jueves, enero 25, 2007

El Patito Guapo (2)

Aquí está la segunda parte del cuento, en la que concluye la historia de un personaje sin nombre, aunque con entidad. Comparto una buena parte de las opiniones del mismo, aunque sería el primero en criticarme si me identificase con él; considerarse guapo es un pecado imperdonable de presunción, que no pienso cometer.

10 de Abril. Transcripción.

- Hoy, si no le importa, vamos a hacer algo un poco diferente.
- Lo que usted diga.
- Muy bien. Usted es guapo.
- Usted también, doctora.
- Gracias, pero no era un cumplido. Es un hecho. Dígame, ¿se encuentra guapo?
- Bueno, eso es materia opinable. Digamos que tengo mis días. No me haga avergonzarme.
- Alguien como usted, lo tendrá fácil para conquistar a las mujeres.
- ¡Ja, ja! Con que era eso. Mire, le voy a decir una cosa. Alguien que pase hambre, que no pueda comer cada día, puede pensar: “si fuese rico, comería siete veces al día”. Pero, ¿sabe? Los ricos no comen siete veces al día. Lo sé de buena fuente.
“Lo que quiero decir es que el que puedas hacer algo no significa que lo quieras hacer. Todo el mundo querría ser guapo. Pero al que ya lo es, eso no le preocupa, y piensa en otras cosas. Hace tiempo conocí a una chica muy guapa, y nos hicimos amigos. Teníamos mucho en común, pero ella lo llevaba peor que yo, porque tenía que esforzarse constantemente para seguir siendo guapa. Dietas, gimnasio, mucho cuidado con el sol, etcétera. Y tener que aguantar la envidia del resto de las mujeres, que hablaban pestes de ella. Y se topó conmigo, que no pensé de buenas a primeras que era una mujer hipersexual, ni una tonta. Una vez me dijo: “Tú y yo tendríamos que casarnos, y tener hijos. Seguro que serían guapos”. Y yo le dije: “Mejor que no lo hagamos. Seguro que serían inseguros”.
- Pero, de todas formas...
- Sí, sí, a eso voy. Mis amigos, porque logré hacerme algún amigo, me usaban de gancho. Yo era el reclamo para que ellas se acercasen, y cuando las tenían cerca, ellos se dedicaban a conquistarlas. Aprendí bastante, por observación. Ellas tenían un repertorio de actitudes más amplio que el de los chicos: la tímida, la camarada, la responsable... Las que tenían más éxito eran las que iban de inaccesibles. Ya sabe, de esas que les tienes que decir: “estás muy guapa cuando te enfadas”, y se les escapa una sonrisa. Y ellos, bueno, hacían lo que podían. No habían evolucionado mucho desde el tímido y el fanfarrón.
- ¿Qué tal eso de “sé tú mismo”?
- Eso sólo funciona si consigues ser el “tú mismo” que ellas esperan encontrar. ¿Se acuerda que le dije que los hombres no soportamos sentirnos inseguros? Pues las mujeres no soportan equivocarse y quedar por tontas, si se trata de conocer a las personas.
- Nadie es infalible.
- A mí no me lo diga. Cuénteselo a ellas, que falta les hace. Bueno, ¿qué quería saber? ¿Si tuve alguna experiencia sexual? Pues no, la verdad es que no. Y si vuelve a pensar que a lo mejor sí que en el fondo soy homosexual, déjeme decirle: ¿tú también, Brutus?
- Muy bien, lo tendré en cuenta. ¿Por qué no las tuvo?
- Tengo un amigo, fumador desde muy joven, que dice que es más fácil renunciar al sexo que al tabaco. Y hay quien dice que el sexo mata.
- Según mis noticias, el sexo que mata es casi siempre el mismo. Y me parece que más vale que no bromee con eso.
- Muy bien. Pero vamos al grano. ¿Por qué no las tuve? Pues muy sencillo: porque no puedo quitarme los sentimientos tan fácilmente como me quito la ropa.
“Nunca fui con prostitutas. Yo no buscaba sexo, mejor dicho, sí lo buscaba, pero como prueba de amor, de aceptación. Si tienes hambre, te doy de comer. Si tienes sed, te doy de beber. Si necesitas una mujer, aquí me tienes. Olvídese de todo lo que ha oído de la educación religiosa. Esa actitud de entrega, a los ojos de Dios, es sagrada. Y eso es lo que creo.
- Muy bien. ¡Buf! Pero si es sagrado, entonces estará prohibido.
- No, de ninguna manera. No se ponga a discutir conmigo en ese punto. Los padres, los del colegio, querían convencerme de que fuese al seminario, decían que tenía condiciones. ¿El sexo es malo? Entonces, ¿en qué estaba pensando Dios cuando lo creó? ¿El sexo es una cosa superficial y sin importancia? Entonces, ¿por qué vamos marcados con él del nacimiento a la muerte?
