viernes, marzo 30, 2007

Papel

Por una vez, me voy a dejar llevar por mi impaciencia ante determinadas actitudes, y hoy no voy a presentar ningún cuento. Esta vez, pienso dejar mi opinión sobre un tema del que últimamente oigo hablar mucho:

PAPEL

Debo empezar confesando que el papel es algo que me ha acompañado toda la vida, y que ha sido la base de la mayoría de mis aficiones. Entre ellas se cuentan, por ejemplo, los recortables, maquetas que se recortan y pegan a partir de un dibujo impreso. Tampoco puedo olvidar la filatelia, que en el fondo consiste en coleccionar pedacitos de papel. Sería injusto, visto el enfoque de este blog, dejar a un lado la manía de escribir y contar historias, algo que empiezo siempre sobre papel, y a mano, antes de pasarlo al ordenador. Y "last but not least", es decir, por último, pero no menos importante, la papiroflexia, que los japoneses (y medio mundo) llaman origami, algo que me niego a hacer, entre otras cosas por haber conocido al creador de la palabra: el Dr. Solórzano Sagredo, del que tal vez hable otro día.

Pero el tema es el papel, y la obsesión que parece extenderse sobre su uso. Estoy de acuerdo en que el papel, como todo, debería usarse responsablemente y sin desperdiciarlo. Pero quiero hacer unas puntualizaciones sobre salvar los árboles y otras obsesiones. Al parecer, fué Humberto Eco quien comentó que si los indios y los chinos se decidiesen a usar el papel higiénico, no quedarían árboles. El señor Humberto Eco me merece todos los respetos como filósofo y escritor (ahí están El Nombre de la Rosa y El Péndulo de Foucault), pero me temo que no sepa mucho acerca de la fabricación del papel.

En primer lugar, por lo que respecta a los chinos, opino que tienen todo el derecho a utilizar el papel como mejor les convenga, aunque sólo sea por ser los padres de la criatura. Y en segundo lugar, quisiera recordar a todos los mal informados que el papel se puede fabricar de muchas formas, y a partir de materiales muy diversos: de trapos viejos, de restos vegetales, de paja, y también de papel recuperado. En el norte de Argentina existía no hace mucho una fábrica que estaba produciendo papel para impresoras a partir de los residuos de la caña de azúcar, después de pasar por el trepiche.

El auténtico problema, y la causa de la alarma, es otra. Es verdad que se están cortando árboles para fabricar papel. Pero el quid de la cuestión es que los métodos alternativos de fabricación de papel no resultan rentables para las grandes multinacionales papeleras. Seguramente, para mantener unos costes de producción aceptables y maximizar el beneficio, es mejor utilizar árboles enteros, triturarlos y convertirlos en pasta de celulosa que contentarse con un suministro modesto y una producción pequeña. Conviene recordar, además, que al menos en Europa la producción de papel está subvencionada, y esa fué la razón principal, entre otras, de la práctica desaparición de la industria papelera en España, en el momento de incorporarnos a la Unión Europea.

Y aprovechando la relación que existe entre este tema y otro de actualidad, llamo la atención sobre las bolsas de plástico de los supermercados. Tiempo atrás, y en otros lugares, las bolsas de los supermercados eran de papel (precisamente). Ahora son de plástico, y constituyen un problema, tanto para su reciclado como por el volumen que está adquiriendo su uso. Pero, vamos a ver, ¿quién tomó la decisión de cambiar las bolsas de papel por otras de plástico? No creo que fuera el consumidor, a quien ahora se quiere mentalizar de que se está comportando mal (o de forma poco ecológica, lo que viene a ser lo mismo). Apostaría a que fué una decisión de empresa: las bolsas de plástico eran seguramente más baratas. Y a modo de última pregunta, digo: ¿no deberían ser las empresas que decidieron el cambio las que deberían señalarse con el dedo? ¿No deberían ser ellas las que diesen marcha atrás? ¿No deberíamos, por una vez, dejar en paz al sufrido consumidor, y no esperar de él que arregle lo que otros no han querido hacer?

