que no eran precisamente tranquilas. El atasco es fenomenal. Se han desconectado los semáforos de tres distritos, que ahora parpadean en ámbar. Decenas de agentes intentan regular los cruces más conflictivos, apresurando a los conductores, intentando que la masa compacta de vehículos se divida en segmentos que al menos dejen libres las bocacalles. Tendremos mucha suerte si por la tarde se ha normalizado la situación.
Tal vez habría sido mejor que no circulasen hoy los autobuses. Son demasiado grandes, demasiado largos, y necesitan demasiado espacio para girar. Claro que eso habría significado más coches particulares; lo último que nos hace falta. En el control central, todo el mundo está nervioso, algunos al borde de la histeria. Eso, por no hablar de las medidas de seguridad. Pocas veces se ha visto un despliegue como el de hoy.
No disponemos de bastantes efectivos, y ha habido que traer agentes de fuera. Un problema más, porque no conocen la ciudad ni a los vecinos. Pero no podemos arriesgarnos. La tribuna estará llena de personajes importantes; es la ocasión perfecta para un atentado, y eso explica por qué hay francotiradores situados a tramos regulares, en las terrazas de los edificios próximos. Además, están los grupos radicales, que no van a desperdiciar la ocasión de manifestarse, a favor y en contra, y de enfrentarse unos a otros provocando disturbios, a poco que les dejemos.
Todo eso ahora, hoy, en una misma mañana. Y todo eso por culpa de un maldito desfile que ojalá ya hubiera acabado.
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Esto es intolerable, un manifiesto militarista, una provocación fascista. ¿A quién le puede interesar una colección de soldaditos de plomo, perfectamente alienados? Una exhibición de armas, nada más. De esas armas que han sojuzgado a medio mundo en nombre del colonialismo, que se han usado para reprimir al pueblo una y mil veces.
Antes, bajo la dictadura, podía tener un sentido, aunque sólo para algunos. A ciertos personajes les podía parecer bien ver a un puñado de muchachos uniformados y uniformizados, a los que se les habían rapado las ideas junto con el pelo. Esclavos del sistema, esbirros de la causa. Pero, ¿ahora? Cada día está más claro que no hay ninguna causa por la que valga la pena morir, y en consecuencia, no hay ninguna por la que valga la pena matar.
Está claro que los ejércitos sobran. Nunca los hemos querido. Nunca han hecho otra cosa que defender los privilegios de la clase dominante, a costa de la sangre del proletariado. Ya empezamos a estar muy hartos de batallitas, de odiseas de comic, de uniformes de opereta y de películas de vaqueros con ametralladora, que matan soldados enemigos en vez de indios. Por no hablar de las medallas, el honor patrio y toda esa parafernalia grandilocuente..
La sola idea de patria ya es un arma contra nosotros, como la moral o la propiedad. Derechos sacrosantos para unos, que la mayoría sólo podemos ver por el lado de la obligación y la prohibición. Esto se tiene que acabar. Por lo menos, que sepan que no estamos de acuerdo. Si todos esos héroes de pacotilla esperan aplausos, que le tiren flores, que las mujeres les sonrían, están muy equivocados. Gritos de abucheo, y si se tercia algún cascote, eso es lo que van a tener.
Ya van a empezar. Ya se acercan. Hay que estar preparados. ¿Todos a punto? Pues venga, muchachos, ¡a por ellos!
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Está muy claro que este desfile es una equivocación, una más de las muchas que lleva cometiendo el gobierno en esta última legislatura. Puede que apelando a los nostálgicos recupere algunos votos, aunque es dudoso. Las inquietudes de la sociedad van por otros derroteros, como se vió en las últimas elecciones. La coyuntura no les es favorable. Según las encuestas, han perdido dos puntos.
A veces da la impresión de que el partido en el poder no sepa que no tiene mayoría absoluta. O que confía demasiado en que el resto de fuerzas no sean capaces de ponerse de acuerdo. Están cometiendo el peor pecado que se puede cometer en política: la falta de realismo. Por favor, ¿es que no se dan cuenta? Basta con que se miren los índices de las bolsas, que todos sabemos cómo están. La situación económica es delicada. La balanza de pagos no acaba de mejorar. El nivel de empleo está así así.
El electorado ha perdido la confianza, está cansado de promesas vacías que nunca se cumplen. El pueblo mira a su alrededor y ve que los países de nuestro entorno están mejor que nosotros, que nos vamos quedando atrás. Lo que debería hacer el gobierno, en vez de organizar desfiles, es invertir en mejorar las infraestructuras, en hacer que el correo funcione, que no sea un martirio conectarse a Internet.
Ya se han dado algunos tímidos pasos al reducir el presupuesto de Defensa, pero no basta. Hay que hacer más, por impopulares que puedan ser ciertas medidas en determinados sectores. El riesgo de una sublevación militar parece hoy descartado. Lo que el país necesita es un ejército profesional, más reducido, integrado en las fuerzas conjuntas de defensa. Pero no desfiles. Que se liberen más recursos destinados a armamento, para hacer avanzar la economía. Y que se dejen de tonterías.
Por supuesto, digo todo esto “off the record”. No se les ocurra divulgarlo. Comprendan ustedes, en mi posición...