- Dios no tiene sexo.
- Ni falta que le hace. Pero Él es perfecto, nosotros no. No podemos solos. Algo tendremos los hombres que puedan necesitar las mujeres. Algo más que espermatozoides, quiero decir. Y mucho tienen las mujeres que necesitamos los hombres. Y en cuanto a eso, me puedo pasar tres días haciéndole una lista, de la caída de ojos al roce de una mano.
- El roce de una mano...
- No es preciso que sea en una parte íntima, si es que las mujeres tienen alguna parte del cuerpo que no sea íntima. ¿Qué le pasa, doctora, necesita una caricia? Yo se la doy, no se preocupe.
Nota al margen: no ha sido una caricia sensual, por parte de él. Más bien una caricia de hermano, de amigo, de compañero. Por parte mía, es algo de lo que avergonzarme. A ver si me controlo, caray. Una es una profesional.
- Usted dirá.
- Bueno, eh, sí, vamos a dejarlo en este punto. Reflexione sobre todo lo que hemos hablado. Volveré el martes.
Nota: le he prescrito sedantes. Me irían mejor a mí.
* * * * *
16 de Abril. Transcripción.
- ¿Qué le pasa, doctora?
- Nada. No he dormido bien. Me dijo que había estado casado. Hábleme de su esposa.
- ¿De verdad quiere oírlo? No es nada divertido. Bueno, pues allá voy. Era una mujer terriblemente celosa. Intentaba no serlo, pero era más fuerte que ella. Todo el tiempo que duró nuestro matrimonio, que no fue mucho, fue una sucesión de escenas y reproches. Se arrepentía por la noche, y a la mañana siguiente vuelta a empezar.
- Interpreto que usted no le daba motivos.
- Por supuesto. Intentaba ser un buen marido.
- Debía haberlo supuesto. Perdone. Siga.
- Ella, en realidad, no necesitaba motivos. Creo que ningún celoso necesita motivos, al menos motivos reales. A ella le bastaba con pensar lo mismo que usted: que yo lo tenía muy fácil para conquistar a otra mujer. Si por ella hubiera sido, me habría tenido encerrado en casa, como en un harén.
- ¿Cómo lo afectaban esos celos?
- ¿Usted qué cree? Me fastidiaban. Los celos suponen desconfianza, y yo no me la merecía. Ya sé que se bromea mucho sobre estas cosas, pero vivirlas es otro cantar. Y hay una cierta fama de que los hombres tendemos a ser infieles. Pero en la tradición literaria oriental, tanto en la árabe como en la hindú, las infieles son las mujeres. Si una mujer se propone engañar a un hombre, y un hombre engañar a una mujer, así en general, ¿por quién apostaría?
- Por la mujer. No tengo ganas de discutir.
- Pues eso. Al final, acabé por hartarme. Muy al final, la cosa duró cinco años. Poco para un matrimonio, demasiado para un tormento. Cuando le pedí el divorcio, le faltó tiempo para convencerse de que ya tenía a otra.
- ¿Cuánto tiempo hace de eso?
- Casi tres años.
- Y en ese tiempo, habrá tenido otras relaciones, imagino.
- Al principio no me atreví a intentarlo. Imaginaba que en el momento en que me acercase a una mujer, iba a aparecer de repente mi ex con un cuchillo, dispuesta a apuñalarme. Luego decidí intentarlo. Y descubrí que era bastante más complicado de lo que parece. A los veinte, las mujeres pueden ser inseguras. Pero las que pensaban casarse, al pasar de los treinta y acercarse a los cuarenta ya no se sienten inseguras, no. Están aterrorizadas. Algunas dan la impresión de que si les preguntas: “¿cómo te llamas?”, te van a contestar: “sí, quiero”.
- Esa es una afirmación tremendamente machista, indigna de usted. Debería avergonzarse.
- ¿Qué le ocurre hoy, doctora?
- Nada. Perdone, no he sabido controlarme.
- ¿Prefiere que lo dejemos para otro momento?
- Pues mire, sí. Creo que será lo más sensato.
* * * * *
De mi diario personal.
16 de Abril
Tonta de mí. Haber roto con Jaime no debería afectarme tanto. Creía tenerlo asumido. Y desde luego, el figurín no tenía ninguna culpa. Pero por más que una intente ser objetiva, es difícil con alguien como él. En el fondo, no es mal tipo, pero ¿quién se molesta en ir al fondo? Yo debería, pero me cuesta.
Lo que de verdad me apetecería con él es tener una visita en mi consulta privada, lejos de miradas indiscretas y de las enfermeras que se paran a mirarlo. Creo que le daré el alta y pasaremos a tratamiento externo.