No digo más, creo que bastante he dicho ya.

martes, marzo 27, 2007

Una Historia Cualquiera

El cuento de hoy habla de una pareja, algo que tiene un largo recorrido y un sentido más amplio del que muchos quieren admitir. La pareja, la pareja humana, en mi modesta opinión, es un hecho natural, es decir, anterior a cualquier ley y cualquier religión. Y en consecuencia, la única opción que tienen la ley y la religión, sean cuales fueren, es reconocer este hecho.

Pero la pareja, ahora mismo, es algo que parece estar en crisis, algo que está perdiendo rápidamente "poder de convocatoria". Podría argumentarse que es la tendencia de la época, que no es algo que nadie provoque, y posiblemente sea así. No parece que haya nadie interesado en que entre en crisis esa institución. Lo único que me hace dudar es que, si las personas viven solas en vez de vivir en pareja, se venderán el doble de frigoríficos, de televisores, de lavadoras... Pero son sólo elucubraciones. Dejo pues, la palabra al cuento.

UNA HISTORIA CUALQUIERA

Era incomprensible. Quiero decir, que yo no podía entenderlo. Que la señora Matilde y don Andrés se hubieran divorciado después de tantos años, era algo por lo que nadie habría apostado. Nadie que los conociera, claro. No había más que verlos: siempre iban juntos a todas partes, ella lo criticaba a él y él no decía nada. Estaba claro que se querían.
Ya no menciono que se habían acostumbrado el uno al otro, porque a la larga uno se acostumbra a todo. Y porque era algo más que eso. A juzgar por alguna reacción espontánea, había cosas que ya no necesitaban decirse. Cada uno de ellos había aprendido a adivinar cómo estaba el otro. No del todo, claro. Siempre hay una parte de nosotros que queda escondida; y tal vez, ni uno mismo sea capaz de verla del todo. Quizá no tuvieran mucho que decirse; pero aún se veían, no se habían confundido con una parte del mobiliario.
Como suele ser habitual, no se parecían en nada. Él era alto y ella bajita, él tranquilo y ella impaciente, ella locuaz y él callado. Esas diferencias complicaban su relación, seguramente. Pero las relaciones demasiado tranquilas pueden acabar resultando aburridas. Y a lo mejor, en el fondo uno no se empareja con la persona que le gusta tener al lado cuando las cosas van bien, sino con la que le conviene tener al lado cuando las cosas van mal.
Por todo eso, no se podía entender lo que había pasado. Y menos aún, teniendo en cuenta que eran de la vieja escuela, gente de orden, por no decir anticuados. De esos de cuando el matrimonio era para toda la vida. Es verdad que no hacía mucho que él había estado enfermo, muy enfermo, pero finalmente las cosas habían salido bien y se había recuperado. Y justo cuando todo había vuelto a la normalidad, va ella y pide el divorcio.
Porque había sido ella, de eso no hay duda. No había más que verlo a él. Alguien tan aplomado, tan sereno, y de repente, tan desconcertado. Las pocas veces que lo ví, antes de marcharse, se lo veía ausente, como si lo hubiese absorbido un problema que no sabía cómo resolver, ni como descartar.
De no haber sido por Luisa, mi mujer, jamás habría desentrañado el misterio, porque para mí era un misterio. Como digo, fue gracias a ella, que muy diferente de mí. Es muy discreta, y nunca se mete en nada. En cambio yo... no tengo nada más que recordar lo que pasó con mi tío Anselmo. Luisa insistía en que lo dejásemos tranquilo, pero a mí me parecía una aberración que a su edad aún no hubiese dejado el tabaco. Además, el hombre era muy testarudo, y de los tranquilos, que son los peores. No hacía nada más que decir que le daba igual. Tras mucho insistir y ponerme de acuerdo con sus hijos, no sé si llegamos a convencerlo, pero lo persuadimos y lo dejó. Todos respiramos tranquilos, porque éramos conscientes de que le hacíamos un favor al velar por su salud y darle más años de vida. Y lo mejor de todo es que perseveró. Cuando murió atropellado por el camión, hacía cerca de un año que ya no fumaba.
Luisa, en cambio, es de esas personas tan poco corrientes que no te juzgan, ni mucho menos te condenan. La consecuencia es que resulta fácil confiarse a ella. Más de una vez me ha comentado que está harta de que todo el mundo acabe explicándole su vida. La señora Matilde no fue una excepción. Se presentó un día en casa, cuando yo no estaba, a pedir no sé qué, aunque según Luisa, era una excusa, sólo buscaba poder hablar con alguien.