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No sé si desde aquí lo veremos bien. Yo ya empiezo a ser mayor, por más que mi Joaquín me diga que estoy hecha una mocita, y tanto rato de pie no sé si lo voy a aguantar. Amparito está aquí, a mi lado. Ya vuelve a fumar. Fuma demasiado, esta chica, pero cualquiera le dice algo, con el genio que se gasta. Claro que si a mi Joaquín le gusta, yo lo mejor que puedo hacer es callarme.
La verdad es que hay mucha gente, más de la que me esperaba. Y se ven señoras muy empingorotadas y peripuestas. Tenía que haberme arreglado más. Ponerme el vestido negro, que parezco una señora. ¿Qué va a pensar mi Joaquín al verme así? Claro que a lo mejor ni se fija. Los hombres, para estas cosas son muy ciegos. Y estando Amparito, seguro que sólo va a tener ojos para ella.
Mi pobre Joaquín. Está más delgado, se ve que no lo tratan bien, por más que diga. No como en casa. Yo ya le he ido mandando dinero, el que podía, para que al menos comiese bien, pero a saber en qué se lo habrá gastado. A saber qué vicios habrá aprendido en el cuartel. Mujeres, no creo, de eso ya se cuida Amparito, por la cuenta que le trae. Y por lo visto, parece que ella lo sabe manejar. Yo no sé lo que harán a solas, que me lo figuro, y me puede gustar o no, pero más vale que no me meta. Eso es asunto de ellos.
Ya empiezan a pasar. Qué guapos, tan altos, todos iguales, tan serios. Si hasta parecen hombres, por más que sólo sean unos chiquillos crecidos. Y eso que éstos sólo son los de Infantería. No son los mejores, los de Infantería de Marina, que es donde está mi Joaquín. Yo al principio me hacía un lío por lo de la Marina, y le preguntaba si le iban a dar un barco para que lo llevase él, y él venga a reir.
Mira, ahora pasan los marineros, tan blancos. Compadezco a sus madres, como tengan que lavarles el uniforme. Y ahora enseguida pasará mi Joaquín.
Pues es bonito el desfile, qué quieres que te diga.
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(Redacción) – Ayer, tal como estaba previsto, se celebró el tradicional desfile de las Fuerzas Armadas, con numerosa asistencia de público. Las máximas autoridades presenciaron el acto desde la tribuna instalada al efecto.
El desfile contó con la presencia de unidades del Ejército de Tierra, así como una representación de la Marina y la Aviación. Una escuadrilla de aviones sobrevoló la formación, y se pudo ver un amplio despliegue de efectivos de Artillería y Caballería. El público asistente aclamó en numerosas ocasiones el paso de las tropas, con calurosas ovaciones.
Lamentablemente, algunos grupos radicales intentaron deslucir el acto, coreando consignas contra el Ejército, intentando incluso algún hecho aislado de agresión, que fue rápidamente neutralizado por las fuerzas de seguridad. Se practicaron varias detenciones. (Más información en la página 5)
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Ya estoy más que harto, y eso que aún no hemos empezado. El desfile comienza a las once, por eso hemos tenido que levantarnos a las seis. Ducha, formación, firmes, pasar lista, desayuno. Después, subir a los camiones. Total, que antes de las ocho ya estábamos a punto. Pero claro, todo el mundo quiere asegurarse de que aunque haya un imprevisto no se retrase nada.
Nos han pasado revista seis veces. En las dos primeras se han fijado hasta en la caspa que podíamos tener en las hombreras. ¿Quién va a ser capaz de verla? Las siguientes han sido más por encima. Mejor, porque cada hora que pasa, con este calor, parecemos peor afeitados. No nos han dejado fumar hasta que no nos ha pasado revista el coronel. Y en cuanto nos han dejado, al Pitillo, como siempre, se le había acabado el tabaco, y ha empezado a pedirlo a unos y a otros.
Hace calor, y el cuello del uniforme es una tortura. El fusil pesa lo suyo, y no hay un mal sitio donde sentarse. Y evidentemente no nos dejan sentarnos en el suelo. Hay tres o cuatro que se dan importancia, y presumen de conquistar a las novias de los demás con sólo dejarse ver. Hatajo de imbéciles.
El coronel, por lo visto, ha dicho que estemos formados veinte minutos antes de la hora, lo que para el capitán significa media hora antes, y para el sargento tres cuartos de hora. No paran de pasar oficiales arriba y abajo, y a cada uno que pasa, hala, a ponerse en pie, firmes y a saludar. Alguno hace ver que no se ha dado cuenta, y nadie le dice nada.
Hay un buen trecho para recorrer. Yo lo habré hecho paseando no sé cuántas veces, pero claro, hoy es diferente, y mucho más duro. De tanto rato de estar de pie, empiezan a dolerme las botas. El Pastor, que es de pueblo, va a perder el paso, como siempre, y mucho será que no nos arresten a todos por su culpa. De allá al fondo, donde está la banda, llegan a ratos todo tipo de sonidos, como si estuviesen afinando los instrumentos. Hasta el bombo.
Bueno, pues a ver si se acaba. Mejor dicho, a ver si empieza. Mi familia no está entre el público, y los amigos que tengo ahora están en otra fila, o en otra columna. Mejor así. Mejor que nadie de los que me conocen me vea desde fuera, desfilando como un soldadito de juguete, participando en esta patochada.
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