* * * * *
18 de Abril. Consulta privada. Transcripción.
- ¿Cómo se encuentra?
- Bien. Un poco desorientado.
- Me imagino que debe echar de menos la estabilidad del hospital.
- Y la buena comida, no se le olvide.
- Je, je. Dígame, después del divorcio, ¿llegó a tener otra relación?
- Sí. Me costó bastante, pero la tuve.
- ¿Por qué le costó?
- Porque ese tipo de cosas es más complicado de lo que parece. Y además, yo tenía muchas reservas. Supongo que ocurrió de la única forma posible: sin buscarlo, y a pesar de mi actitud.
“Ella era diez años más joven que yo, y muy decidida. Se encaprichó de mí. Yo no la engañé, le dejé muy claro que no buscaba una aventura. Y ella aceptó una especie de compromiso, pero sin ataduras. En cualquier momento, uno de los dos podía decir basta.
- Y usted, ¿se sentía cómodo con ese... arreglo?
- Qué remedio. Tenía la esperanza de acabar de convencerla, día a día. Seducir a una persona, seducirla del todo, quiero decir, ganarte su corazón, te puede llevar mucho tiempo.
- O no. Depende. ¿Qué ocurrió?
- Que cuanto más me dedicaba, más insoportable le parecía. Al final, fue ella la que se hartó y dijo basta. Entonces intenté suicidarme, ya lo sabe.
- ¿Cree que ella despreció sus sentimientos?
- Es una buena descripción.
- Déjeme decirle una cosa. Tal vez valora demasiado los sentimientos. Las sensaciones del enamoramiento, la euforia, las palpitaciones y todo lo demás, son el efecto de una hormona.
- Sí, ya conozco el tema. Y el instinto maternal, otro tanto.
- En efecto.
- Y si se investiga lo suficiente, resultará que todas las emociones humanas, del éxtasis místico a la furia homicida, serán el resultado de un proceso bioquímico, ¿no?
- Más o menos.
- Muy bien. Así es como se expresan las emociones, lo mismo que las palabras se escriben en un papel. Pero las palabras no son de papel.
- Eso es un sofisma.
- ¿Usted cree? La práctica totalidad de los poemas que conocemos los hemos visto impresos. ¿Podemos deducir que la poesía es un aspecto de las artes gráficas?
- No, claro. Comprendo su punto de vista.
- Buf, eso.
- ¿Por qué se irrita? Yo estoy aquí para ayudarlo. Si me he equivocado, lo siento. Pero le aseguro que me importa mucho lo que le pase. Voy a parar este trasto.
* * * * *
No ha quedado constancia de lo que ocurrió cuando apagué la grabadora, pero son hechos que creo significativos, por eso redacto estas notas. Es difícil explicar qué me pasaba. Digamos que mis procesos bioquímicos estaban muy alterados. Me acerqué a él, e intenté devolverle la caricia que me había dado días atrás, pero la mía no resultó tan inocente. Después, mientras recorría su perfil con la yema del índice, creí que debía decirle algo. Pude evitar un manido “te quiero”, porque sabía qué otras palabras usar:
- Te acepto. Si necesitas una mujer, aquí me tienes.
No voy a entrar en detalles. Sólo quiero apuntar que él me trató con delicadeza, con suavidad, con dedicación. Conociéndolo, comprendí que de nuevo se esforzaba, esta vez para ser un buen amante. Con bastante acierto, la verdad sea dicha.
Al día siguiente, estaba dichosa y destrozada al mismo tiempo. Jaime, qué idiota, lo que te has perdido. Pero algunos detalles concretos de la tarde anterior eran demasiado llamativos para no resultar inquietantes. ¿Cómo había podido yo hacer eso, o aquello? Sé de sobras que cualquiera puede cometer barbaridades. Pero sentirse satisfecha de haberlas hecho, ya es otro cantar. Había quebrantado la ética profesional, y lo había acorralado sin posibilidad de escapar, porque yo tenía todas las cartas en la mano. En medio de esa inquietud me sorprendió su llamada telefónica.
- Dígame, doctora, ¿cuándo nos casamos? – me preguntó en cierto momento.
- Nunca – dije en un arranque – No pienso casarme. Y lo que ocurrió ayer no debe volver a pasar.
No dijo nada, se limitó a colgar. Lo siguiente que supe de él fue que la policía había encontrado su cuerpo. Yo fui, posiblemente, la persona más importante de su vida, en el intervalo desde el intento fallido hasta el suicidio consumado. Y no fui capaz de estar a la altura. Pobre hombre. Pobre patito guapo.