- Al principio estaba un poco nerviosa – me contó Luisa – pero luego se fue calmando. Me preguntó si no me había extrañado que se divorciasen, "a estas alturas", dijo. Le dije que sí, claro.
- No tenía otro remedio – dijo ella.
Tras una larga pausa, continuó:
- No podía seguir, después de lo que había pasado. Es curioso, nunca te imaginas que te pueda pasar algo así. Una pasa años y años, te haces a la rutina, y te crees que se han acabado los sobresaltos, y un buen día...
Nueva pausa.
- Cuando Andrés cayó enfermo, al principio no creímos que fuera tan grave. Yo me ocupé de organizarlo todo. No es mala persona, pero según para qué, es tan negado como todos los hombres.
"Ni me imaginaba que en poco tiempo, ya no me iba a preocupar de la organización, porque pasaba algo mucha más grave. Lo de Andrés no era ninguna tontería, y nadie parecía estar seguro de cómo podía acabar. En cualquier momento se nos iba.
"Todo fue muy complicado: trámites, análisis, esperas. Y por fin, nos dejaron solos en una habitación. Ya se había hecho todo lo posible, y sólo se podía aguardar. Era él quien tenía que reaccionar al tratamiento. Y a mí me tocaba quedarme allí, al lado de la cama, esperando. Casi no se movía, y apenas le oía respirar. Era una de esas que llaman "altas horas", pero que llevan números muy bajos. Y entonces me puse a pensar en lo que quería decir que se muriese.
"No es que pierdas los recuerdos. Lo que ha pasado, eso te queda. Y después de tantos años, hay un montón de recuerdos. Lo que de verdad te quitan, son las posibilidades. Ya no vas a poder verlo sonreir, o rebufar de fastidio. Ya no va a poder acompañarte de compras. De repente, te has quedado sin todas esas cosas que parece que no valgan nada, pero que no puedes vivir sin ellas. Porque vivir es eso.
"Eso te remueve por dentro. Y descubres sentimientos, ideas, que creías que se habían hundido hace mucho, y jamás ibas a volver a ver. Lo miré, parecía más tranquilo. Seguramente estaba inconsciente, y no podía oirme, así que hablé con total libertad. Le expliqué lo mucho que lo quería, lo mucho que lo necesitaba. Me despaché a gusto. No lo critiqué, no era necesario. Eso ya lo hacía yo cada día.
Otra pausa, mucho más larga. Había alguna lágrima en sus ojos.
- Total – continuó – que salió adelante. Le dieron una lista larguísima de cosas que debía evitar, tonterías en su mayor parte Por ejemplo, que no practicase deportes de riesgo. A su edad, y con lo apocado que es, ¿te imaginas?
"Y un día, cuando ya había vuelto todo a la normalidad, me dijo: "¿Sabes? Aquella noche en la clínica, oí todo lo que me dijiste".
"Yo me sentí como si me hubieran dejado con las vergüenzas al aire. Él siguió diciendo que él también me quería mucho, que me necesitaba, bla, bla, bla. Como es tan callado, las pocas veces que habla parece que diga cosas importantes, pero qué va.
"Esa noche hicimos el amor, algo que durante años habíamos ido dejando para otro momento. Y a la mañana siguiente, me lo planteé y me dí cuenta de que la única salida posible era el divorcio. Él sabía, lo sabía, pero eso no era muy importante. Seguramente, antes de aquella noche ya se lo imaginaba, que yo lo quería, que no seguíamos juntos sólo por costumbre. Pero ahora, yo sabía que él lo sabía.
"A partir de ahí, ¿qué iba a esperar él de mí? ¿Qué tenía que hacer yo? ¿Olvidarme de la edad que tengo, y comportarme como una loca? ¿Dedicarme a perseguirlo, hasta que me perdiese el respeto? ¿Volverme una gatita mansa, como si no tuviera sangre en las venas? A mí me enseñaron a tener vergüenza. Y sensatez. Una no puede ponerse en ridículo así, porque sí, y menos sabiéndolo.
"Por eso no tenía otra salida que el divorcio. No era, no podía ser una cuestión de orgullo. El orgullo es pecado. Pero sí que era una cuestión de dignidad. Él no lo entendió, nunca entiende nada. Pero yo ya estaba decidida.
- Antes de irse – me decía Luisa – me dijo: "Como yo me entere de que le has contado esto a alguien, subo y te mato". O sea, que no digas ni una palabra.
- Oye, Luisa – dije.
- ¿Qué?
- ¿Tú me quieres?
- No. Jamás. Ni se te ocurra – replicó ella, muy decidida.
Yo tenía que haber soltado alguna respuesta ingeniosa, si hubiese podido. Pero no pude, porque ella me estaba dando un beso de lo más apasionado, en medio de un abrazo muy, muy fuerte.

lunes, marzo 26, 2007

La Tortuga

Nuevamente cedo la palabra a un animal, en este caso la tortuga, símbolo de la lentitud. Debo confesar que siento simpatía por dicho bicho, tal vez porque uno de mis defectos más imperdonables sea la lentitud. Ya sé que socialmente, lo que cuenta es decir algo antes que nadie, poco importa que sea brillante, interesante o simplemente correcto. Y que cuando alguien piensa antes de hablar, probablemente sea porque está inventando una mentira. Ya sé que muchos piensan así, pero uno hace lo que puede. Así que casi es mejor que no diga más, y ceda la palabra.


TORTUGA
Ya supongo que no tienen ustedes tiempo, así que no los entretendré mucho. Tendrán que dispensarme, porque sé que tengo tendencia a ser prolija y extenderme demasiado en los temas, pero ya procuraré resumir y ser casi telegráfica para que me comprendan bien.
Creo que la gran diferencia entre ustedes y yo es, como sucede a menudo, de punto de vista. Y posiblemente, la diferencia de enfoque sea la única diferencia real que hay en este mundo; todas las demás son accidentales. Yo a ustedes les parezco lenta, y ustedes a mí me parecen meteóricos. Pero sigue siendo una cuestión de apreciación. Yo pienso en el tiempo, y ustedes en la velocidad. Son cosas que se parecen, pero que no son lo mismo. Yo respeto que pueda haber otros puntos de vista, faltaría más, pero déjenme decirles que desde mi postura se ven algunos detalles que a lo mejor se les han escapado.
Por ejemplo: suelen ustedes decir que no tienen tiempo, y no se dan cuenta de que en realidad, no tienen nada más que tiempo, que el tiempo es su única posesión, su única realidad, el capital de su vida. Un tiempo contado y limitado, es verdad, pero el tiempo, el dinero y la inteligencia se parecen en una cosa: no importa cuánto tengas, lo que importa es cómo lo utilizas.
Y me temo que por no saber eso, no saben gastar bien su tiempo, no saben invertirlo. El tiempo es para consumirlo, claro, pero con tino y sensatez. Y ustedes, demasiado a menudo, lo escatiman o lo derrochan. Dedican una cantidad increíble de horas a tonterías, principalmente a ahorrase unos minutos, y demasiado poco a comprender. ¿Saben? Harían falta meses para llegar a entender un solo pétalo de una sola rosa, y cada rosa tiene muchos pétalos, y hay millones de rosas. Pero eso ustedes ya lo saben. Y como es evidente que no van a poder llegar al final del camino, ni siquiera dan el primer paso.
Claro, es una decisión libre, y no habría nada que decir, si no fuera porque también tienen ustedes memoria, que es el nombre que le dan a los réditos del tiempo consumido. No sé si lo he dicho aún, pero el tiempo, aunque no se lo crean, es de por sí una materia noble; el tiempo ya pasado, si han sabido invertirlo, es mérito. Y el tiempo por venir está hecho de esperanza. Y aún se creen ustedes, a veces, que el tiempo es su enemigo.