miércoles, enero 24, 2007

El Patito Guapo (1)

Después de un mes de silencio, me decido a publicar algo más. Y antes de presentar el cuento, quiero agradecer a todos los visitantes de estos días; sé positivamente que más de uno es reincidente, y ha seguido visitando el blog por más que no hubiese nada nuevo que ver. Gracias a todos.

El cuento de hoy nació en una de esas afortunadas ocasiones en las que un simple título engendra por sí solo el cuento, algo que me ocurrió también con "Siete balas". Evidentemente, es la inversión del cuento de Andersen, "El Patito Feo". Espero que el hecho de no haberlo titulado "El Patito Lindo" o "El Patito Bello" no sea obstáculo para los lectores; en España, "guapo" no significa lo mismo que en México o en la Argentina. Una vez mas, presento el cuento dividido en dos partes, aunque esta vez, al estar escrito en forma de diario, tengo alguna excusa.

EL PATITO GUAPO

5 de Septiembre
Quiero empezar esta carta disculpándome por el tiempo que he dejado pasar sin mantener el contacto contigo. Debes haber pensado que estaba muerta, o que no quería saber nada contigo. Tal vez que el éxito se me había subido a la cabeza; nada de eso. Sigo siendo la misma, y además, tanto tú como yo sabemos de sobra que el éxito, en esta profesión, es sobre todo una cuestión de suerte, y de promedio. Si consigues ayudar a un paciente, tienes un éxito parcial. Si acumulas muchos éxitos parciales, sube el promedio, y pasas por ser buena en lo tuyo.
Pero claro, más que los éxitos, lo que te preocupa son los fracasos. Hace tiempo traté a un actor teatral, de tendencias paranoides, que me comentaba: “No me importa que el teatro se venga abajo con los aplausos; a mí el que me preocupa es ese tipo de la segunda fila con cara de disgusto, que no da ni unas palmadas de cortesía. Está claro que no le ha gustado”. Estoy divagando, lo sé. Ya me lo reprochabas cuando estudiábamos juntos. Si te escribo es para pedirte tu opinión sobre un caso en el que he fallado estrepitosamente. Te envío una copia del expediente. No estoy segura de haber hecho todo cuanto estaba en mi mano. En todo caso, el resultado no ha podido ser peor. A lo mejor tú ves algo que a mí se me ha escapado. Algo que me persuada de no abandonar mi prefesión. Te agradeceré que me lo hagas saber. Afectuosamente...

* * * * *
2 de Abril. Notas previas.
Tendencias autolíticas. Intento de suicidio frustrado. No parece que sea para llamar la atención. Clase media, estudios superiores, aspecto agradable. Más que eso. Es muy guapo. Parece resignado, tal vez desengañado.

* * * * *
5 de Abril. De la primera entrevista, transcripción.
- Hábleme de sus padres.
- Mi madre me odiaba.
- ¿Qué decía su padre de eso?
- No estaba. Nos dejó al poco de nacer.
- Comprendo. ¿Por qué cree que su madre le odiaba?
- Porque le recordaba a mi padre.
- Quiero decir, ¿qué hacía para darle la sensación de que le odiaba?
- Me decía: “Eres demasiado guapo para ser bueno. Como él”. Me lo dijo miles de veces.
- ¿Lo cuidaba?
- Por obligación. Claro que lo hacía. A veces, yo tenía la impresión...
- Continúe.
- No sé, era como si hubiera querido quererme, pero no se atrevía a fiarse. Supongo que me parecía demasiado a él, y como ya le había salido mal una vez... ¿Entiende?
- Sí. ¿Cómo es su relación actual con ella?
- Murió hace cinco años.
- Antes de morir, ¿qué relación tenían?
- Muy poca. De compromiso, casi.
Nota al margen: al parecer, ninguno de los dos consiguió superarlo.
- ¿Cómo cree que le afectó el rechazo por parte de su madre? ¿Recuerda algo?
- No sé si es realmente un recuerdo, o algo que pensé más tarde. Lo que ella me decía es que no era bueno, así que intenté serlo.
- ¿Lo logró?
- No lo sé. No creo. ¿Cómo se mide eso? ¿Hasta dónde hay que ser bueno? Procuraba portarme lo mejor posible.
Nota al margen: la búsqueda de aceptación lo llevó a modificar su conducta. Un patrón de ideal sin el ejemplo de un adulto.
- Ese esfuerzo para ser un buen hijo, ¿cree que su madre llegó a percibirlo?
- Oh, seguro que sí.
- ¿Por qué lo dice? ¿Le dijo ella algo?
- No. Pero se aprovechaba. He hablado con bastantes hijos, y con alguna madre. De los niños buenos se abusa, como de la gente servicial. Casi nadie lo admite, claro. Pero todos pretenden que si no te quejas, de alguna forma eres culpable. Como si encima de todos los favores que te piden, tuvieras que hacerles de conciencia.
- Por lo que entiendo, no se quejaba.
- No. Pero a la larga, acabas por darte cuenta de con quién te juegas los cuartos.
- ¿Qué quiere decir?
- Que los calas. Que los ves venir. Hay mucha gente para la que los únicos favores que cuentan son los que te van a pedir a partir de ahora.
Nota al margen: resentimiento no asimilado. Profunda desconfianza, posible falta de empatía. ¿Manipulador? No, es contradictorio. Es demasiado hábil manipulándose a sí mismo, demasiado adaptable para coaccionar a los demás. Tiene algún rasgo de superviviente, pero no veo el motivo. A alguien como él, la vida tiene que haberle resultado fácil.