Sí, ya sé, a medida que "pasa el tiempo", qué expresión tan curiosa que usan ustedes, como si el tiempo no tuviera nada que ver con su vida. Decía que a medida que pasa el tiempo, aparece lo que ustedes llaman decadencia, y que en el fondo no es más que pérdida de velocidad. Se sienten cansados, y ya no pueden correr tanto, y les parece que su tiempo vale cada vez menos. Pero eso es mentira. Les queda menos cantidad de tiempo, eso es verdad, pero la última hora de todas vale tanto como la primera, o puede que más, porque se supone que habrán aprendido a gastarla.
Han optado ustedes por la velocidad, y esa vuelve a ser una decisión libre, o al menos, eso espero. Y eso les ha permitido dominar el espacio, y hacer muchas cosas. Lo que no tengo claro, y creo que ustedes tampoco, es si ha valido la pena. Han conseguido estar en muchos sitios, pero ¿han visto algo en ellos? ¿Han entendido algo? Uno puede recorrer medio mundo sin toparse jamás consigo mismo, y ya no digamos con un amigo. Y de la cantidad increíble de cosas que han llegado a hacer, ¿cuántas valían la pena? No se equivoquen, no soy yo el que les está haciendo preguntas inquietantes; tan solo les recuerdo las que ya se han hecho ustedes. Han preferido un tiempo extenso, y a veces, su vida les parece tan atiborrada de naderías como una tienda del "todo a cien". Yo, por mi parte, he preferido un tiempo profundo, y he conseguido otras cosas.
He visto los sutiles cambios de un día al siguiente, que se acumulan para formar el curso del año. He visto cómo cambia la apariencia de las personas, sin que cambie su interior, cómo se hacen viejos siendo aún niños. He visto cómo las mismas mentiras renacen una y otra vez, disfrazadas de ilusiones o de necesidades históricas, y cómo todos vuelven a creérselas, porque no desean más que ser engañados de nuevo, recuperar sus sueños perdidos. He vivido a otro ritmo. Pero lo que no les admito es que me digan que he vivido menos.
Porque aunque hayan viajado mucho, y alguno de ustedes se haya paseado desde el Caribe hasta la Mesopotamia, me temo que saben muy poco de ese continente inexplorado que es su propio corazón. No nos costaría ponernos de acuerdo en juzgar a la gente por lo que es, y no por lo que tiene. ¿Qué preferirán ustedes, haber sabido ganar un millón, o que les hubiera tocado a la lotería? En los dos casos tendrían lo mismo, pero no es lo mismo. Porque en ambos casos podrían perderlo, pero en el primero podrían volver a ganarlo, y eso es algo que se es, no algo que se tiene. Y eso, hablando desde un punto de vista estrictamente material. Pero si damos un paso más, creo que está muy claro que lo que uno hace acaba por influir en lo que uno es. Lo que uno tiene, lo que uno es, lo que uno hace. Esa es la cadena, y todo eso ocurre en un escenario llamado tiempo. Claro que, para saberlo, uno tiene que poder detenerse un ratito, mirar y saber ver.
Bueno, ya veo que tienen prisa, y no los entretengo más. Tan solo les voy a pedir un favor: la próxima vez que estén aburridos y no sepan qué hacer, gástense cinco minutos en ustedes mismos. Nada más. Hasta ahora.