* * * * *
8 de Abril. Transcripción.
- Ayer hablábamos de la relación con su madre.
- No.
- ¿No lo recuerda?
- Es usted, doctora, quien no se acuerda. Ayer era domingo. De eso hablamos el viernes.
- Muy bien, el viernes. ¿Quiere decirme algo más?
- No.
Nota al margen: inquisitivo. Acostumbrado a analizar la actitud de los demás, le debe resultar fácil detectar un falso interés hacia él.
- Aparte de su madre, debía relacionarse con otras personas. ¿Tenía amigos, de niño?
- Muy pocos. Nos cambiamos de barrio, y de escuela.
- Hábleme de la escuela.
- Era una escuela religiosa. De padres, no de hermanos.
- No sé mucho de eso. ¿Son diferentes?
- En realidad, no tanto. No tanto como se cree desde fuera. En todas partes hay tipos bastante conservadores, pero la mayoría son gente muy normal. No se pasan el día hablándote del infierno.
- Mucha gente que ha ido a colegios religiosos habla pestes de la educación que les dieron.
- No puedo hablar por los demás; algo bueno pude sacar. Tenían sus manías, como las tiene todo el mundo: mucho deporte, nada de frivolizar sobre el sexo, etcétera. Pero también tenían su parte positiva.
- Así pues, la escuela fue una experiencia agradable.
- No, en absoluto. Que fuese un buen sitio no quiere decir que a mí me fuese bien. Lo pasé fatal.
- ¿Cuál era el problema?
- Los compañeros. Yo era un niño guapo. Las niñas son guapas, los niños son traviesos. Y como yo era guapo y no era travieso, a todos les pareció que yo era más bien niña.
“Intenté ganármelos. Les ayudaba con los deberes, era absolutamente leal, inventaba nuevos juegos. No me sirvió de mucho. Los líderes de la clase me vieron como una amenaza, y se dedicaron a desacreditarme. Si hice algún amigo, fue entre los más tontos de la clase.
- Los niños pueden ser muy crueles.
- Por favor, doctora, no me venga con ese tópico. Los niños no son crueles; lo que pasa es que no tienen ni idea de qué cosa son los sentimientos. Como les pasa a muchos mayores. Cuando uno vive en un ambiente en el que se ridiculizan los buenos sentimientos, y lo único que cuenta es tener éxito y ganar dinero, ¿cómo puede esperar que se comporten?
- ¿Cómo reaccionó ante esa situación?
- Igual que en casa. Intenté ser un buen alumno, lo mismo que había intentado ser un buen hijo. Me volví el empollón de la clase. En el colegio, tienes que conservar un equilibrio entre la aceptación de los compañeros y la de los maestros. Pero la de los compañeros ya la tenía perdida. Supongo que yo los necesitaba más a ellos que ellos a mí. Y una relación tan desequilibrada no puede funcionar.
- Perdone, pero hay un punto que no me ha quedado claro. ¿Era un colegio mixto, o sólo de chicos?
- Sólo de chicos. No tuve una chica en clase hasta que entré en el instituto.
- Antes me decía que la escuela tuvo su parte positiva. ¿Qué parte era esa?
- La dignidad, para decirlo en solemne. La idea de que yo no era ninguna basura. Mi madre no se fiaba de mí. Mis compañeros, para decirlo por lo fino, pensaban que me había equivocado de colegio, y que habría estado mejor con las Hijas de María. Pero a pesar de eso, yo era hijo de Dios, si es que eso le dice algo.
Nota al margen: avanzo, pero despacio. Hay algo que no me cuadra. Alguien tan lúcido debería ser capaz de identificar el problema, y valorarlo adecuadamente. El paciente parece capaz de hacerlo, pero no lo ha hecho. Si no, no habría problema, a menos que Sócrates y Freud sean un par de imbéciles.

* * * * *
Notas de evaluación: las respuestas son algo más largas, pero sigue a la defensiva. Aún no ha decidido si mi interés es auténtico, aunque sea meramente profesional. Hay un déficit de autovaloración, eso está claro, pero en algún momento halló la manera de compensarlo. De lo contrario, el intento de suicidio lo habría llevado a cabo mucho antes.
Hay un factor de distorsión: todo lo que me cuenta es desde su experiencia y actitud de adulto, y posiblemente desde una situación depresiva. Es casi seguro que en el momento en que lo vivió, la situación para él era más dramática, o menos. No debo dejar que me engañe su aparente cinismo, ni su depresión. Me resisto a administrarle antidepresivos. Seguramente sería contraproducente; lo volvería más desconfiado. Podría creer que quiero sacármelo de encima con pastillas.

* * * * *
9 de Abril. Transcripción.
- Veamos. Habíamos llegado hasta su adolescencia. Ya ha quedado claro que su infancia no fue precisamente feliz. ¿Qué me dice de su adolescencia?
- ¿Qué quiere saber? Fue una época confusa.
- Siempre lo es.
- Es cierto, y eso me ayudó a sentirme un poco menos raro. Además, por un tiempo dejé de ser guapo. Ya sabe, los granos, eso que te sale en la cara, que no sabes si será pelo o pluma, los brazos y las piernas que se ponen a crecer por su cuenta. Le aseguro que perdí todo mi atractivo.
- Pasan otras cosas, en esa época.
- Sí. Es una época de inseguridad. Tienes que aprender a decidir y confiar en ti mismo. Pero en cuanto a mirarte al espejo y preguntarte si valdrás para algo, en cuanto a saber que no te van a ayudar, yo ya llevaba muchas horas de vuelo. Años de ventaja, tenía.
- ¿Y las chicas?
- ¡Ah, las chicas! Bueno, vamos a dejarlo claro de una vez. No soy homosexual. Me gustan las mujeres. Y quiero dejarlo claro.
- No creo haber insinuado que usted fuera homosexual.
- Ni falta que hacía. Ante un hombre guapo, una mujer suele pensar una de estas tres cosas: que se lo tiene muy creído, o que es tonto, o que es gay. O las tres a la vez. Y si no se le ha ocurrido, nunca falta la buena amiga, el alma caritativa que se lo sugiere.
“Pero volviendo a las chicas, creo que en esa época se sienten tan inseguras como nosotros. Y por culpa de eso, unos y otras se mantienen apartados. Cuando se deciden a acercarse, hasta ellas se vuelven torpes. No tanto como ellos, claro. Los chicos tienen menos imaginación, y recurren a patrones de conducta. Básicamente, o van de tímidos o de fanfarrones.
“A los hombres nos molesta mucho sentirnos inseguros. Supongo que de ahí nace esa concepción futbolística de los sexos: los chicos juegan en un equipo, y las chicas en el equipo contrario. De alguna forma, son el adversario. Y al enemigo, ni agua.
- Usted se da cuenta de que es una idea ingenua, además de falsa.
- Sí. Por no hablar de lo injusta que resulta. Pero no se imagina cuántos adultos siguen pensando así. Incluso muchas mujeres.
- Por suerte, esa forma de pensar es cosa del pasado.
- No esté tan segura. Yo he oído hace poco a chicos jóvenes preguntándose para qué sirven las mujeres. Aparte del sexo, claro.
- ¿Y usted? ¿Para qué cree que sirven?
- ¿Está bromeando? Son personas, tanto como los hombres.
Nota al margen: visión idealizada de la mujer.
- Hábleme de sus relaciones con las mujeres.
- Ya lo estoy haciendo. He tenido amigas, he tenido novia y he estado casado. Mire, si hablamos de relaciones sexuales, hay que distinguir dos situaciones. Si eres tú el que quieres y tienes que convencerla, entonces se tienen que cumplir como unas veinte condiciones, todas a la vez. Pero si la que quiere es ella, entonces no hace falta que se cumpla ninguna. Ella puede romper las normas, tú no.
- ¿Se tomaba en serio esas normas?
- Sí, me las tomaba en serio. Sabía demasiado bien lo que pasa cuando no las cumples, cuando te dices que eso no tiene ninguna importancia y que sólo se trata de pasar un buen rato. Sabía lo que dejas detrás: una mujer destrozada y un niño al que su madre será incapaz de querer.
- No tenía por qué pasarle eso.
- No, pero es más seguro evitar la ocasión. Si no te acercas al mar, es poco probable que mueras ahogado.
* * * * *
Notas de resumen.
Creo que tengo ya los hechos básicos. Culpabilidad adoptada por el problema de sus padres, rechazo del grupo, y una estricta educación religiosa con insistencia en el pecado. Pobre tipo, habrá estado muy solo casi toda la vida. Y le habrá costado lo suyo no volverse un desequilibrado.
El problema es ahora cómo enfocar la solución. Tal vez le convendría tener una aventura sin ningún tipo de compromiso sentimental. Que viese que no por eso se acaba el mundo. Ojalá no se nos echase encima la Semana Santa. Pero no puedo cambiarme el turno. Necesito estos días para intentar arreglarme con Jaime. Me temo que no me quedan muchas oportunidades.
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