jueves, marzo 22, 2007

El Cisne

Después de mucho tiempo de no añadir nada nuevo al blog, hoy por fin me decido a continuar. Si lo que presento a partir de hoy será mejor o peor que lo anterior, eso el tiempo y los visitantes lo dirán. Lo de hoy es una vez más l opinión de un animal, en este caso especialmente simbólico, aunque no parece estar muy contento de serlo:

EL CISNE
No me malinterpreten, pero si son ustedes románticos, lo que se dice románticos, pues ya se pueden ir por donde han venido. Hasta el pico, me tienen, con las musiquitas y los suspiritos y las palabras rebuscadas y las pamemas.
Si es que da grima. Una plaga, eso es lo que es el romanticismo. Debería estar prohibido; y a ver si se deciden de una vez a hacerlo. Créanme: sé de qué les hablo. No debe haber otro bicho que haya visto a tantos románticos como yo. Debe ser que los inspiro, vete a saber por qué. El caso es que llegan hasta ahí, al borde del lago, donde están ustedes, y ya estamos. Ya empiezan con los "¡oh!" y los "¡ah!". El otro día, sin ir más lejos. Vino uno, me vió, se sentó en un banco y se puso a escribir. Bueno, hasta aquí no habría nada que decir. Lo malo es que luego lo leyó en voz alta, y lo que le había salido era más o menos así:
Superas en blancura a la paloma,
arabesco de nieve es tu figura,
e ignorante de toda tu hermosura,
es tu cuerpo la insólita redoma
en la que se destila la elegancia.
No te aflija el carmín que hay en tus labios,
que sabes (y no saben ni los sabios)
llenar todo el estanque de prestancia.
Tu cuello, que se yergue interrogante,
soporta cual corona de tristeza
tu mirada profunda y penetrante,
y bogas y navegas con pereza,
llevándote por aguas adelante
una sutil estela de belleza.
¿Alguna vez habían oído tantas cursiladas juntas? Pues eso. Vamos a ver, en principio no tendría por qué quejarme, que a fin de cuentas me están halagando. Pero seamos serios: uno no es más que un pobre palmípedo. Tengo el cuello y el mal carácter de las ocas, y patas de las de pato, y si no canto, es porque yo sí sé que no tengo buena voz. O sea, que menos historias.
A veces, todos esos personajes que vienen a verme y se arroban y se extasían conmigo, me parecen más gansos que mis primos. Que los sentimientos, y hasta las emociones, son muy respetables, faltaría más. Pero de lo que sienten, o parecen sentir esos individuos, no me fío una pluma, que yo no tengo pelos.
Porque una cosa es sentir, y otra muy distinta, soñar en querer sentir. Demasiado rebuscado, y tirando a falso. ¿Qué puedes hacer, con ese estremecimiento inconcreto? No creo que te impulse a nada, como no sea a quedarte quieto y esperar que se te pase.
La vida es otra cosa, algo complicado y duro, y cada día lo mismo. ¿Cómo te vas a enfrentar a eso con suspiros y presentimientos? Además, que si en ese preciso momento se apareciese a tu lado la princesa de cuento de hadas o el príncipe azul, lo más probable es que no estuviese a la altura, que no acabase de satisfacerte. Me jugaría el cuello. Él, o ella, dirían algo que no debían decir, o tendrían una vacilación que no deberían tener, y el sueño se vendría al suelo, hecho añicos. Que sí, que ya sé que a veces no soy más que una excusa, y que lo que hay por debajo es ese impulso hacia otro individuo de tu misma especie. Eso lo entiendo, que uno también tiene sus instintos.
Bueno, si es como excusa vale, pero nada más. Que hay algunos que mezclan eso con unas ganas locas de ser desgraciados. Que tal parece que si no sufren, no disfrutan. Saben quienes digo, ¿verdad? Pues a esos, por favor, me los mantienen lejos, que ya bastante contaminada que está el agua.
Y se lo juro: al próximo que venga por aquí con un violín o algo parecido a darme la tabarra, me voy a salir del agua y me lío con él a picotazos.
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